Daniel Samper Pizano
27 Abril 2025 03:04 am

Daniel Samper Pizano

PAPA FRANCISCO, RÍE POR NOSOTROS

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El domingo leí los últimos renglones de un interesante viaje por el Vaticano: El loco de Dios en el fin del mundo, crónica de casi quinientas páginas que acaba de publicar el español Javier Cercas. Pocas horas después, murió en Roma el papa Francisco.

Resulta inevitable preguntarse si existe alguna relación mágica entre los dos sucesos. Pienso que no, por supuesto; debe de tratarse de una insólita coincidencia. Pero, por si la lectura esconde una fuerza letal misteriosa, ya empecé una biografía de Donald Trump. Los mantendré informados.

Imagino que en el futuro próximo agitará al Vaticano un carrusel de orientaciones pontificias diversas e incluso opuestas, tal como ha ocurrido en los últimos ochenta años. En 1939 fue elegido Pío XII, seco, distante, solemne y enjoyado. Para bien de la Iglesia, a Pacelli (su verdadero apellido) lo reemplazó Juan XXIII, sencillo y encantador. A este, un sufridor profesional: Pablo VI. El siguiente fue Juan Pablo I, del que supimos poco porque duró poco. Y a él, Juan Pablo II, carismático, reaccionario y alcahueta. El próximo fue Benedicto XVI, teólogo de espaldas blandas. Y tras la renuncia del agobiado Benedicto llegó de Argentina Jorge Mario Bergoglio, alias Francisco, un papa jesuita según el cual la sonrisa y el sentido del humor encarnan el secreto de la vida santa. 

Francisco solía despedirse pidiendo a quienes lo acompañaban que rezaran por él. A veces añadía una frase divertida: “... pero recen a favor, ¿no?”. Parecía un chiste. Sin embargo reflejaba con ironía una realidad que reveló a Cercas el periodista Lucio Brunelli, veterano de la RAI (televisión italiana) experto en tejemanejes vaticanos. Según él, cuando Bergoglio empezó a introducir un nuevo espíritu de sencillez en la Iglesia, “un grupo de sacerdotes se reunía cada semana para rezar por la muerte del papa”. Para contrarrestar las malas artes de sus enemigos, el pontífice, con un grano de sal, encarecía a otros que lo hicieran a su favor.

El mismo Brunelli aseguró a Cercas: “Para el papa el sentido del humor es una cosa muy importante. Una vez me dijo: ‘El sentido del humor es la expresión humana que más se parece a la gracia divina’”. En un fino lance etimológico, Cercas concluye que por eso en español se dice de una persona con sentido del humor que tiene gracia, que es graciosa. 

Principio fundamental de los gozadores del humor es saber reírse de sí mismos. Bergoglio lo cumplía cabalmente. Era consciente, además, de que la risa tiende un puente de comunicación que rara vez falla. “Su humor —añadía el periodista— rompía el muro que lo separaba de la gente, lo volvía muy cercano”. También es componente clave la ironía, esa moneda de dos caras que dice una cosa mediante el truco de negarla. “Es el más potente antídoto conocido contra la visión totalitaria y totalizante del mundo”, según Cercas. Oigamos al santo padre argentino:

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Esa oración a la que se refiere el papa se reza desde hace unos quinientos años. La inventó con una sonrisa en la boca, una mano en la barriga y un crucifijo en la mano santo Tomás Moro (1478-1535), decapitado en Inglaterra hace 490 años por orden de Enrique VIII, el famoso rey uxoricida. La transcribo completa para los que quieran seguir el sendero de Bergoglio. El pecador ha de leerla sentado, jamás de rodillas, para que preste eficaz ayuda al tránsito intestinal y celestial:

Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás.

Francisco elevó la sonrisa a la altura de las virtudes teologales y la sumó a las tres clásicas: fe, esperanza, caridad... y, de ñapa, humor. Mientras casi todos sus predecesores ofrecían un cristianismo de dolor, espinas, lágrimas, sacrificios y castigo, Bergoglio ofreció la alegría como visa para el cielo. Pero aclaraba que defendía la alegría sana, no la del consumismo. 

“El humor es un certificado de sanidad del alma”, dijo en una entrevista. “Hay que pedir al Señor la capacidad de sonreír, de reír y de ver tanto el lado ridículo de las cosas como el lado no ridículo, para saber que la vida tiene siempre algo de sonrisa”. 

En su invitación al júbilo critica a quienes carecen de humor. “Es gente que se aburre consigo misma”. Curiosamente, en la lista de sus libros más recomendados no hay ninguna obra humorística. No está el Quijote, por ejemplo. Tampoco Los viajes de Gulliver. Ni Las aventuras de Huckleberry Finn. Y —miren qué ironía— ni siquiera figuran autores católicos que nos legaron clásicos cómicos, como G. K.Chesterton y Giovanni Guareschi. 

Permítanme pronunciar, en vez del consabido descanse en paz, una exhortación positiva: Jorge Mario Bergoglio, que mereces estar en los cielos, reza por nosotros... pero con una sonrisa cómplice en los labios.

ESQUIRLA. Decenas de canales tratan de reclutar televidentes colombianos de pago, y ni uno solo fue capaz de transmitir ayer el clásico entre Barcelona y Real Madrid. Importa la plata; el fútbol no. Ganó, por supuesto, el Barça.

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