Daniel Samper Ospina
29 Septiembre 2024 03:09 am

Daniel Samper Ospina

PETRO EL ESCAMOSO

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Esta semana mi esposa me pidió el divorcio:

—No paras de ver noticias: siempre terminas criticando al Gobierno, a los ministros… Las niñas dicen que te volviste insoportable, que ahora solo hablas de Petro, que pareces obsesionado. 
—Yo no las crie: esa es la verdad —me defendí.
—¿No podemos ver algo distinto a un noticiero? ¿Una serie, una película? ¿En qué diablos te convertiste? 

Iba a responderle que en etnia cósmica, pero preferí guardar silencio, escurrirme en la silla y escribir descuidados trinos en contra de ella. 

"La señora extraña ir a el cine porque quiere la masacre paramilitar, las noches de la sierra eléctrica. Quiere un cambio pero toma el control remoto y no deja hacerlo”, publiqué un trino sin revisiones ni remordimientos con ella, mientras, al mismo tiempo, le tendía la mano para un acuerdo nacional:

—No más noticieros —le di mi palabra—. Miremos otra cosa.

Averigüé cuál había sido el programa más visto de la televisión colombiana en los últimos tiempos y resultó ser Pedro el Escamoso, que ahora está alojado en plataformas: en este trimestre, según leí, en asuntos de rating solo le hizo competencia Betty la fea. “¿Es que no pasa el tiempo? –pensé–; ¿qué sigue ahora? ¿Qué interrumpan las transmisiones para pasar una insulsa alocución de Andrés Pastrana? ¿Qué haya un nuevo apagón? ¿Qué Camilo Gómez rompa con el ELN?”.

Le dije adiós a Yamid Amat y me acomodé a mi nueva realidad. En la versión de este año de Pedro el Escamoso, sin embargo, el protagonista aparecía viejo y percudido, lo cual resultaba perturbador. Salvo el excanciller Leyva, los personajes de ficción no envejecen. No soportaría el lanzamiento de la segunda parte de Julius, para seguir hablando de novelas del pasado, en la que el niño soñador de aquel entonces aparezca convertido en el adulto miserable con que la vida lo iba a sorprender: un Julius 2024 gordo y calvo que trabaja amargamente en una oficina, se cuelga el carné de la empresa al hilo retráctil del pantalón y almuerza con la corbata metida en los botones de la camisa para no ensuciarla. 

En la primera parte de la novela, Pedrito tenía treinta años. En la segunda, poco más de cincuenta. La tercera será protagonizada por el mismo Álvaro Leyva: de ahí que se esté dejando crecer las mechas traseras.

Me entregué, pues, a la trama de la serie, aunque por momentos me perdía.

—¿Pero por qué le dice eso a doña Paula? —preguntaba.
—Porque él es así: se cree divino. 

Me bastaron dos capítulos para comprender que aquel hombre de la pantalla hacía gala de una personalidad bastante particular: el típico espécimen criollo, engreído y costumbrista, que cree que se las sabe todas, y que, además, es mujeriego y, sobre todo, mentiroso.

En el colmo del amor propio, por si fuera poco, mostraba una deplorable fijación por el pelo que daba lástima: una greña forzada que parecía estar estrenando debido a una vanidad insólita que lo asaltaba a su edad, lo llevaba a escribir trinos aclaratorios en los que decía “soy heterosexual” y le permitía estrenar unos botines ostentosos.

—¿Son Ferragamo? —pregunté a mi mujer.

Pero no me respondió. 

Mientras ella seguía la trama con una atención obsesiva, yo sentía, en secreto, que perdía el tiempo. Soñaba con mirar las noticias: la entrevista de Yamid, por ejemplo, a quien he seguido por años y a quien, por eso mismo, podría traducir al español.

—¿Y ese que salió ahí quién es? —pregunté tan perdido en la trama como el ministro Bonilla en la ley del presupuesto.
—Es el hijo de Pedro el Escamoso…
—¿Tiene un hijo?
—Sí: es ese yuppie
—¿Ese arribista? ¡Solo le falta comprar mansión en Puerto Colombia!

Gracias a la serie aprendí el significado de “escamoso”: no se trata de una persona que haya nacido con escamas como, por decir algo, Luis Carlos Vélez. Es, más bien, una expresión coloquial para describir a aquel personaje astuto, que se cree superior a los demás. Como, por decir algo, Luis Carlos Vélez. 

O como el propio protagonista de la historia, Pedrito.

—Vas a ver las mentiras que dice para conquistar a doña Paula —anticipó mi mujer.
—Ahora se inventa que le están dando un golpe de Estado —comenté.

Me enganché con la serie a partir del tercer capítulo cuando sentí que miraba el noticiero: cuando me di cuenta de que la naturaleza de Pedrito Coral, dicharachero, tropical, podría haberlo llevado a prometer trenes elevados en tiempos de conquista.

—¡No me inviten a grandes bacanales, yo no voy! ¡Invítenme a tomarme una cerveza en una esquina! —imprecaba, gorrero como siempre, Pedrito en la pantalla, como el personaje entrañable que es: mentiroso despiadado, soñador incomprendido, protagonista de todo tipo de enredos de amor, en esta temporada en Colombia, en la siguiente en Panamá.

Hacia el quinto capítulo me sentía atrapado por completo en la historia. Para entonces, Pedrito citaba a Habermas, a Rousseau y a Rocinante y decía que lo querían tumbar. Luego bailaba en el atril la canción del Pirulino y en un largo giro de 360 grados movía las caderas de forma graciosa mientras prometía subsidios al viejo y la vieja. Era la caricatura de la entraña nacional. 

Mientras avanzaba con la serie, fui desarrollando un cariño singular por ese personajillo cómico a veces, a veces trágico, que estrenaba pelo, padecía el castigo de tener un hijo ambicioso y era víctima de sus mompirris, a uno de los cuales le entregó una apetitosa embajada para garantizar prudencia ante tantas travesuras.

Salvé mi matrimonio cuando terminamos de ver el último capítulo y pude demostrar que puedo vivir sin hablar de política. Como contraprestación, me dieron permiso de poner las noticias. En ese momento Yamid Amat entrevistaba al ministro Bonillita y mientras le hacía la traducción simultánea a mi esposa, pensé que él mismo, el ministro Bonillita, sería el indicado para protagonizar la segunda parte de Julius. Pero no dije nada. Como Pastrana en sus alocuciones. 

 

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