Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
pues Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos
Copla medieval andaluza
Es posible que la democracia sea un sistema de pensamiento político que defiende la libertad, la igualdad y la transparencia. Pero la democracia electoral es otra cosa: es un concepto esencialmente amoral en el que no juegan la razón, la bondad, la trascendencia ni otros valores. Se trata de una operación aritmética en la que solo cuentan los números. Gana el que más suma, y punto.
La llaman democracia porque proclama la igualdad de los seres humanos en el acto de seleccionar a quienes manejarán los asuntos públicos. Esa igualdad es el altar del voto y todos los ciudadanos somos sus sacerdotes. No cuentan —otra vez— la razón, la bondad, la trascendencia ni otros valores. Valen lo mismo la papeleta del sabio y la del ignorante (aunque no siempre fue así), la del sinvergüenza y la del individuo cabal, la del corrupto y la del recto, la del inteligente y la del imbécil. El voto democrático es espejo supremo de igualdad, pero no propiamente de sindéresis, amor a la patria, sentido común o filtro de perversiones.
Inspirado en todo lo anterior, Winston Churchill dijo: “La democracia es el peor sistema de gobierno... exceptuando a todos los demás”.
Acabamos de ver un ejemplo práctico en Estados Unidos con la nueva elección de Donald Trump como presidente. El sujeto es bien conocido en su tierra y en el mundo. Hablo de un delincuente condenado judicialmente, un individuo que se ha valido de su dinero para cometer fechorías, que miente por oficio y jamás corrige, que ama las armas de fuego, que amenaza con vengarse de sus rivales, que abusa de las mujeres, que auspició una revuelta contra el Congreso, que evade impuestos, que contamina de vulgaridad y falacias cuanto toca, que basó su campaña en el odio y que, sin embargo, gana.
¿Por qué gana? Las causas son múltiples, y una nube de analistas se esmeran hoy en explicarlo: hay quienes no creen lo que de él se dice; quienes son víctimas de la desinformación y la información corrompida; quienes votan como purga ante una situación social tensa; quienes salen en defensa de Dios (como si Dios necesitara defensas); quienes creen que los del partido opuesto son comunistas; quienes gozan con la ordinarez porque, confundidos, la consideran enemiga de la élite (crema a la que sin duda pertenecen Trump y su camarilla).
Lo más grave de la democracia electoral es que regala mucho más de lo que ofrece. Parece evidente que Trump debe a las urnas su regreso a la Casa Blanca y también lo es que gracias a ellas sus copartidarios ocuparán la mayoría de las curules del Congreso. No menos obvio es que el influyente escenario gringo salpica a favor y en contra alrededor del planeta. Hay que ver la fiesta que están celebrando personajes ultraconservadores como el israelí Netanyahu, el argentino Milei, el húngaro Orbán, la italiana Meloni, el colombiano Uribe.
Por otra parte, el hecho de sumar más apoyos que el vecino riega una especie de agua prodigiosa que lava, despercude, blanquea e incluso inclina la Divina Providencia en pro del campeón. “Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos”, dice la vieja copla que he citado más de una vez.
También ahora Dios tendió su mano a los malos. Y ellos se ayudan mutuamente sin ambages. Ya corre la voz de que Trump, valiéndose de prerrogativas presidenciales, perdonará las penas de prisión que cumplen varios de sus cómplices y, de ser preciso, se absolverá a sí mismo. Sus abogados anunciaron que hablarán con los jueces para solucionar los líos legales que aún enredan al renovado presidente.
Y mientras engorda la impunocracia (bicho que también repta en Colombia), millones de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos venciendo toda case de obstáculos y seducidos por el “sueño americano” temen la miserable persecución que el reencauchado mandatario anunció como objetivo inaugural y que incluye pena de muerte para el indocumentado en ciertos delitos que reciben castigo más leve si los cometen ciudadanos con residencia legal.
Los ricos y los plutócratas, como el insoportable Elon Musk, son los grandes vencedores de las elecciones gringas. Los pobres, la rectitud y el medio ambiente son los grandes derrotados. La victoria proclama los mismos antivalores que mueven a la mafia y los negocios ilícitos: lo importante no son los medios que se empleen, sino alcanzar las metas pretendidas. A la consigna de “Ser pilo paga” hay que añadir otra letra ele: “Ser pillo paga”.
En plena lucha contra el calentamiento global, los votantes gringos escogieron a un jefe del Estado que niega los problemas ambientales e incrementará la explotación y el consumo de hidrocarburos. ¿Qué pensarán en el Amazonas seco, en el Sahara inundado, en la Valencia arrasada por el barro?
Señoras y señores: el pueblo estadounidense ungió como guía a un pícaro dispuesto al harakiri ambiental. Ha triunfado una vez más la democracia.
Conclusiones paradójicas:
1. Trump no anuncia el nacimiento de una ola ultraderechista en el mundo: él es producto de esa ola que ya nos sube pierna arriba.
2. Los expertos sostenían que Trump y Kamala Harris luchaban empatados. Grave error. Propongo una encuesta para averiguar por qué las encuestas fracasan.
3. Pese a insultar a los puertorriqueños y prometer la deportación masiva e inmediata de inmigrantes, la popularidad de Trump entre los latinos subió en cuatro años del 32 al 45 %. Amarga lección: el latino con papeles es enemigo del latino indocumentado.
4. Decían los clásicos que la base del sistema democrático es la separación de poderes. ¿Qué comentaría hoy el barón de Montesquieu al ver que en Estados Unidos un magnate grosero e ignorante se ha apoderado del Partido Republicano, el gobierno, el Congreso y la cúpula de la rama jurisdiccional?
5. Al final se vio que Donald no era un pato dicharachero, sino una temible ave rapaz.