Yo sé que no ha sido la mejor semana del Gobierno; yo sé que el miércoles, en el Capitolio, presenciamos una de las escenas más circombianas de la historia reciente en la cual el ejecutivo procuraba matar la reforma laboral que él mismo había presentado, y, a la vez, la oposición trataba de resucitarla con desespero. También sé que fuimos testigos de la manera como Armandito Benedetti por poco se lía a golpes con el secretario del Senado; y que observamos la insólita ausencia en la votación de la senadora petrista Martha Peralta que no estaba en el recinto porque, según informaron en Blu Radio, se fue a la peluquería: ella posteriormente lo negó y dijo que las acusaciones eran traídas de los cabellos.
Y, por si faltaran escenas surrealistas, sé también que todo sucedía mientras el presidente Berto estaba a miles de kilómetros de distancia, en Beijing, donde pronunció un discurso inolvidable en el que propuso construir un tren interoceánico que conecte a la China con Colombia, digamos con Chigorodó, para, dicho en sus palabras, “juntar América Latina con China por un lado, y América Latina con Europa y África por el otro, y generar horizontalmente y, no verticalmente solamente, el flujo del conocimiento y construir un gran cerebro planetario”, acaso como el suyo, mientras los funcionarios orientales observaban al traductor con desconcierto y tomaban nota para continuar pidiéndonos la visa.
Desde su gran cerebro planetario, el presidente reaccionó al traspiés de su gobierno con una alocución en la que convocaba a los cabildos populares. El asunto ahora consiste en saber qué es, exactamente, un cabildo popular y quiénes lo componen: ¿Armandito y Laura? ¿Martha Peralta? ¿La peluquera de Martha Peralta?
En un gran acto de irresponsabilidad, además, pidió a la gente salir a las calles, con lo inseguras que están, y anunció que regresará el lunes al país, vía Vaticano —porque todavía no está construido el tren interoceánico—, para dirigirse al pueblo y proclamar si debemos tomarnos las armas, o al menos un trago de whisky fino, para defender al primer gobierno popular de la historia en el que Armandito Benedetti es la voz del proletariado y se promueve la paz total ondeando en la plaza la bandera de “guerra o muerte”. Porque Berto siempre ha creído en la importancia de meterle calle a sus reformas. Así se trate de Andrés, el expresidente de la Cámara.
Yo sé que todo eso sucede en la vida real, digo, y que si uno observa a los candidatos que procuran hacer contrapeso al gobierno telúrico del Calígula de Ciénaga de Oro, se deprime: el delirio autoritario de Berto toma impulso mientras Miguelito Uribe lanza videos en los que toca guitarra para capturar la atención de la audiencia, Claudia López se disfraza todas las semanas de pilandera y el propio Gustavo Bolívar —de lo menos violento del petrismo— es decapitado en vivo y en directo por orden de su patrón: o de su patrono, en realidad.
Pero en Circombia nadie puede perder la esperanza. Y en la que quizás ha sido la semana más turbia y espesa del Gobierno, con un Berto que lucía tan amenazante como pequeños los candidatos de la oposición para contenerlo, el Pollo Frisby es víctima de una apropiación de marca en España y el país entero se vuelca a defenderlo sin distingos ni diferencias, y se convierte de la noche en la mañana en el único símbolo que nos une, por encima del reflejo de señalar con la boca: por encima del amor a Shakira o la aversión al Profe Vélez.
Y por eso escribo esta columna. Para pedir al pollo Frisby que aspire en el 2026. Porque necesitamos un líder que simbolice la unidad nacional que hizo trizas este gobierno y nos permita vivir en concordia. Un líder que además tenga el cuero duro. Y ojala crujiente.
El pollo Frisby es frito, pero no está tostado, como el presidente; su maduro es mejor que el Maduro de Berto; lo mismo su combo familiar, que no incluye masajista y no está salpicado por escándalo alguno, a lo sumo por un poco de miel. Y sus presas son mejores que Sandra Ortiz, la primera reclusa del Gobierno.
En la consulta avícola derrotará sin problemas a Paloma y será capaz de armar fórmula con mascotas de otras marcas: con la muñeca de pastas La Muñeca para atraer el voto femenino; con Willy, el tiburón del Junior, para seducir a los de la costa; con la gallina azul de Maggi para hacer un guiño a los hinchas de millonarios. Incluso podrá llevar como vicepresidente al popular Aurelio Cheveroni, aquel lobo que canta, para definirlo en una expresión que también sea útil al doctor De la Espriella.
Se me dirá que el pollo no está preparado: pero claro que lo está, y en múltiples recetas. Se me dirá que el atavío mismo de la mascota, vestida siempre con saco rojo y guantes blancos, quita majestad al cargo de la primera magistratura. Pero exactamente de esa forma iba vestido Berto aquella vez que alzó la espada de Bolívar. Y, si vamos a los detalles, el pollo no se ha hecho lifting en las mollejas, ni ha propuesto llevar tejido avícola a Marte, ni se la pasa diciendo que Roland McDonald es nazi o la gallina de Knorr, uribista. Tampoco se lo imagina uno en la China proponiendo la construcción de un tren interoceánico porque, a diferencia del presidente Berto, el pollo Frisby sabe cerrar el pico.
Sus cuartos traseros son mejores que aquellos de Palacio donde Berto montó un museo; el huevo que ofrece en su menú es nutritivo, a diferencia del que tienen ciertos miembros del gabinete que, para decirlo en términos gastronómicos, tienen fama de repartir mordidas. Y por si fuera poco, está en la cresta de su popularidad.
No lo dudemos más. Que se lance la mascota que, como la comida rápida que vende, está en boca de todo el mundo. Y que nos ayude a dejar atrás este gobierno divisorio: Frisby es el pollo para el 2026.
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