Cuando las noticias del día han sido excesivamente trágicas tiendo a despertarme alarmado en uno de tres escenarios.
El más benévolo y humilde es la imagen de un cagajón vacuno repleto de hormigas asustadas que flota río abajo en inevitable dirección al mar. Yo soy una hormiga asustada.
Más preocupante es la segunda: el Titanic se hunde hacia el fondo helado del Atlántico en tanto que los pasajeros bailan, beben y ríen. Yo soy un pasajero que baila, bebe y ríe.
La peor estampa es en tiempo real. Muestra al planeta Tierra en su proceso final de destrucción mientras los líderes del mundo se dedican a contaminar, mentir, insultar, robar, desinformar, perseguir a los débiles, excitar el odio en las redes, invadir países vecinos e inventar guerras. En ese terrible cuadro yo soy yo.
Lo grave es que para hormigas, náufragos y terrícolas se avecinan tiempos peores: los hielos se deslíen, el aire es irrespirable, se extinguen especies botánicas y zoológicas, avanzan los desiertos, se embravecen los huracanes, arrecian los incendios, el plástico indestructible atiborra mar y tierra y en las zonas más calientes se duplica la mortalidad.
No todo viene del agua y el aire. Una inminente amenaza adicional aguarda disfrazada de urna y papeleta. Hace tres días comenzó oficialmente la campaña electoral que el 9 de junio configurará el Parlamento Europeo (PE). Se diría que en Condoto, Sutatausa y Túquerres no tiene la menor importancia lo que los europeos elijan. Pero sucede que esos setecientos veinte diputados procedentes de veintisiete países decidirán asuntos que van a influir en la catástrofe ambiental y —ojo, emigrantes de Condoto, Sutausa y Túquerres— perseguirán con mayor o menor crueldad a una multitud de desplazados (cerca de veinticinco millones) que buscan huir del hambre y la violencia en la Unión Europea. Unos llegan tras agotador papeleo, miles en pateras clandestinas y cientos más escondidos y a menudo asfixiados como carga en camiones.
Los pronósticos son de pesadilla. Las encuestas revelan que la derecha galopa hacia una amplia mayoría en el PE, y la fracción que más avanza, comparativamente, es la ultra. Esto es, la que se identifica con Donald Trump, Javier Milei o los herederos alemanes del nazismo. Todos quieren cerrar las fronteras al tercer mundo. Un proyecto planea expulsar a millones de inmigrantes de razas, culturas y colores distintos a los suyos. Otro piensa remitirlos a ciertos países pobres que recibirán un dinero por acogerlos e impedir que salgan. El medio ambiente también sufrirá. “Donde la extrema derecha gana y gobierna —afirma el ecólogo sueco Andreas Malm—el clima pierde”.
Dentro de poco sabremos la suerte que correrán los desplazados que, mal pagados y mal vistos, buscan una vida mejor para sus familias. Entre ellos habrá millones que salieron ilusionados de lugares como Condoto, Sutatausa y Túquerres en el mundo entero. Y pronto no valdrán más, en el supuesto paraíso, que un borracho en el Titanic o una hormiga en un cagajón.
El Príncipe es colombiano
Rara vez la ecología, la política y la moda marchan por el mismo camino. Pero Haider Ackermann, colombiano de nacimiento y francés de adopción, intenta lograrlo. Este genial modisto con inconfundible porte de galán latino sorprendió en los últimos días al presentar un traje femenino con consigna camuflada. Se trata del vestido que estrenó en el Festival de Cannes la actriz australiana Cate Blanchett: era negra la prenda principal y llevaba una cola lateral bicolor —verde por el derecho y blanca por el revés— que, desplegada sobre la famosa alfombra roja del Festival, imitaba la bandera palestina.
El traje deslumbró como novedad sartorial y llamó la atención como sutil mensaje político. Aunque algunos escépticos tacharon al conjunto de ilusión óptica, la mayor parte de la prensa lo descifró como ingenioso gesto fraterno con el pueblo de Gaza, aplastado por tropas del gobierno israelí. Ya se sabía que, además, Haider apoya una noble causa ecológica: la fundación Osos Polares Internacional, enderezada a salvar a estas criaturas en peligro por el calentamiento ecuménico.
No es la primera vez que Blanchett, ganadora de dos Óscar y muchos premios más, expone actitudes políticas en pro de la paz y las mujeres. Pero quienes conocen y admiran a Ackermann señalan que él, con su espíritu solidario y su sentido estético, es el mago del truco. Nacido en Bogotá en 1971, fue adoptado a los nueve meses por una pareja francesa que lo rebautizó con su apellido. Sospecho que Haider es su nombre original, pues suena más colombiano que extranjero.
Tras una brillante carrera en la pasarela europea, fue señalado como uno de los mejores diseñadores mundiales y recibió el mote de Príncipe de la Moda. En 2013 visitó su patria natal y participó en Colombiamoda. Hace apenas diez días la poderosa firma de ropa cómoda de lujo Canada Goose lo nombró director creativo, el primero en su historia. Ackermann debutó del brazo de Jane Fonda, quien lució el aporte inaugural de Haider: un buzo de sudadera con capucha. (Perdonen la imprecisión del lenguaje. No soy Vogue. Modestia aparte, si se tratara de fútbol no graznaría como urraca sino trinaría como ruiseñor).
Cuando el gobierno de Gustavo Petro cortó relaciones con el del infame señor Netanyahu, la noticia apareció en medios internacionales. Pero su eco no se compara con el que ha tenido la protesta policroma de este cachaco parisino a quien identifican siempre como “diseñador francés nacido en Colombia”. En el campo de la moda, un equivalente a Shakira.
De Juan Manuel Santos
Recibo el siguiente mensaje del expresidente Juan Manuel Santos respecto a mi columna del domingo pasado:
“Me sorprendió su columna de hoy. Es absolutamente falso que yo me negara a compartir el Nobel con las FARC. Y en muchos eventos he dicho que ese premio también se lo merecía Rodrigo Londoño. Expresamente les pedí a los noruegos que lo invitaran a la ceremonia, que yo lo llevaba, y se negaron porque Londoño aún tenía circular roja de la Interpol. Le ruego que aclare”.