Daniel Samper Pizano
29 Junio 2025 03:06 am

Daniel Samper Pizano

TEORÍA DEL MIERDERO

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Hace unos tres mil años las primeras versiones griegas de la Biblia contenían la siguiente cita inicial: “En el principio era el caos”. Significaba ello que el mundo y la humanidad eran fruto del desorden cósmico. Unos siglos más tarde, sin embargo, un discípulo de Jesús llamado Juan metió mano al texto bíblico y escribió un evangelio retocado por lo que en periodismo moderno se denomina editar. Tachó la palabra caos, la reemplazó por el vocablo verbo, y desde entonces la lectura cristiana establece que “en el principio fue el verbo, y el verbo era Dios”. 

El caos desapareció del documento, pero no de la vida real. Por el contrario, la falibilidad de los seres y las cosas ha originado diversas ideas, escuelas y lucubraciones. La más reciente es la Teoría del caos. Explicada en forma rudimentaria afirma que ciertos sistemas sufren desviaciones y cambios inesperados porque las cosas no siempre son como parecen ni terminan como se diseñaron. En suma, la degradación de los procesos aleja sus resultados de lo previsto.

La Teoría del caos se aplica en diversos campos: la física, la lógica, las matemáticas... También la geopolítica. Según Andrea Rizzi, abogado y periodista italiano, es una forma de gobierno consistente en “sembrar el caos en el mundo para hacer avanzar intereses nacionales o personales” (El País, VI. 24/2025). Rizzi señala con nombre y foto a los principales propiciadores del fenómeno: Donald Trump (Estados Unidos), Vladímir Putin (Rusia), Benjamín Netanyahu (Israel) y Alí Jameneí (Irán).

“Aunque no sean ni mucho menos aliados geopolíticos —añade Rizzi—, esos cuatro liderazgos cooperan provechosamente en la destrucción de un orden que aspira a funcionar con instituciones y reglas compartidas. Ninguno de los cuatro tiene reparos en espolear el caos en el mundo para avanzar objetivos imperialistas, nacionalistas o personalistas”. 

Una de las características que identifica a esta teoría es la de pisotear normas internacionales, aunque sus propios países hayan suscrito acuerdos para defenderlas. Otra es la de encumbrar como leyes no escritas las que rigen en las riñas de matones, garroteras de cantina y peleas callejeras. Esta es especialidad de Trump, que no vacila en insultar públicamente a sus propios socios y anuncia venganzas terribles contra quienes discrepen de él. Hace poco España explicó de manera razonable que no puede gastar en defensa las colosales cifras que exige Donald I, Rey del Mundo. Con el dedo levantado y luciendo la nauseabunda cachucha roja, el abusivo vendedor de armas prometió golpear la economía española para que no vuelva a desobedecerle. 

Rizzi, sin embargo, cree que el campeón entre los más malvados promotores del caos es el presidente ruso. “Putin —dice el analista italiano— es capaz de promover ataques terroristas dentro de su país para consolidarse como líder”.

La historia universal ofrece numerosos ejemplos de matones parecidos a las joyitas del catálogo. Van desde los cavernícolas de maza de piedra hasta las hordas medievales y los monstruos contemporáneos, como Pol Pot, Leopoldo de Bélgica, Josef Stalin y Adolf Hitler.

¿Por qué, sin embargo, los que nos oprimen en el sigo XXI son mucho más poderosos y, por ende, mucho más peligrosos que sus predecesores? La primera explicación es que los de hoy chapotean en un charco colosal que los engorda y esparce su rugido a todos los rincones. Ese pozo son las redes sociales, que brindan eco inmediato a las mentiras, amenazas, babosadas y timos de bestias grandes y chicas. Las redes no deliberan, no reflexionan, no dialogan. No exponen, sino que disparan consignas. No existen para convencer, sino para reclutar. En sus manos, la mentira deja de ser un pecado y se vuelve una tentación. Perfectas, pues, para rebullir el caos.

¿Y Colombia?

Olvidemos las ilusiones en ruina, las buenas intenciones marchitas, las esperanzas traicionadas, las decepciones, las frustraciones, los votos botados. Mis estudios sobre el tema me permiten concluir que el gobierno del Pacto Histórico no alcanza a calificar en la Teoría del caos, pero sí en la más modesta Teoría del mierdero. Los diccionarios explican que el término mierdero describe “un desastre, una situación confusa o problemática”.

La contribución del actual gobierno colombiano al despelote es vasta, intensa y altamente original. Nada más creativo —y más perverso— que sacar de la cárcel a unos capos del narcotráfico y presentarlos sin mayor reproche en una manifestación pública. A eso hay que sumar el respaldo que Gustavo Petro otorga, por encima de toda protesta, a Armando Benedetti, acusado de maltratos a mujeres y consumo de droga. Para agitar aún más el mierdero petrista, añadamos la impuntualidad, la falta de decoro, las promesas incumplidas, las mentiras, la ignorancia, los desastres gramaticales y ortográficos, las desapariciones inexplicables, el ninguneo de la Constitución y las leyes, la irresponsabilidad, los insultos, la demagogia, los nombramientos bochornosos y, últimamente, como desplante de soberbia, la abolición de requisitos profesionales en la Cancillería. (Ojalá no extienda esta liberalidad a las salas de cirugía y los pilotos de aviones). 

La tropa que lo acompaña es parte del mierdero. Entre los más recientes hallazgos, el ministro de Justicia, afamado jurista que convoca en una sola cabeza el poder ejecutivo, el legislativo y el jurisdiccional y no acepta más interpretaciones jurídicas que las suyas. Y, de ñapa, el nuevo jefe de gabinete, un pastor demagogo descrito por Cecilia Orozco en El Espectador (VI. 25/2025) como “venal, oportunista y traidor”.

Los grandes señores ecuménicos atizan el caos para sacar provecho sin que les importen los riesgos. Sus imitadores colombianos hacen algo parecido: emitir delirantes decisiones y ver qué ganancias deja el mierdero. En esas cloacas nos estamos hundiendo.

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