Ana Bejarano Ricaurte
26 Mayo 2024 03:05 am

Ana Bejarano Ricaurte

PERSÉPOLIS

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Marjane Satrapi es una de las artistas más importantes del mundo. Ilustradora, directora y pensadora iraní galardonada en todas partes y reconocida como una potente voz árabe feminista. Este año recibió el Premio Princesa de Asturias. El presidente del jurado destacó que Satrapi es un ejemplo de “compromiso cívico liderado por mujeres” y que su obra maestra, Persépolis, es “uno de los mejores relatos de nuestro tiempo”. 

Persépolis es un cómic inspirado en su vida y se pinta al son de la Revolución Islámica en 1979. La autora es bisnieta de un emperador persa e hija de una familia liberal que inicialmente acompañó el derrocamiento del sah Mohammad Reza.

La historia retrata con enorme destreza, humor y profundidad los cambios que vivió la sociedad iraní tras el levantamiento de 1979; la instalación de otro régimen absolutista, ahora en forma de teocracia liderada por el ayatolá Jomeini. El nuevo sistema implicó ante todo un sacudón en la vida de las mujeres: la imposición de limitaciones en el acceso a la vida pública y al ejercicio de derechos, la obligatoriedad del velo y la institución de la policía de la moralidad para mantenerlo todo en regla. 

Imagen de Persépolis
El libro lanzado en 2000 fue un éxito editorial que volvió a dispararse en 2007 con el estreno de la película, también galardonada y aplaudida por la crítica. Acá increpan a la rebelde Marjane por violar los mandatos del velo.

La historieta de Satrapi es ingeniosa porque entrelaza el tránsito de una niña hacia la adolescencia con la convulsión social y política que hervía a su alrededor. Es una denuncia elegante e innovadora a la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres, de los disidentes políticos y muchos otros ciudadanos. Todo eso dibujado con estrepitosa belleza y cuidado.  

Entonces, a qué se refieren los señores del caballito de relativismo cultural, los de “es que no entendemos esa cultura” porque nuestra mirada occidental es ignorante, cuando estos gritos contra el abuso y la violencia provienen también y desde siempre desde Teherán. 

Levantamientos contra el régimen absolutista de los ayatolas existieron desde el primer día. Protestas de mujeres que han arriesgado sus vidas y las de sus familias se registran desde hace cuarenta años. En especial en 2009, en 2017 y con fuerza estruendosa en 2022 en lo que bautizaron la revolución del velo.  

El asesinato de la joven Mahsa Amini por no usar correctamente el hiyab desató furia en las calles, colegios y universidades del país. Pedían el fin del Estado Islámico, y se enfrentaron por meses a la cruda represión del régimen. 

Tampoco son las feministas occidentales las que tiene que decirles a las iraníes cómo o por qué deben liberarse; es el mismo feminismo árabe el que pide un cambio. Activistas de derechos humanos, que han huido del régimen en Irán, abogan por derechos humanos y garantías para la población femenina. Solo algunas de ellas son: Yasmine Mohammed, Ayaan Hirsi Ali y Masih Alinejad. 

En este caso las fronteras del relativismo cultural no alcanzan para justificar un régimen dictatorial, teocrático y violador de los derechos humanos. ¿Que los derechos humanos son una doctrina occidental? Llámenlo como quieran, pero allá hay toda una estructura legal que permite obligar a las mujeres a recluirse a las labores domésticas, a someterse a castigos corporales, a cubrirse, a sentir vergüenza de su cuerpo y su deseo. Y ni el hecho de que algunas elijan o prefieran el régimen o de que existan otros tipos de sometimientos en occidente borran el apartheid de género en Irán.  

Esos argumentos también evocan El cuento de la criada de Margaret Atwood, en el cual relata la distopía que ocurre cuando los Estados Unidos se convierte en una teocracia violenta en la que se somete a las pocas mujeres que pueden gestar a violaciones y partos forzosos. En esa novela el planeta está en crisis y los ideólogos del régimen explican a sus homólogos en otros países que no se trata de sometimiento sino de creencias, que son autónomas y deben ser respetadas. ¿Y a costa de qué? 

Parte de los distorsionadores de la causa palestina pretenden exigir que el mundo entero se pare en bandos absolutos; que el clamor por las víctimas de Gaza se escuche al unísono con el apoyo a Hamás y a sus aliados asesinos. Que ahora que Israel comete crímenes de lesa humanidad llegó la oportunidad para relativizar la dictadura parada en el sometimiento de las mujeres. No. Se puede gritar genocidio en Gaza y también pedir justicia en Teherán.

Cuando explotó la revolución del velo, la reportera de todos los tiempos Christiane Amanpour, entrevistó a Satrapi. En esa ocasión la arista iraní dijo: “El gobierno de Irán es una dictadura… El enemigo más grande de la democracia es la cultura patriarcal”. 
 
Mientras se escuche a hombres y en especial a mujeres iraníes que acusan el golpe, las mismas voces democráticas que velan por los DDHH en Gaza tienen el deber de acompañarlas. 

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