Celebré el viaje del presidente Berto a las Olimpiadas de París porque es el político más olímpico de Colombia y su presencia en las justas nos podía representar: y por justas no me refiero a la nueva fiscal general, que esta semana retiró las órdenes de captura a los guerrilleros de las disidencias de las FARC a los que el Gobierno había asignado esquemas de la UNP: no. He ahí otra mujer olímpica.
Por olímpico me refiero a Berto, que se toma las presiones de la vida deportivamente, como lo comprueba lo que sucedió el pasado 20 de julio. Recordemos la escena. Son las doce del día. Miles de soldados, alineados bajo el ardiente sol de Bogotá, esperan la llegada de su comandante en jefe que, después de dos horas y media de retraso, aparece de forma súbita vestido con un folclórico vestido de lino blanco de dos piezas: una guayabera arrugada que cualquiera confundiría con una piyama de no ser porque el presidente confesó, alguna vez, que él duerme desnudo.
Los generales del palco presidencial lo miran con sorpresa: se preguntan de dónde viene y, sobre todo, dónde dejó el arpa y a los otros miembros del conjunto llanero: ¿es acaso la nueva mascota del Once Caldas, el blanco-blanco? ¿El protagonista de un comercial de Blancox? Con el teléfono en la mano, el presidente se escurre en la silla como un adolescente en clase, y unos pocos minutos después hace mutis por el foro —acaso por el foro de Sao Paulo, cuya partitura dicen las tías uribistas que obedece— y se vuela a Palacio para cambiarse de ropa y asistir al Congreso con una pinta menos panameña.
No era el único suceso que le amargaba la semana: su gobierno tuvo que sortear los escándalos de cada día dentro de los cuales dos llamaron la atención: la noticia de que su amigo Armando Benedetti había protagonizado un episodio de violencia contra su esposa en un hotel de Madrid, al cual tuvo que acudir la policía española. El diario El País informó que nuestro diplomático estrella tomó un cuchillo —que a esas alturas era lo último que le faltaba por tomar— y se pasó de la raya con su mujer —que era, también, la última raya que le faltaba por sobrepasar—, y amenazante y salido de sí, la increpó a los gritos e hizo con la ropa de ella lo que Duque y Petro con la paz de Santos: la volvió trizas.
La noticia dejó a Berto tal y como Benedetti tuvo a su propia esposa: entre la espada y la pared. Colectivos feministas que le ayudaron a subir al poder le reclamaron. Pero Benedetti es el Jorge Luis Borges del Gobierno: un hombre que lo sabe casi todo. Y, frente a esa verdad, al presidente le toca cerrar los ojos: como el mismo Borges. De otra manera, el Osama Bin Laden del clan de los Torres puede estampar su avión suicida contra los débiles cimientos del Gobierno y derrumbarlo. Imagino esa defensa en el próximo balconazo:
—La prensa Mossad quiere desestabilizar al gobierno atacando al embajador Benedetti: ¿qué le ha dado piñas a las mujeres? Sí: pero eso hace parte de sus labores en favor de los alimentos.
El otro escándalo que tuvo que soportar Berto fue el que publicó mi colega Daniel Coronell en su reporte radial: allí reveló que Xavier Vendrell, asesor catalán de Berto de dudosa reputación a quien investigan en España, fue interceptado por la policía de ese país mientras decía sobre su jefe colombiano lo siguiente:
—Es un guerrillero socialdemócrata pese a que cuando se toma dos whiskys, a partir del tercer whisky es un anarquista.
Con lo cual destapó la tabla de equivalencias entre el número de whiskys ingeridos y el efecto que producen en Berto:
Whisky # 1: Guerrillero socialdemócrata.
Whisky # 3: Anarquista.
Whisky # 5: Compara a la selección con la primera línea.
Whisky # 6: Pide que las banderas rojas se alcen.
Whisky # 7: Trina en árabe.
Whisky # 8: Firma como Berto.
Whisky # 10: Se cae de rodillas.
Whisky # 11: Sube fotos de la rodilla a Twitter.
Whisky # 12: Acude a desfiles militares en guayabera.
Whisky # 13: Camina por el casco histórico de Panamá.
Whisky # 14: Se va de fiesta con Armandito Benedetti.
Whisky # 15: Agenda privada.
¿En qué momento la policía española le causa dos dolores de cabeza al mandatario de Circombia en una misma semana?
Lo mínimo que merecía el presidente, pues, era poder viajar a París a la inauguración de los Juegos Olímpicos para tomar, así fuera un respiro.
La preocupación era que en la cena a la que lo invitó Macron —a donde asistió acompañado de su traductor al francés, Juan Fernando Cristo— Berto le dijera: “No me inviten a grandes bacanales, yo no voy… Invítemen a tomar una cerveza echado en una esquina”.
Y que Macron no comprendiera y ordenara servirle, no una cerveza, sino un whisky fino que se vuelven dos, que se vuelven cuatro: que se vuelven quince, hasta el punto de que Berto ya no quisiera ser anarquista sino deportista olímpico.
En ese caso pedirá encabezar el pabellón y representarnos él mismo en algún deporte. Puede ser en lo mismo que a estas alturas da su gobierno: es grima.
Entonces aprovecha que lleva en la maleta la guayabera blanca. Desenfunda la espada de Bolívar, con la cual ahora siempre viaja. Y se inscribe en esgrima.
El día de la competencia nadie se presenta por Circombia y el árbitro está próximo a pitar la derrota por W. Pero con dos horas y media de retraso aparece Berto para enfrentar a su contendor, nada más ni nada más que el esgrimista de Israel:
—¡En guardia, judío nazi! —le grita.
Berto se ve sobrepasado por el florete rival, y cuando está a punto de caer derrotado irrumpe su amigo Armandito Benedetti con un cuchillo, destroza la ropa del israelita y entre los dos consiguen la primera medalla para Colombia.
—Me creían preso y les traje una presea, mi llave —dice Armandito.
Entonces Concha Baracaldo entona las notas marciales del himno de Colombia. Izan la bandera del M-19. Y los dos confidentes de campaña se van a celebrar el triunfo como dos viejos socialdemócratas, y rápidamente como un par de anarquistas.
CIRCOMBIA VUELVE A BOGOTÁ EN AGOSTO
BOLETAS ACÁ