“El poder radica, esencialmente, en alcanzar a tiempo una silla e inmovilizarse en ella”.
Hernando Téllez
La historia conoce bien cuánto influye en ella el peso de los cetros, el peso de las armas, el peso de las pasiones y aun el llamado “peso de la púrpura”. Poco se habla, sin embargo, del peso que tienen en la política mundial los diversos tronos y quienes en ellos se sientan.
El profesor Pompilio Iriarte perfila en estas décimas una aproximación a la trascendencia y poder de varias sillas de mando.
La figura de la silla
de mando, según se supo,
designa el cargo o el cupo,
marrullas y zancadilla.
Roída por la polilla,
nos deja penoso saldo:
sudores, flatos y un caldo
de bazofia y pestilencia…
La silla de su excelencia
va quedando sin respaldo.
En la silla de San Pedro
se sienta el papa Francisco,
pero aquí, en sillón arisco,
se sienta Gustavo Petro.
Clama el papa: “¡Vade retro!”,
mientras al diablo conmina
desde su sede petrina.
Sin embargo, cuando huele
a azufre o Nayib Bukele,
Petro Urrego trina y trina.
Para Putin —silla fina
bajo el trasero imperial—,
la “Operación especial”
es solo bulla intestina.
¿Dijo bulla? ¡Degollina!
que atestigua la vesania,
la insensatez y la insania
de aquel pompis palaciego
que masacra a sangre y fuego
la República de Ucrania.
El peso del nalgatorio
es cosa de poca monta
para gente culipronta
de servilismo notorio.
Propongo un conversatorio
que ventile los criterios
según los cuales imperios
de tan opuestas esferas
asientan sus posaderas
sobre los dos hemisferios.