Daniel Samper Pizano
19 Marzo 2023 03:03 am

Daniel Samper Pizano

A LA PUTA CALLE

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Esta semana se cumple un mes de la que iba a ser una fecha histórica en los modernos anales de Colombia: la convocatoria a dos marchas nacionales, una a favor del Gobierno el 14 de febrero y otra en contra el día siguiente. Quienes invitaban a ellas empleaban un vocabulario hinchado de imágenes grandiosas: “el pueblo se manifiesta”...  “las masas populares en pie”... “demostrar al país y al mundo”... “alzar las banderas” y otras consignas por el estilo. 

En su discurso de balcón en la Plaza de Armas de Bogotá, el presidente Gustavo Petro definió a la reunión como “asamblea popular” y “población que se moviliza”, e invitó al pueblo “a levantarse, a no arrodillarse, a convertirse en una multitud consciente”. 

La senadora María Fernanda Cabal, una de las promotoras de la concentración contra Petro, no fue más original. Su frase de batalla —“¡Ni un paso atrás!”— ya rodaba hace casi dos siglos y medio, cuando José Antonio Galán encabezó en la Nueva Granada una marcha de 20.000 campesinos contra el virrey de turno.

Al final, las dos manifestaciones no pasaron de ser lánguidos convites. Según El País (España), 47.000 ciudadanos en la antiPetro y 28.000 en la proPetro. Es decir, apenas unas pocas almas más que las que lideró el comunero Galán cuando Bogotá tenía solo 15.000 habitantes. 

El omnipresente peso de internet, los trinos, la información instantánea y el hastío colectivo con la política evaporaron los sueños de repetir la marcha del silencio de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, el festejo por la caída de Rojas Pinilla en mayo de 1957 o los 4 millones de colombianos que repudiaron a las Farc en 2008.

Lo paradójico es que, ante la invitación del Gobierno, el pueblo no salió a la calle sino a la carretera. Obviaré la ingenuidad de decir que el discurso del presidente despertó en Colombia los bloqueos de vías rurales, pues los comuneros ya lo habían hecho en su larga marcha de Santander a Zipaquirá. Pero la incitación desde una ventana de la Casa de Nariño equivalía a un visto bueno al traslado de protestas a las autovías. 

El discurso presidencial de febrero acertó en el diagnóstico: “La desigualdad permanente y profunda, que no se ve en casi ningún otro lugar del planeta Tierra, nos ha llevado a vivir décadas de violencia permanente, casi que una violencia perpetua”. Pero se equivocó al señalar los caminos para procurar la solución. 

Primero, porque Petro no es tan buen tribuno como él y otros creen; solo que en esta época de frases breves y recortadas cualquiera es Demóstenes. Segundo, porque los medios electrónicos han confinado la oratoria épica a un rincón mohoso. Y, tercero, porque aquello de “debatir con el pueblo” en plaza abierta es un mito demagógico. Veinte mil personas apelmazadas no debaten: solo gritan y aplauden.

En cambio, cayó en tierra fértil la propuesta del jefe del Estado de salir y tomarse las vías. Hoy las autoridades están desbordadas por bloqueos y cierres de arterias a la fuerza. Da igual si la causa es noble o reprobable: todas acuden al mismo proceder. Líderes súbitos llenan los noticieros, muy contentos por su inesperada popularidad. Quejas veredales se vuelven atasco comarcal y algunas repercuten en esquinas lejanas del mapa. Muy astutos, indígenas, campesinos y conductores acuden al infalible mecanismo. El Gobierno borda eufemismos para disminuir el daño: un secuestro masivo de policías se vuelve “cerco humanitario”. La fiebre se propaga. Esta semana algunas centrales de trabajadores invitaron “el jueves, todos y todas a las calles”.

De este modo, el recurso al asfalto que Petro agitó como fórmula para presionar un cambio social indispensable se ha vuelto uno de los mayores dolores de cabeza de su mandato. Y es que, salvo ocasiones históricas que los justifiquen, los bloqueos de circulación son una receta perversa. He aquí algunas las razones.

*Perjudican a millones de personas inocentes que nada tienen que ver con el problema ni con la solución. Alimentos, urgencias de salud, escuelas y trabajos sufren trastornos casi inmediatos.
*Son incubadora de violencia y estimulan el garrote represivo, que muchos piden o añoran. En el Bajo Cauca van tres muertos.
*Su ejemplo se extiende con rapidez de virus. Según la Defensoría del Pueblo, en 2023 llevamos cuatro conflictos sociales al día; 214 en total; 72 % más que en idéntico periodo del año pasado. No todos practican bloqueos de vías, pero cada vez se acude más a ellos. (Tras numerosas llamadas pedí a la oficina de prensa del Ministerio de Transportes informes sobre vías obstruidas por protestas. Todavía los estoy esperando. ¿Tendré que estorbar la circulación en mi cuadra para que me atiendan?).
*Los bloqueos escalan instancias velozmente. Empiezan pidiendo la presencia del personero municipal y pronto exigen la del presidente de la República. Y, si el comité que convoca demuestra imaginación, también la del papa.
*Socava autoridades y códigos.
*Confiere poderío a cabecillas que no suelen ser los más reflexivos ni los más conscientes.*Deja en desigualdad al colombiano que acude a medios legales o racionales.
*Transmite sensación de caos y de sálvese-quien-pueda.


Ignoro cómo conviene manejar esta clase de problemas. Por eso no soy candidato político. Pero salta a la vista que exaltar calles y carreteras como foros es error mayúsculo.


Carta de los Danieles a the Daniels


Estimados tocayos Kwan y Scheinert:


Vimos con regocijo que Hollywood ha conferido siete óscares a the Daniels por En todas partes al mismo tiempo. Nos congratulamos por este triunfo, que también es nuestro, pues entendemos que la marca de los Danieles contribuyó al éxito de la cinta, y pretendemos acordar pronto la repartición de los premios en metálico. 


No nos mueve el ansia vulgar de los triunfos morales, sino la de pedir un justo reparto económico. Esperamos que nos indiquen dónde y cuándo será la reunión ecuménica que unirá a los sorprendentes Danieles del norte con los prestigiosos Danieles del sur.


Brotherly yours.
 

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