Enrique Santos Calderón
27 Abril 2025 03:04 am

Enrique Santos Calderón

UN TRAGUITO DE MÁS

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Debo decir que me sorprendió la explosiva carta de Álvaro Leyva al presidente Petro. ¿Qué persigue? ¿Qué la motiva? ¿Por qué en este momento?

Al margen de especulaciones de toda índole que desata esta venenosa misiva, sobresale la cruel paradoja de que una nación que ha padecido como pocas otras la tragedia del narcotráfico tenga hoy un presidente señalado de drogadicto por la persona que designó como primer canciller de su gobierno.

Leyva habló del “desazón y desconcierto” que le producían los incumplimientos y tardanzas de Petro y de su misteriosa desaparición de dos días en París, durante una  vista oficial a Francia, que fue, dice en su carta, lo que lo convenció de que que tenía problemas de drogadicción. No aporta pruebas de lo que afirma, pero mas allá del afán de protagonismo que lo motive, o de posibles rencores por su alejamiento del poder, la sindicación es muy grave para un jefe de Estado que tendrá que lidiar con el estigma que le colocó su excanciller.

Cierto es que meses atrás advirtió de los “efectos dañinos de los estupefacientes y el alcohol” sobre el presidente. Y que hace más de año y medio la columnista María Jimena Duzán también comentó sus excesos y misteriosas desapariciones, cuando aún no había llegado a Casa Nariño. En esa ocasión le replicó que su única adicción era la cafeína. Hoy dice que es el amor.

Petro afirma que “desgraciadamente” él ya no puede emborracharse por un problema de salud que le impide el excesivo consumo de alcohol y lamenta que “se volvió pecado estar con mi familia”, aludiendo al episodio de París donde se escapó de la comitiva para  visitar a una hija que vive allá. Lo confirma la hija, Andrea, que asegura que su papá estuvo con ella y no en sitios extraños como sugiere Leyva. Pero, que se sepa, tampoco se dedicó a recorrer los museos y librerías que tanto le interesaban.

El entonces embajador en París Alfonso Prada dice que no vio nada irregular en la conducta de Petro, mientras su primer escudero, Gustavo Bolívar, afirma que no le consta que el presidente “haga esas cosas” y que nunca lo ha visto drogado o intoxicado. Al mismo tiempo se recuerda que Armando Benedetti dejó entender que sí tenía un problema de cocaína, como lo tiene él mismo, y que por eso entró en rehabilitación. También se ha recordado que Íngrid Betancourt reveló que cuando fue a visitar a Petro en Bruselas en 1995 lo encontró tirado en el suelo en un estado lamentable y se ha reafirmado en lo que dijo.

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Versiones van y vienen, pero la cuestión fundamental es si las presuntas adicciones de Petro interfieren su labor y afectan su capacidad para gobernar al país. Su crónica impuntualidad inicial y el tristemente célebre “trino de madrugada” al presidente Trump sugieren que sí, aunque sus allegados aseguran que son problemas ya superados. Debe demostrarlo y el primer paso, como le recomienda María Jimena, sería reconocer que tiene un problema.

La historia abunda en ejemplos de jefes de Estado que no se destacaron por su sobriedad. El más célebre ha sido tal vez Winston Churchill, cuya afición casi desaforada por la champaña y el whisky no le impidió ser un gran estadista. No fue el caso del mandatario ruso Boris Yeltsin, un alcohólico consumado que no controló su pasión por el vodka. El premier inglés Boris Johnson protagonizó más de un escándalo por sus bebetas y no ocultó sus problemas con el trago. Pero el premio se lo lleva el presidente ecuatoriano Carlos Arosemena, famoso por sus borracheras, que llevaron a que en 1963 el ejército le diera un golpe de Estado, un día después de que insultara en un banquete a un empresario gringo que era su invitado principal.

En Colombia aún se recuerda el oso histórico del primer presidente del Frente Nacional, Guillermo León Valencia (1962-66), un noble patricio payanejo al que le gustaba empinar el codo, en una gran recepción que convocó para el presidente Charles De Gaulle que nos visitaba, donde remató el brindis que propuso en honor del presidente de Francia con un sonoro “¡Viva España!”.

Gustavo Petro no ha incurrido en los excesos etílicos del ecuatoriano Arosemena ni en un oso comparable al de Valencia. Pero sería aconsejable que tuviera en cuenta la recomendación de María Jimena Duzán. Porque deslices varios sí ha habido.

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Aún no entiendo bien todos los enredos jurídico-políticos de la consulta popular, pero deduzco que si el Senado no aprueba su convocatoria no hay Plan B. Se dice que el presidente puede hacerlo, entonces, previa autorización del Consejo Nacional Electoral (¿y si no aprueba?) y ya dio a conocer sus doce preguntas, que radicará en una gran marcha el primero de mayo donde “desenfundará la espada de Simón Bolívar”. La que se robó en 1974 el M-19 para anunciar su nacimiento como guerrilla urbana, que años después devolvió como demostración de su compromiso con la política sin armas y que Petro instaló en Casa de Nariño.

Las preguntas divulgadas ya han generado debate sobre su viabilidad, conveniencia  y necesidad pero han concentrado la atención política, que es lo que le interesa al Gobierno para tener un popular caballo de batalla de aquí a las elecciones de 2026. Son preguntas de Sí o No, obviamente diseñadas para responder afirmativamente. Quién le va a decir No a justas mejoras sociales de un proyecto de  reforma laboral que poco difiere de la que propone el Partido Liberal.

El Senado tiene un máximo de treinta días para estudiar la consulta y si no la discute se da por aprobada. En el caso de que hubiera consulta veo difícil que se logre el umbral de participación requerido, que es de más de trece millones de votos. Pero en cualquier caso el Gobierno tendrá el argumento de que el Congreso se ha opuesto a su programa de cambio y se dedicará a impulsar los centenares de “comités por el Sí” que está montando en todo el país.

Panorama bien confuso, que en algo se aclarará tras la manifestación del primero de mayo a la que ha convocado Petro, donde se medirá cómo anda su capacidad para movilizar gente. Se sabrá en pocos días, pero lo único seguro es que se vienen meses calientes y que la campaña electoral estará al rojo vivo. Más vale estar preparados.

P.S.: Lo que más me gustaba del papa Francisco, además de su carisma humano y social, era la manera argentina como se dirigía a las multitudes hispanoparlantes. Un papa espontáneo hablando en  tono casi porteño es algo que no volveremos a escuchar. Lo más probable es que el  próximo pontífice venga del África o de algún país asiático como Filipinas, que tiene la tercera población católica más grande del mundo. Pero el Vaticano suele ser inescrutable. Tocará esperar el humo blanco.

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