Mientras caen estatuas alrededor del mundo, la figura de una niña inquietante y preguntona se multiplica en parques y escenarios al aire libre. Ya hay doce en América y España. Es Mafalda, la famosa creación del dibujante argentino Joaquín Lavado, Quino. Su escultura sedente de 80 centímetros de altura por 45 de profundidad, coronada por una característica cinta roja, llegó a Madrid por avión desde Buenos Aires y fue instaurada el lunes pasado en la zona cultural de Matadero.
La editora colombiana Pilar Reyes se encargó de darle la bienvenida con las siguientes palabras ante una audiencia donde se hallaban Guille Lavado, sobrino del humorista e inspirador de otro personaje de la historieta, y Pablo Irrgang, escultor de la pieza. LD
Este año celebramos muchas cosas: el aniversario 60 de la aparición de la primera tira de Mafalda en prensa, pero, además, 10 años de la concesión del Premio Príncipe de Asturias a Joaquín Salvador Lavado, galardón que lo reconoció como el gran humorista gráfico de nuestro idioma.
Es momento, por tanto, de celebrar todos estos hitos de la manera en que nosotros podemos hacerlo con Lumen, el sello editorial de Quino en España desde 1970: publicando importantes novedades editoriales que rinden tributo a esta niña genial y a su autor: Universo Mafalda, un libro que indaga cómo fue creado este mítico personaje; La vida según Mafalda, una nueva antología temática de su pensamiento; y una lata especial de aniversario que recoge todas sus tiras.
Pero pensamos también que debíamos apoyar una iniciativa que ya otras ciudades del mundo han llevado adelante: la de darle un lugar a Mafalda en sus calles o parques para recordar y homenajear a una niña lúcida (“heroína de nuestro tiempo”, ha dicho Umberto Eco) que odia la sopa y ama pensar. Donamos entonces esta escultura a la ciudad de Madrid, una obra realizada por el artista argentino Pablo Irrgang, que es hermana de las que se encuentran en Buenos Aires, Santa Coloma de Gramenet y Oviedo.
Quino fue feliz en esta ciudad; Quino fue feliz en Madrid. Lo sé por quienes lo conocieron bien y fueron sus vecinos y amigos. Y hacía lo mejor que se puede hacer en una ciudad y que no todas ofrecen: una vida de barrio. Salía a comer, al cine, a exposiciones, a visitar un puñado de amigos que eran su tribu. Todos los días, Quino iba a hacer algún recado a la farmacia y sus cuatro farmaceutas se convirtieron en parte de sus días: Encarna, Matilde, Irene y Cuca.
Pasaba mucho tiempo en su estudio, y amaba, sobre todo, la luz que entraba por el ventanal. La luz de Madrid. Vivió en la calle de Don Ramón de la Cruz, y si se hubiese dibujado una historieta del barrio, Quino sería uno de sus personajes.
Que Mafalda tenga un lugar en Madrid, aquí en Matadero, habría hecho feliz a su autor porque es, sin duda, una manera de llegar a casa. En cuanto a la niña eterna y disidente, aventuro a decir que se sentiría también feliz, aunque nunca conforme sino lúcidamente vigilante: “La vida es linda —dijo—. Lo malo es que muchos confunden linda con fácil”.
