
Como una muestra elocuente del poder de la palabra, María Cristina Lamus (MacLamus) emprende esta semana la reivindicación de los derechos de la mujer. Su pregunta básica es: “¿Resulta justo que sean mucho más largas en los baños públicos las filas de las mujeres que las de los hombres?”. La respuesta aparece en las décimas siguientes.
Salió del baño indignada
en un famoso aeropuerto
una amiga que, por cierto,
no se ahorra nunca nada
cuando se pone cabreada:
“No entiendo —dijo ceñuda—
por qué el diseño no ayuda
a simplificar las cosas…
esas filas horrorosas
son humillantes, sin duda”.
La escudriñé, interrogante,
pero no me dio lugar
ni tan siquiera a indagar
qué era eso tan importante.
Y es que en ese mismo instante
arremetió doblemente:
“¿Qué es lo que pasa en la mente
de quien diseña los baños
que solo lo hace al amaño
de un capricho incoherente?”
Es que en esos menesteres
de hacer pis con propiedad
está la practicidad
que claramente difiere
entre hombres y mujeres.
Hacer lo propio sentada
es tarea que, comparada
con la de ellos, no es lo mismo
que atinar desde el abismo,
y es acción más demorada.
Mi amiga lanza denuestos
contra aquellos que diseñan
los baños, porque se empeñan
en dejar los mismos puestos
sobre erróneos presupuestos.
“Para urgencias femeninas
debe de haber más cabinas”,
dice llena de razón,
pues produce desazón
la fila que no termina.
Al final, por su impaciencia
mi amiga se disculpó
y con rubor comentó:
“Perdóname la licencia
de hacerte esta sugerencia:
¿crees que unas rimas centradas
en el tema son osadas?”.
Yo aquí le dejo a mi amiga
las prisas de la vejiga,
en una sola sentada.
