Ana Bejarano Ricaurte
5 Febrero 2023

Ana Bejarano Ricaurte

PERIODISMO INEVITABLE

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En la Plaza de Bolívar de Palmira se levantan unas preciosas palmas zanconas. Son un símbolo de la rebelión criolla contra la Corona española, pues eran utilizadas para reconocer asentamientos de rebeldes. Después la llamaron la Plaza Roja, por la cantidad de fervorosos liberales que la habitaban en la época de la Violencia; bueno, de la violencia de esos años.

El calor palmirano descansa sobre la Plaza Roja hasta que a las horas de la tarde irrumpe la sabrosa brisa vallecaucana que sirve de bálsamo y de bienvenida a la noche. A esas mismas horas en ese lugar cargado de historia, el 4 de noviembre de 1983 fue asesinado el periodista Mario Pineda Pineda. El reportero cayó ante un cobarde que le disparó tres veces en la espalda y el hecho lo presenciaron testigos que permanecieron impávidos y después en silencio. 

Pineda era el fundador y director del periódico La Razón, de Sevilla otra ciudad valluna, desde donde denunció todo tipo de corruptelas, despilfarros y abusos de las autoridades locales. Investigaciones de la época cuentan que el comandante local de la Policía había amenazado con matar al periodista si llegaba a mencionarlo en “ese hijueputa pasquín”.  

El crimen contra Pineda y el pueblo sevillano, que se nutría de su ejercicio de denuncia, quedó impune, como ya es costumbre en Colombia, uno de los países más letales para ejercer el periodismo en el mundo. Un tragedia con peores consecuencias en los lugares donde no llega ni ha llegado nunca el Estado.  

Pero es hermoso como es imposible evitar que brote de nuevo el periodismo, es casi una función natural de cualquier comunidad humana que busca el progreso y bienestar para su gente. Porque aunque la fuerza pública muestre su cara solo para combatir o rociar veneno desde el cielo, aunque no haya jueces o acueductos o servicios dignos de salud, siempre surge un periodista. Alguien preocupado por la cosa pública, por los bienes e intereses que son de todos y por eso a veces parecen de nadie. 

Es también por eso que muchos de los líderes sociales víctimas del genocidio actual también hacían de periodistas. Porque esa labor, cuando se lleva a cabo con valentía y cuidado, es una de las más poderosas maneras de concretar la prosperidad social. 

Lo hizo Pineda en Sevilla, donde el periodismo fue el epílogo de otra cantidad de tareas sociales que emprendió. Como si hubiese resumido su liderazgo comunitario en la publicación de esa corajuda hoja de denuncia que le costó la vida.  

Los medios regionales y los locos que persisten en ellos hacen su trabajo con las uñas, gritándoles en la cara a poderosos y temibles clanes regionales, enfrentan amenazas, acoso judicial y sofisticadas formas de censura y cooptación. Muchas investigaciones de las páginas y pantallas nacionales resultan de las alertas que prenden los reporteros veredales. Son el reflector que riega un poco de luz sobre tantos lugares y dinámicas que permanecen en la oscuridad.  

Los asesinan, los asedian y los silencian mientras que el Estado mira para el otro lado. Se ofrece protección a todo tipo de personas que no la necesitan y ellos viven atrincherados para poder hacer su trabajo. 

El próximo jueves 9 de febrero celebramos el Día del Periodista, porque en esa fecha de 1791 se prensó el primer periódico de la capital colombiana y se llamaba así: Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. No hay mucho que celebrar: los índices de violencia y acoso judicial incrementan cada año; nuestros políticos se explayan en formas de censura y el presidente insiste en tuitear contra los medios de comunicación o saltárselos para convocar al estado de opinión.  

Entre lo poco merecedor de aplauso está la persistencia de la prensa regional. Porque ahí en Palmira donde asesinaron impunemente a Pineda hoy existe una emisora local como ACN Radio —96.0 FM—, que vela por los intereses ciudadanos. Y hay muchos ejemplos en Colombia de gente que se dedica a hablar de las cosas importantes; del poder que moldea las vidas de esas ciudadanías olvidadas. 

Las condiciones de su trabajo son peligrosas y precarias, pero ellos siguen avante porque el periodismo es inevitable y, aunque hayan silenciado a Pineda, del mismo suelo de la Plaza Roja donde cayó brotaron de nuevo otros valientes.   
 

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