Daniel Samper Ospina
16 Febrero 2025 03:02 am

Daniel Samper Ospina

PAPÁ PETRUFO

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Hace muchos, muchos años, en el espeso bosque de una campaña presidencial, había una aldea escondida donde vivían pequeñas criaturas. Se llamaban petrufos. Eran divertidos y bondadosos. Pero no lejos de aquel lugar también existía Gargametti, un malvado y perverso brujo, que siempre los perseguía:

—¡Cómo odio a los petrufos! Los acabaré a todos así sea lo último que haga, ¡lo último que haga! —gritaba Gargametti frente a la olla en la que cocinaba sus pócimas y su sancocho, siempre acompañado por Azräel: un gato del tamaño de un tigre al que el horrible brujo le ofrecía embajadas y puestos, porque sabía que al tigre hay que dejarle una salida. 

La aldea de los petrufos estaba habitada por cientos de personitas diminutas, todas supuestamente de izquierda. Construían sus casas en hongos y algunos de ellos, incluso, se los comían en determinadas fiestas. Eran muy liberales. Vivían descamisados y tenían la piel de color azul y de la parte trasera del pantalón les asomaba un llamativo rabo redondo, generalmente de paja. Renegaban de las mujeres, al punto de que únicamente permitían el ingreso a una de ellas: la Petrufina, una pequeñuela de pelo rubio, que, tan pronto como escuchaba la canción de los petrufos, agitaba con gracia las caderas y animaba a los demás a danzar y a reír. Luego caía rendida, pedía un petru-masaje y se largaba de viaje.

En la aldea también vivía Petrufo Tontín, que solía llegar tarde a las reuniones:

–Perdóname, Papá Petrufo; por favor, ponme un poquito de atención —le rogaba cada vez que ingresaba trastabillando cómica y tardíamente a las asambleas en el bosque. 

Porque los petrufos tenían una organización patriarcal en la que había personitas como Petrufo Desmovilizado, o Petrufo Ambientalista, o el agresivo Petrufo Bodeguero, y a todos ellos los comandaba un líder al que llamaban de esa manera, Papá Petrufo, que eran tan, pero tan importante, que muchos petrufos podían ser él mismo, sus propios desprendimientos,  como el Petrufo Vanidoso, que llevaba una flor en la oreja y un espejo en la mano y dedicaba horas completas a su propia contemplación, o Petrufo Borrachín, a quien apodaban Petufo. 

O Petrufo Poeta, que solía declamar: 

—Quiero expandir el virus de la vida por las estrellas del universo. 

Para no hablar de Petrufo Glotón, que repetía: 

—El ñame es el ñame, la papa es la papa, la carne es la carne ¡y el achiote es el achiote! 

O Petrufo Fortachón, que añadía: 

—¡Y yo soy el más “machiote”!

O Petrufo Filósofo que cavilaba sentado en un pequeño tronco con un libro de Hegel bajo el brazo:

—Me leí este libraco cuando estuve en la petrufi-cárcel y ahora sé mucho de petru-dialéctica: “los petrufos puros se vuelven petrufos impuros, y los impuros se vuelven puros, del mismo modo y en sentido contrario”.

***

Aquella mañana, el sol iluminaba la aldea. Los pájaros cantaban. Las ardillas bajaban de los árboles. Los ministros renunciaban. Y los petrufos se reían y conversaban.

Pero, a unos kilómetros de allí, a pesar de la amenaza de un inminente racionamiento energético, al malvado Gargametti se le había prendido el bombillo.

—Tengo un gran plan, Azräel: me volveré el mejor amigo de Papá Petrufo… Y una vez conozca sus secretos, lo dominaré, ¡lo dominaré! —le dijo a su gato, mientras lanzaba una sonora carcajada, parecida por momentos a las de César Gaviria. 

Efectivamente, el malvado Gargametti se disfrazó de un afable político costeño, y se fue al bosque a recoger moras con una cesta.

—Tra-la-lá, tra-la-lá, qué linda mañana y qué lindo sol, ¡no me joñe! —cantaba y danzaba para llamar la atención de los pequeñines.

Los petrufos que lo observaron alertaron a Papá Petrufo, y este, luego de examinarlo a la distancia, consideró que podía tratarse de una buena persona.

—Tiene una especie de “virtut” y es que es loco, como “Beitman”: ¡quiero ser su amigo! —exclamó.

—Ten cuidado —le advirtió el petrufo escolta de la Unidad de Petru- Protección. 

—¡Prefiero hacer tratos con los siete enanitos de Duque o con el Oso Yogui de los Char, petrucompañero! —le advirtió Petrufo Sindicalista.

Pero Papá Petrufo no oía consejos. El malvado Gargametti lo conquistó, y lo llevaba al bosque para que bebieran el néctar de todo tipo de flores y danzaran con las mariposas, y así, poco a poco, se fue adueñando de él y de todos sus petru-secretos.

La aldea, entre tanto,  comenzó a derrumbarse. Petrufo Enfermizo dejó de conseguir medicamentos. Papá Dormilón se encargó del Ministerio de Defensa. Y en su perverso proyecto, el malvado Gargametti convidaba a Papá Petrufo a planes de los que luego quedaba como testigo. Y amenazaba con petru-audios.

Para colmo de males, un día, Petrufo Catalán apareció con un tocayo suyo:

—Papá Petrufo —le dijo—: ¡acá mi amigo me regaló 500 millones para lo que se nos ofrezca!

Papá Petrufo dudó.

—Devuelve esos 400 millones antes de que sea tarde —opinó Petrufo Compañero.

Entonces Papá Petrufo ordenó:

—Devuélvanlos, pero llamen a Petrufo camarógrafo para que lo grabe —respondió.

—¡Cómo se te ocurre! Denúncialo en la Petru-Fiscalía, ¡es lo que corresponde! —le dijo Petrufo Moralista.

—¡Si vamos a grabar algo, que sea una narconovela! —exclamó Petrufo Libretista. 

Pero Papá Petrufo ordenó de nuevo:

—No avisen a la Fiscalía y devuélvanos.

—Ya mismo devolvemos esos 200 millones, Papá Petrufo —dijo Petrufo Catalán—. Y que siga la fiesta.

Papá Petrufo retozó en la campiña con su nuevo amigo, mientras cantaban y recogían zarzas, sin que nada le importara.

Los petrufos estaban desconcertados: 

—Seguramente le dieron una pócima —opinó Petrufo Sociólogo. 

—¡Y en el café de leche! —imaginó Petrufo Borracho. 

Pero Papá Petrufo no les prestaba atención y, cuando menos lo pensaron, Gargametti se trasladó de forma definitiva a la aldea y los petrufos decidieron desalojarla, unos de forma protocolaria, otros de modo irrevocable.

—¡Viva Palestina, abajo Azräel! —alcanzó a gritar Papá Petrufo cuando vio al gato de Gargametti.

Pero ya cualquier reacción era tardía. 

Y la aldea entera acababa de despiporrarse.

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