Ana Bejarano Ricaurte
12 Marzo 2023

Ana Bejarano Ricaurte

TRÁFICO CORRIENTE

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Resulta impresionante la facilidad con que se renueva y exhibe la estupefacción de la opinión pública en Colombia. Somos expertos en asombrarnos selectivamente, en prender hogueras caprichosas, en tapar unos huecos para descubrir otros. Son risibles la sorpresa e indignación que despiertan las cosas que llevan pasando siglos. 

El más reciente ejemplo de ello es el escándalo que avivaron las correrías del hijo mayor del presidente Gustavo Petro, Nicolás. Bueno: uno de los nicolases. Según informaron varios medios de comunicación, el primer hijo de la nación parece estar involucrado en distintos esquemas de corrupción, incluyendo la recepción de coimas para engordar las huestes de la Paz Total. Pero se inundaron las redes sociales con la telenovela que develaron los chats con su expareja Day Vásquez, donde se evidencia claramente un descarado tráfico de influencias para acceder a cargos públicos.  

Y claro que merece el repudio de la gente y la auscultación periodística de los ministros y funcionarios que podrían haber habilitado este esquema, pero lo merece siempre. ¿O es que en serio vamos a pretender que esta es la primera vez que pasa? Delfines, gamonales, presidentes de partidos que usan la burocracia a su antojo. Comercio corriente de hojas de vida que van y vienen, sin ninguna consideración de su aptitud para operar la maquinaria estatal. 

El tráfico de influencias es tal vez el delito que más hemos normalizado en los manejos del Estado. Lo que sorprende realmente es cuando el jefe de una entidad abre convocatorias o elige funcionarios con base en algún tipo de mérito. Un delito que no se persigue con la eficiencia que debería porque en la misma Fiscalía General de la Nación es moneda diaria. Pasa en todos los gobiernos, entidades y municipios. 

Aunque su prohibición fue incluida a principios de siglo en la mayoría de legislaciones latinoamericanas, la ratificación de la Convención Interamericana de Derechos Humanos impulsó en el continente su fuerza normativa y otros mecanismos de prevención de la corrupción. A pesar de eso, por lo menos en Colombia, se ha quedado en pura carreta leguleya porque seguimos siendo uno de los lugares más corruptos del mundo. 

Lo hemos normalizado y apodado: mermelada, gobernabilidad, pacto nacional y una cantidad de eufemismos para nombrar lo que es simple y llana corrupción. Y claro que lo es, porque lo que se confunde con amiguismo es en realidad llenar al Estado de funcionarios incapaces y muchas veces malintencionados que ningún respeto guardan por la cosa pública. Es comisionar sobre el sueldo ajeno, desdibujar la función estatal, feriar los recursos públicos. 

Entonces tiene razón Petro en alertarse y pedir que los jueces y los organismos de control investiguen a su hijo y a su hermano. Son conductas inaceptables que corroen el interés público, pero ¿acaso no es el mismo resultado de los tratos que hará con los gamonales de siempre para sacar adelante sus proyectos de ley con los cuales promete refundar la patria? 

No es más que ver su foto con los soberanos de la cosa política turbia: César Gaviria, Dilian Francisca Toro y Efraín Cepeda. Como si ese trío fuese garantía de una mejoría en el trámite legislativo y no una extorsión a simple vista. Los tres partidos más desdibujados en el escenario político, los que les han bailado a todos los sones sin importar su color con tal de que les tapen la boca con puestos.  

Por eso, señor presidente, no resulta creíble su intento de explosión controlada, al pedir investigaciones a su familia, cuando para pasar sus reformas hará acuerdos con el triunvirato del amiguismo y politiquería en Colombia. 

Esa no es la política del cambio. La verdadera transformación vendría tras volver transparentes y públicos todos los tratos que hará debajo de la mesa para lograr sus reformas legislativas. Eso sí sería novedoso y refrescante. Acabar con el trueque de hojas de vida, con la cooptación sinuosa del Estado, o por lo menos destaparlo para que podamos hacerle veeduría a ese tráfico incesante de favores. 

Pero ese camino es más difícil y menos grandilocuente. Podría arriesgar las reformas en las que ha puesto toda su esperanza y fuerza discursiva; el problema es que esas mismas leyes quedarán atrapadas en el sistema podrido que para pasarlas está alimentando.  

*El 15 de febrero me atropelló una moto. Me tumbó al piso. Estas semanas he estado intentando que ese suceso, el dolor incesante, la inmovilidad repentina, los tornillos y los puntos tengan algún sentido y, si lo encuentro y es útil, lo compartiré con ustedes. Gracias a la gente que extrañó mis columnas y a quienes me mantienen de pie. Vincemus. 
 

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