El gobierno de Berto es una hemorragia de noticias que no cesa y para la prueba lo que sucedió esta semana: en menos de 48 horas, propuso reactivar la economía con un programa de inversiones forzadas, repetir las elecciones de Venezuela, cambiar el lema del escudo de la república por el de “Libertad y orden justo” y enviar tejido humano colombiano a Marte. Así como suena: en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Caldas, que rebautizó con el nombre de Facultad de Inteligencia Artificial, aseguró que esa nueva tecnología sería el próximo ya no digamos Agamenón, sino Argamenón (lo dijo así) y confesó que había hablado con un amigo en Emiratos Árabes que le había preguntado (cito textual):
—¿Ustedes ya han llevado tejido colombiano a Marte?
A lo cual Berto hizo el “racionamiento” (lo dijo así) de que lo que nos espera no es encontrar vida en otros planetas, sino llevarla. Así sea vida colombiana.
Lanzar tejido humano hecho en Colombia al planeta rojo parecería innecesario porque, para empezar, Berto vive en Marte. Y sin embargo, es un megaproyecto sideral para el cual no faltarán voluntarios, mucho menos ahora cuando, retomando otra noticia, el presidente mismo propuso resucitar la economía a través de inversiones forzadas, lo cual algunos entendieron como otorgar al Gobierno la potestad de decidir dónde invertir parte del dinero de los bancos: si en programas de inteligencia artificial que rediseñen el escudo, por ejemplo.
Observaba a Berto mientras la manzana de Adán le subía y le bajaba por el cuello como la fluctuación misma de la economía, y solo podía sentir tranquilidad: por mí que tome todos mis ahorros y los invierta donde mejor le parezca: en nuevos carrotanques para la Unidad de Riesgo; en bonos salariales de Nerú; en conciertos para liberar a Palestina, nuevas embajadas en la FAO, invitar a Megan y Harry en diciembre: ¡en viajes a tierra caliente para sacarle kilometraje a la guayabera almidonada!
Digo más: que tome mis ahorros y los meta debajo de su propio colchón, en caso de que desconfíe de bancos como Aval. Y en caso, claro, de que ya haya reparado la cama que le rompieron Íngrid y Lucio en aquella visita que le hicieron en Bruselas. Pero que de todos modos, por seguridad, la cubra con el edredón de plumas de ganso: no queremos que, tentada por el diablo, una empleada de Palacio encuentre el arrume de fajos y tengamos que abrir el sótano y desempolvar el polígrafo de Marelbys.
Confío en Berto. Confío en su sentido de inversión. En su capacidad de meter el dinero en la bolsa, bien sea la de basura en que enfundaba una platica en efectivo, o la de valores, como si fuera mi “broker”, que es como los yuppies llaman a los banqueros de inversión.
Imagino las afanosas instrucciones que le ofrecería:
—¡Metamos plata en Ecopetrol que la acción está regalada!
—Todavía no: lograremos que baje más —respondería el Berto yupicito.
Berto de broker: ese es uno de mis sueños. Lo imagino vociferando, papeles en mano, en la barra misma de la bolsa de Nueva York:
—¡Vendo dólares, compro bolívares!
Incluso, proponiendo negocios a sus subalternos:
—¡Le regalo estas acciones, ministro Velásquez!
Pero, una vez más, el ministro no tomaría ninguna acción.
Y, sin embargo, tenía prevenciones frente a su idea de la inversión forzada porque podían engañarlo. Casos se han visto. Berto recoge el dinero de los ahorros privados; mide con el dedo los vientos del mercado y toma decisiones audaces y acertadas: invertir en finca raíz en Santa Ana de Chía, por ejemplo, o el conjunto de su hijo Nicolás en Puerto Colombia.
Pero súbitamente aparece su hijo Nicolás y organiza una ronda de inversión con el Turco Hilsaca y el Hombre Marlboro, y se lleva el negocio.
Sin embargo, su más reciente visión de enviar tejido humano a Marte con el ADN de Colombia es una empresa en la que invertiría a ojo cerrado. Y por eso vale la pena pedir a la senadora Isabel Zuleta que redacte una ley en la que se confiera poder amplio y suficiente al presidente para disponer de nuestros ahorros y financiar con ellos ese sueño.
No importa si es necesario relegar la construcción del tren elevado de Buenaventura a Barranquilla: es prioritario para la nación fabricar una flotilla de cohetes humanos en el aeropuerto de Guaymaral y convertirla en el patrimonio básico de la Fuerza Aeroespacial, rebautizada de ese modo por Berto. Antes se llamaba secamente Fuerza Aérea, como si el cielo fuera el límite. Berto cambió, ya no digamos el nombre, sino la esencia, la mirada. Para desgracia del país, la Corte tumbó el decreto de su rebautizo, como seguramente tumbará el del nuevo nombre de la Facultad de la Inteligencia Artificial (y el nuevo lema del escudo): porque la Corte sigue en su empeño de impedir los cambios del gobierno del cambio.
Bajo el comando del Berto astronauta, la tripulación será conformada por Gustavo Bolívar, Alexander López, el ministro Daniel Rojas y otros ingenieros que han sabido retirar las matemáticas del marco cognitivo.
Todos ellos tendrán la misión de viajar a Marte con una urna —puede ser la del sombrero de Pizarro, si prometen devolverla— en la que se conservarán, con los biocuidados de rigor, tejidos vivos colombianos que ayudarán a poblar la superficie del planeta rojo en el futuro. Pueden ser tejidos capilares del propio Berto. O un pedacito de la costra de su rodilla. O una espátula con saliva blanca de la comisura del senador Wilson Arias. O una escama de Roy Barreras. O el doctor Álvaro Leyva, todo él.
Recorrerán en el cohete el espacio sideral bajo la brújula galáctica del presidente extraterrestre. Expandirán el virus de la vida por las estrellas del universo. Se reconocerán como etnia cósmica. Y sembrarán en Marte el más grande cultivo orgánico de ADN colombiano para que, en el futuro, nazca una camada de marcianos de cepa nacional que pueblen las galaxias, señalen con la boca, se cuelen por los ductos de ventilación y confundan la palabra Armageddon con Agamenón (o Argamenón).
Si coronan el viaje, sus efigies podrían aparecer en el nuevo escudo.
CIRCOMBIA VUELVE A BOGOTÁ EN AGOSTO Y SEPTIEMBRE
BOLETAS ACÁ