Esta semana el señor expresidente Álvaro Uribe citó a su finca a algunos medios para leerles una proclama llena de mentiras e interpretaciones amañadas. Era el preámbulo autoexculpatorio a su juzgamiento que empezó este viernes. La imagen muestra manos sosteniendo micrófonos pero esas manos parecen soportes inanimados. Nadie se atrevió a contradecir al poderoso jefe político. Le aceptaron como cierto el sartal de deliberadas imprecisiones y de maliciosos señalamientos a los jueces que se han atrevido a investigarlo.
No obstante –justo es decirlo– el exmandatario sub judice dijo una verdad. Pomposamente afirmó: “los profesores de derecho penal enseñan que el juez, incluso el instructor, debe también enterarse del pasado del investigado o acusado antes de decidir”.
Pocos consejos más oportunos que los del imputado por soborno de testigos y fraude procesal. La presión indebida a testigos ha rondado por mucho tiempo–y en al menos tres episodios– a quien por fin se sienta en el banquillo de los acusados aunque sea solo para esperar la prescripción que llegará el año entrante, después de tantas demoras.
Uno de esos testigos en el historial del ahora juzgado fue el paramilitar Francisco Villalba, quien participó en 1997 en la masacre de El Aro. Allí mataron a 17 personas, violaron a las mujeres frente a sus hijos, amarraron al tendero a un palo y le arrancaron los testículos, los ojos y por último el corazón para que el pueblo escarmentara. Villalba aseguró que dos helicópteros sobrevolaban mientras se ejecutaba “la operación militar”: uno era el de Carlos Castaño y otro de la Gobernación de Antioquia, cuando el gobernador era Álvaro Uribe.
Villalba también dijo que antes de la matanza asistió a una reunión en la que estuvieron: “Álvaro Uribe y Santiago Uribe, el señor Mancuso, Cobra, Noventa, Carlos Castaño, mi persona, Junior y los 22 hombres que yo tenía bajo mi mando”.
En 2008 de manera misteriosa apareció una carta en la Casa de Nariño que aparentemente Francisco Villalba, casi analfabeto, le dirigía al entonces presidente: “Quiero pedirle perdón a usted, por haber mancillado su nombre y ponerlo en la palestra pública”. Uribe exhibió la misiva pero jamás pudo explicar cómo había llegado a sus manos, por qué razón no tenía sellos de radicación ni registro de entrada.
Mientras tanto el paramilitar aseguró que se enteró de la existencia de esa carta cuando la vio publicada en televisión. Aclaró que había firmado y puesto huella a un papel en blanco porque le prometieron un traslado de cárcel, pero que esa no era su letra sino la del delincuente Jesús Amado Sarria, que había estado preso con él y tenía una amiga en común con el secretario jurídico del presidente. Esa amiga ingresó varias veces al palacio presidencial. Villalba se ratificó en su declaración contra el entonces presidente y la extraña retractación quedó sin efecto.
El testigo estaba condenado a 33 años de prisión pero salió de la cárcel, por decisión de un juez de ejecución de penas, cuando habían trascurrido unos meses desde el incidente de la carta. 23 días después de estar en libertad, lo acribillaron con una pistola con silenciador.
El segundo caso es el de otro paramilitar llamado José Orlando Moncada Zapata, conocido con el alias de Tasmania. En 2007 una supuesta carta suya apareció, otra vez de manera inexplicable, sin sellos de radicación, ni trazabilidad, en el escritorio del entonces presidente Álvaro Uribe.
La comunicación tenía el propósito de desacreditar al entonces magistrado auxiliar Iván Velásquez, investigador de la parapolítica, un proceso que implicaba a muchos partidarios del presidente Uribe y a su primo el senador Mario Uribe Escobar. La carta de Tasmania aseguraba que Velásquez estaba adelantando pesquisas irregulares contra el presidente Uribe sin tener competencia para hacerlo.
Años después, en la cárcel de Palogordo en Girón, Tasmania me contó que él no era el autor de ese escrito.
En la oscura elaboración y envío de la carta fueron mencionados, entre otros, un abogado llamado Sergio González; Santiago Uribe Vélez, hermano del presidente; y su primo Mario Uribe. Por esos hechos el único condenado fue el abogado González, el Cadena de aquellos tiempos. Lo sentenciaron a cinco años y diez meses de prisión. Ningún Uribe tuvo problemas.
Tasmania, quien salió de la cárcel años después, grabó un video que considera un seguro de vida y que tengo guardado por si le sucede algo.
El protagonista del tercer caso se llama Carlos Enrique Areiza. Cuando la Corte Suprema de Justicia ordenó investigar a Álvaro Uribe por la presunta fabricación de pruebas contra el senador Iván Cepeda, pidió la protección especial de dos testigos: Areiza y Juan Guillermo Monsalve.
Areiza aseguró que había firmado unas hojas en blanco –otra vez hojas en blanco– que terminaron llenándoselas para decir que Iván Cepeda le había ofrecido prebendas a cambio de implicar al hoy condenado exgobernador de Antioquia Luis Alfredo Ramos con los paramilitares.
La carta le caía de perlas a Álvaro Uribe en su arremetida judicial contra Cepeda. Sin embargo, Areiza confesó que realmente había entregado las hojas firmadas por petición de un militante de la extrema derecha llamado Jaime Restrepo, enviado por José Obdulio Gaviria, hombre cercano a Álvaro Uribe a quien le dijo: “Hermano, yo estoy de verdad atemorizado, estoy cagado del susto, yo no quiero más esta persecución. ¿Qué tengo que hacer para que se pare todo esto? Entonces, él me dijo, ‘yo vengo en representación de las personas a las que usted llamó, entonces si usted nos quiere dar una muestra de confianza, entonces fírmeme las hojas y listo, y yo miro a ver qué hago con esto’”.
Las hojas convertidas en declaración contra Iván Cepeda fueron enviadas a numerosos medios de comunicación. Al menos dos colegas las recibieron del abogado Gustavo Moreno, tan de moda en estos días.
Areiza tenía razón en estar asustado de retractarse. Salió de la cárcel por un acuerdo con un fiscal llamado José Umbarila. Dos meses después, en abril de 2018, lo mataron a tiros en Bello, Antioquia.
Tan pronto se supo la noticia, el expresidente Uribe publicó un mensaje de Twitter que decía: “Comunidad. Carlos Areiza era un bandido. Murió en su ley. Areiza es un buen muerto. Si no, que lo diga Cepeda”.
Tiene razón el señor expresidente: Es bueno que los jueces conozcan estas casualidades del pasado antes de decidir.