
La humanidad ha vivido momentos terribles, pero ninguno tan potencialmente apocalíptico como el actual. Las matoneadas de Trump han cimbrado el tablero internacional. Al igual que ocurrió con Hitler y sus secuaces, ahora los países tratan de controlar al matón, de apaciguarlo, mientras el hombre está demoliendo toda la delicada estructura internacional y se le nota feliz de la vida. Parafraseando a Churchill, este tipo de apaciguamiento es darle mendrugos al cocodrilo para que se coma a otro.
Todos los principios de los fundadores que erigieron a los Estados Unidos como faro de la democracia están hibernados a la espera de que la cuadrilla de Trump los sepulte o las instituciones los revivan.
Las amenazas de “recuperar a Panamá” pueden tener un efecto bumerán. Trump miente con descaro al afirmar que por injerencia de los chinos está en juego la neutralidad del istmo. Entre sus baladronadas está la amenaza de apoderarse a la fuerza del canal. Pero lo hace para afirmar que los tratados Torrijos-Carter (1977) le reconocen a los Estados Unidos el derecho de intervención. No es así. Quizás lo han asesorado mal, pues fue Colombia, soberana en el istmo, la que le otorgó por un tratado de 1846 ese derecho a los Estados Unidos, y cuando Teddy Roosevelt decidió darnos el raponazo sus rábulas idearon con ironía la teoría de que los tratados ruedan con la tierra (covenants run with the land). Así, por arte de birlibirloque, el tratado con Colombia pasó a ser un pacto con Panamá, y el derecho de intervenir se volteó contra Colombia.
Ahora, pues, bajo esa misma tesis los tratados podrían sufrir otra rodadita y Colombia estaría en condiciones de revivir sus reivindicaciones al amparo de la doctrina Trump. Nada le gustaría más al emancipador Petro.
Las pretensiones sobre Groenlandia o la grotesca sugerencia de que Canadá debe anexarse (como Austria en época de Hitler) y, la jugada más preocupante, los acercamientos con Putin hacen recordar lo que ocurrió en 1938 cuando a la espalda de Checoeslovaquia el británico Chamberlain (con la complicidad del francés Daladier) aceptó que a Hitler se le permitiera merendarse los Sudetes. Luego de anexar Austria como aperitivo y servirse los Sudetes como entrada, el goloso Hitler empezó a engullir el mundo. Ahora Trump, sin consultar con Ucrania ni con los europeos, negocia un cese de la guerra causada por Rusia que sería a costa de territorio ucraniano y la seguridad de la región europea. Putin no tiene menos hambre que el funesto Hitler.
El señor Trump calificó a todos los colombianos deportados en fecha reciente como delincuentes y criminales. Al ser expulsados sin más fórmula se los injurió, calumnió y difamó sin darles derecho alguno a defensa. No tener papeles en regla no es un delito, y si contra la persona no existía otro cargo criminal es evidente que se le violaron sus derechos fundamentales a la dignidad, al buen nombre y al debido proceso, protegidos por tratados internacionales.
Colombia no es el único país afectado por esta prepotencia de los agentes de los Estados Unidos. Todos los países víctimas de atropello podrían iniciar en cascada las acciones de protección diplomática para reclamar la reparación. Sería saludable para restaurar en algo la dignidad de las naciones.
Churchill dijo que construir puede ser la tarea lenta y laboriosa de años pero que destruir puede ser el acto irreflexivo de un solo día. Trump es prueba elocuente de que ello es así. Quizás no haya que cuidarnos del aerolito que supuestamente nos atizará en el 2032 porque al paso que vamos la conflagración que acabará con la humanidad será provocada por los propios humanos.
*José Joaquín Gori es diplomático y jurista especializado en derecho internacional.
