Daniel Samper Ospina
4 Junio 2023

Daniel Samper Ospina

PETRO EN EL POLÍGRAFO

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Termina la semana con el escándalo más deprimente protagonizado por gobierno alguno en nuestro modesto platanal porque, sin ánimo de ofender a nadie —ni de dar a mi familia aire alguno de de importancia—, escándalos, lo que se llamaba escándalos, eran los de antes: el proceso ocho mil, Chambacú, Dragacol, la parapolítica, la Yidispolítica, DMG, el hacker Sepúlveda, incluso la Ñeñepolítica… Épocas felices en que en los titulares relumbraban mafiosos de renombre, maletines con micrófonos, detectives de la CIA: intrigas de alto nivel.

Pero el de esta semana es lamentable: una niñera llamada Marelbys Meza protagoniza la versión colombiana de House of cards, una House of cards escrita y dirigida por Gustavo Bolívar: una suerte de tragicomedia en la que Armandito Benedetti ubica a la señora Meza como niñera de Laura Sarabia, y a Laura Sarabia como niñera de Petro, y al final Marelbys, Laura y Armandito pierden el empleo, y Laura además pierde 150 millones de pesos, o siete mil dólares, no se sabe bien: acaso en un par de años siete mil dólares sean 150 millones de pesos, cuando se acaben las reservas de hidrocarburos.

 A la señora Meza, además, su patrona la somete a una intimidante jornada de polígrafo conducida por detectives del Estado en que le preguntan por el dinero perdido. 

Tener semejante herramienta habría sido el sueño de toda mamá de la alta sociedad para preguntar por aquellas dudas que la aquejan. Que un teniente le dijera a la niñera:

—Responda sí o no: ¿usted a veces le da remedios para la tos al niño para que se quede dormido? 

Que otro le aplicara un foco de la luz en la cara: 
 
—¡Diga si lo deja tomar Coca-Cola cuando los patrones no están! 

Quiero partir de una base: pocos oficios son más ingratos que el de ser niñera, siempre a media ruta entre a la madre y la empleada de la casa; fundamental pero a la vez imperceptible; doliente para lo feo; solícita para lo sucio e invisible siempre en el momento de celebrar los triunfos de los exniños que cuida: al final de la adolescencia, la niñera, que en determinados momentos fue más mamá que la mamá, es apenas un brumoso recuerdo de la infancia, una anécdota de un tamaño inversamente proporcional a la importancia que tuvo. Porque así es la ingratitud.

Muchas veces pasa más tiempo con los niños que cuida, y asume con más disciplina el peso de educarlos que los propios papás. Pero tan pronto como se pierde algo de la casa —un reloj, una joya, cochinos 150 millones de pesos en efectivo de una maleta negra— es la primera persona de la que sospechan, una ratera en potencia.

Yo sé que todos los implicados en el escándalo son gente buena; que Armandito despidió a Marelbys cuando sospechó que se había robado una cartuchera de lápices rellena de efectivo y no pasó su primer polígrafo, y aun así se la recomendó a Laura Sarabia, porque él cree en las segundas oportunidades; que la propia Laura sometió a la niñera  a un polígrafo atemorizante, pero a la vez mandó a la camioneta blindada por ella, para que no cogiera bus, y al parecer ordenó chuzar su teléfono —al parecer, que conste— como muestra irrefutable de que el Gobierno de verdad escucha a los nadies.

Sé que son gente buena, digo, y por eso asumo que Armandito cuenta con un futuro promisorio en el sector privado donde podrá montar, al fin, una agencia de niñeras; y que Laura Sarabia, por su parte, podrá dedicarse a su campaña presidencial, sueño esbozado en alguno de los varios reportajes que ofreció en este último mes.

Pero me preocupa la suerte de la Maris, como ya la llama el país, porque, a estas alturas, las únicas personas interesadas en darle empleo, y con mucha paga, son Vicky Dávila y el fiscal Barbosita. Ni siquiera Clarita López cuando necesite una “sirvienta”, como la llamó despectivamente cuando defendió al gobierno de los nadies. 

Por eso, me he propuesto la tarea de conseguirle trabajo. Si mis hijas no fueran dos quinceañeras tiránicas, no dudaría en contratarla en mi propia casa. Pero por desgracia no existe la figura de la “adolescentera”, una nodriza a la cual uno pudiera entregar a los adolescentes en crecimiento para que los administre en sus peores momentos:

—Páseme a la mayor cuando se le haya pasado la pataleta y ya no esté tirando la puerta del cuarto, por favor —le diría.

Alguien que recoja al hijo adolescente la madrugada de los sábados en las fiestas; le ponga canciones de reguetón en su cuarto y lo regrese a los papás cuando ya no quiera oír más, y le decomise el celular mientras saluda a la visita. Poder pedir:

—Por favor espíchele el acné y bájelo para que salude al abuelo, así sea sin hablar, pero que ponga buena cara.

Hasta ahora no le he podido conseguir puesto a semejante mujer confiable y recursiva, capaz de forrar de efectivo el doble fondo de la pañalera si se lo piden sus jefes. Ni siquiera he logrado que el presidente contrate sus servicios para criar a Nicolás, a quien le faltó una Marelbys en su infancia. O un papá. Aunque a juzgar por los fajos que según su exesposa se mueven en su casa de Barranquilla, quizás sea mejor ahorrarle a la niñera su tercera prueba perdida en el polígrafo.

Y sin embargo, antes de rendirme, quiero ofrecer al país la siguiente propuesta con la que todos ganaríamos: que Presidencia contrate a Marbelys en calidad ya no de niñera, sino de jefe de gabinete, incluso de jefe de Estado: mal que bien tiene suficiente experiencia para manejar pataletas, que en el fondo es lo que debe hacer un presidente, y carece de cuenta real de Twitter, con lo cual, sin hacer nada, permitirá que el país respire de nuevo y la institucionalidad se afecte menos.

Y que, a cambio, Petro asuma funciones como niñera de Laura Sarabia.

Sí: a lo mejor no se despierte temprano para llevar al niño al jardín y lleguen tarde a las citas del pediatra. Pero jamás tomaría dinero en efectivo de una maleta: a lo sumo de una bolsa.

Lo imagino interactuando con su patrona:

—¿Usted cogió los fajos que estaban en mi mesita de noche? 
—No, señora Laura.
—No le creo: camine al polígrafo.

Lleva, pues, al presidente al sótano de palacio; le conecta unos electrodos al pecho y le dispara las preguntas que todos quisiéramos plantear: 

—Responda sí o no: ¿Francia Márquez le cae mal? ¿Quién es alias The Walking Dit? ¿Cuando propuso lo del tren elevado estaba sobrio? ¿Usted duerme desnudo?

Esa es mi propuesta. Hoy en día es más difícil conseguir una buena niñera que un buen presidente, pero con esta jugada ganaríamos por las dos puntas y dormiríamos tranquilos, profundamente: como si nos hubiéramos tomado un remedio para la tos.
 


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