
Había una vez un pastorcito que vivía en Barranquilla, y de la paja que hablaba todo el día no solamente sacaba material para montar su propia iglesia, sino para tapizar el techo de las casas de otros cuentos infantiles, como el de los tres cerditos.
Un día hubo una pandemia en la aldea, y el hombre decidió grabar un video en el que depilaba una pelota de caucho con un cuchillo:
—¡Esta es la cura del coronavirus! ¡Por la gracia de dios, te secas coronavirus! —gritó mientras pelaba la pelota y subía el video a las redes, y este se volvía viral.
De esa forma el pastorcito ganó notoriedad y mucha gente supo de él, en especial la comunidad LGTB porque solía discriminarla y decir que no permitiría que la aldea se homosexualizara, “como si se tratara de la de los pitufos, donde todos andan sin camisa y solamente hay una mujer, la pitufina”, denunciaba.
Como sus días solían ser aburridos, porque era un hombre al que le encantaba el bullerengue y la recocha y su labor de pastoreo era tediosa, un buen día, para divertirse, quiso hacer una broma a los aldeanos.
Luego de respirar profundo, gritó:
—¡El lobo, el lobo! ¡Viene el lobo que persigue a las ovejas! ¡Corran, mamaburras!
Los aldeanos imaginaron que el lobo en cuestión era el doctor Abelardo de la Espriella que, sin calcetines, pero vestido con costosos zapatos de terciopelo rojo, y forrado en unos entubados pantalones de marca, corretearía a las ovejas mientras entonaba O sole mio.
Solidarios, los aldeanos acudieron presurosos para ayudar al pastorcito con el temor de que el lobo lo terminara reclutando para su campaña presidencial o, incluso, vendiéndole una botella de su ron de caña. Pero, al llegar a la cima de la colina, no encontraron ningún lobo: únicamente al pastorcito que contempló sus rostros enojados mientras celebraba su propia ocurrencia.
—Eche no joda, cayeron en mi embuste, no me joñe! —exclamó, con regocijo—. ¡Ustedes mandan cáscara! —remató, y se echó a reír.
Pero a los aldeanos no les hizo gracia.
—¡No anuncies que hay un lobo cuando no hay lobos, no seas burro! —advirtió uno de ellos.
—Y tú no seas sapo —respondió el pastorcito.
Los aldeanos se fueron enojados, colina abajo.
Luego de unas pocas horas, el pastorcito gritó nuevamente:
—¡Ahora sí llegó el lobo! ¡Aiuuudaaaa! —imprecó, como si fuera Inti Asprilla pidiendo auxilio a los de la primera línea.
Los aldeanos corrieron nuevamente a socorrerlo, pero al ver que no había ningún lobo, uno de ellos le dijo al pastorcito con severidad:
—¿Otra vez mamando gallo?
—¡Es que ustedes son unas gallinas! —respondió el pastorcito, mientras se revolcaba de la risa en el piso y los aldeanos se enojaban una vez más.
En adelante repitió su dinámica de bromas: alertaba a los pobladores por la presencia ficticia de un supuesto lobo y a veces agregaba otras informaciones falsas para que sus chanzas fueran todavía más llamativas:
—¡Viene el lobo y además van a envenenar al presidente, oí a dos tipos que lo decían! —exclamó una vez.
En otra ocasión gritó:
—¡Auxilio! ¡No solo viene el lobo, sino que en el estadio en el que juega la selección Colombia no están gritando “!Fuera Petro!”, sino “¡Fuerza Petro!” —avisó.
Alguna vez tomó imágenes de una marcha en Venezuela y las presentó como manifestaciones en favor del presidente de Colombia. Y, en general, su manera de decir mentiras era tan frecuente y descarada, que muchas personas de la aldea dudaban, incluso, de que fuera pastor.
—¿Pastor? ¡Pastor López!: este lo que es es un mentiroso —dijo uno de ellos.
Pero sucedió que, en aquellos días, el pastorcito vio de veras al lobo cerca de su rebaño, y le produjo terror: en el oscuro pelaje se le observaba un fallido implante capilar y era notoria una operación quirúrgica bajo el hocico, en la papada. Y blandía en una mano la bandera de la “Guerra a muerte” y en la otra una espada mientras mostraba unos dientes grandes y afilados con los cuales devoraba todo lo que encontraba a su paso: ovejas, corderos… el erario, las ramas del poder, ¡el Estado social de derecho!
Asustado, el pastor gritó tan fuerte como pudo:
—¡Ay, mamá! ¡Ahora sí llegó el lobo feroz!
Por si fuera poco, el lobo hablaba sobre una constituyente con lo cual se le vieron las orejas. Se le vieron las orejas al lobo.
Pero los aldeanos pensaron que el pastorcito estaba mamando gallo de nuevo, y no acudieron en su ayuda.
Entretanto, el lobo se llevaba una a una las ovejas, y a algunas las nombraba en cargos en el exterior, dado que había removido los requisitos para ser embajador. En determinado momento, se acercó al pastor y le dijo:
—Hola, soy el lobo humano: ¿eres tú el pastor que se ha hecho famoso por decir mentiras?
El pastorcito temblaba del temor y por primera vez fue incapaz de mentir:
—Sí, señor lobo, pero por favor no me haga nada…
—Al revés —le dijo el lobo humano—: me gusta tu perfil… ¿Te gustaría trabajar en mi gobierno? ¡Te pago bien y podemos llegar muy lejos! ¡Yo también soy costeño! ¡Y de Zipaquirá! ¡Te lo juro por mi doctorado!
No terminó de decir esas palabras cuando el pastorcito ya estaba aceptando la oferta del lobo.
—¿Dónde te firmo, mi querido jefe lobo? ¡Vamos por esa constituyente! —respondió alborozado.
Al atardecer, el pastorcito regresó a la aldea recién posesionado en su cargo de jefe de gabinete del lobo feroz con la poderosa licencia de manejar su agenda y la del gabinete de su nuevo patrón, en el que destacaban el capitán Garfio, la madrastra de la Cenicienta, la bruja de Hansel y Gretel y demás villanos de otros cuentos infantiles. Y Papá Pitufo (pero el contrabandista). Y el ministro Montealegre.
—Yo sabía que este man iba a terminar de político: decía muchas mentiras —comentó un aldeano cuando lo vio pasar en camioneta y con escoltas.
—¡Hasta luego, mamaburras! —se alcanzó a escuchar que gritaba el pastorcito mientras pasaba frente a la casa de techo de paja.
En el radio sonaba una canción de Pastor López. Pero nadie se animaba a bailar.
CIRCOMBIA EN MÉXICO
Ciudad de México (julio 8 y 9)

