Instrucciones para no ver a un jaguar
30 Abril 2023

Instrucciones para no ver a un jaguar

Se cree que la jaguar de la fotografía, Aurora, nació en 2016. Según los registros, tiene un hijo que ha sido llamado Jojoto. Su mamá Cayenita, fue la primera hembra que se dejó ver por turistas en enero de 2019.

Crédito: Fotografía: Reserva Hato La Aurora.

Después de Pantanal, en Brasil, el Casanare se convirtió en uno de los destinos en el mundo donde es más fácil ver jaguares en estado natural. El departamento ha disminuido su dependencia por el petróleo y más de 3.000 extranjeros llegaron en 2022 para hacer turismo de naturaleza.

Por: Simón Posada Tamayo

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Un punto amarillo apareció en mis binoculares. Llevaba cerca de tres horas tratando de absorber el paisaje, esperando a que en los binóculos se reprodujera de repente uno de los tantos videos de jaguares que he visto en la página de Instagram del Hato La Aurora, la reserva privada más grande de Colombia. Casi diez años atrás estuve en ese mismo lugar durante una semana tratando de ver un jaguar, pero solo logré ver un arañazo en un árbol. 

Foto: Simón Posada
Foto: Simón Posada.

En esa época, año 2014, había alrededor de 27 jaguares en el lugar. Ahora, año 2023, hay alrededor de 60. Los dos últimos días antes de mi visita, los turistas franceses que estaban hospedados en la reserva pudieron verlos con total facilidad: “Salimos la primera tarde, apenas llegamos, y lo vimos así, muy fácil. Fue solo como ‘miren, ahí está’”, me contaron. Este incremento en avistamientos se ha dado desde 2017. Entre enero y marzo de 2020 se dejaron ver 29 veces, con un promedio de un avistamiento cada tres días. 

"Casanare no me asustaba con sus espeluznantes leyendas. El instinto de la aventura me impelía a desafiarlas, seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas y de que alguna vez, en desconocidas ciudades, sentiría la nostalgia de los pasados peligros”. La vorágine, José Eustasio Rivera.

Los jaguares se buscan en las orillas de los bosques en la llanura. Existen varias señales para saber si están cerca: si las guacharacas empiezan a cantar de repente, o los gallinazos volando en el área son prueba fehaciente de que hay una presa del jaguar en proceso de descomposición. Los guías de la reserva también están atentos al comportamiento de otros animales: con el jaguar cerca, los venados suelen ponerse intranquilos, a dar saltos intempestivos, o las reses pueden quedarse muy quietas, mirando a un punto fijo en el matorral.

Hace más de 40 años, la familia Barragán, dueña del lugar, decidió no volver a matar a los grandes felinos, el puma y el jaguar. En un principio, esto produjo conflictos con otros vecinos, que poco a poco han venido entendiendo que un jaguar vale más vivo que muerto. La Fundación Panthera estima que en Brasil un jaguar genera 108.000 dólares por turismo al año. 

Casanare cuenta ahora con alrededor de 150 reservas de la sociedad civil, que fueron visitadas por más de 3.000 turistas extranjeros en 2022 –alemanes, holandeses, suizos, franceses, estadounidenses e ingleses, en ese orden, muchos de ellos en aviones privados, que aterrizan en pistas de las reservas – para ver pájaros, jaguares, hacer “safaris” en bicicleta–La Vorágine es una agencia que presta este servicio– y hacer turismo de naturaleza en general. Varios gobernadores han hecho un frente común para disminuir la dependencia del petróleo –en siete años ha bajado 30 por ciento–  en la economía del departamento y aumentar la del turismo. 

El punto amarillo que veo en mis binoculares puede ser el culo de un venado o un jaguar agazapado en el pasto de la llanura. El sol está a punto de ocultarse, en cualquier momento todo estará oscuro, el tiempo se acaba y es posible que me quede otro año más sin ver a un jaguar en La Aurora. Sin embargo, ya no tengo el mismo afán de antes. En 2022 no solo vi a un jaguar. Lo toqué.

Foto: Simón Posada.
Foto: Simón Posada.

Para profundizar

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Bacab fue sedado con dos dardos de ketamina y xilacina y fue llevado sobre una camilla por varios veterinarios a la sala de resonancia de la Clínica de Especialidades Veterinarias El Country, en el norte de Bogotá.

Cambio Colombia

Todos se preguntaban cuánto duraría el efecto de los sedantes, qué pasaría si se despertaba, por dónde debían escapar para salvar su vida, a qué perrito-paciente escogería para devorar primero. Sin embargo, era una preocupación que carecía de sentido: Bacab, el jaguar que estaba entrando a una clínica de mascotas en el norte de Bogotá, está casi ciego.

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Bacab llegó en un guacal de madera transportado por un camión desde Melgar hasta el norte de Bogotá. A través de los agujeros del guacal, le dispararon dardos para dormirlo. Foto: Giannina Brusatin. 

“Dios creó al gato para concedernos el placer de acariciar a un tigre”. Joseph Méry.

Hace cerca de 20 años, Bacab vivía en una finca de Caicedonia, Valle del Cauca, junto con un puma. Por alguna razón desconocida, su dueño huyó y dejó a los animales a merced de los trabajadores de la finca, que no tenían el dinero suficiente para alimentar a los felinos. En ese entonces, los animales de fauna silvestre abandonados en el Valle del Cauca –muchos de ellos por narcotraficantes– terminaban en el refugio Villa Lorena, donde los cuidaba Ana Julia Torres, una señora que le ha dado la vuelta al mundo por cuenta de una fotografía en la que está abrazada con un león conocido como Júpiter, que tuvo una agonía triste y muy mediática. “¿Cómo así que mi bebé se está quedando cieguito?”, me dijo por teléfono cuando la llamé para preguntarle por la procedencia de Bacab. 

León Jupiter
Júpiter falleció en marzo de 2020. Foto: Colprensa. 

En 2016, las autoridades le quitaron el jaguar y se lo entregaron al Zoológico de Cafam, Melgar. Tenía sobrepeso, estaba en 80 kilos y vivía en una jaula de cuatro metros cuadrados. Ahora pesa 70 kilos y está en una jaula mucho más amplia y cómoda que la de Villa Lorena, hasta mediados de 2022, cuando Camilo Isaza, coordinador del Bioparque Cafam, vio que estaba caminando de manera torpe, golpeándose contra varios objetos y, en ocasiones, tanteando con las manos el terreno antes de dar un paso. Por ello, aceptó la invitación de la Clínica de Especialidades Veterinarias El Country, que llevan años ofreciendo sus equipos de manera gratuita a todos los zoológicos del país. Son los únicos en Colombia que tienen a pocos metros de distancia un resonador y un TAC, por los que también han pasado, además de perros y gatos, un búho y una tortuga. Intentaron con un león del Zoológico Santa Cruz, pero no pudieron someterlo a anestesia.

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Foto: Simón Posada.

El privilegio de tener a semejante animal sedado sobre una camilla era para todos los veterinarios del lugar el equivalente a tener a una estrella de rock de huésped en la casa de una fanática por un fin de semana. Acostumbrados a atender a gatos caseros, que pesan entre tres y cinco kilogramos, tener a un jaguar de 70 kilos a plena disposición hacía realidad todos los sueños. Por esta ocasión única, la frase del escritor francés Joseph Méry no era ya más un consuelo: “Dios creó al gato para concedernos el placer de acariciar a un tigre”. Si el gato doméstico es el compañero de las brujas, no me quiero imaginar a quien acompaña el jaguar. No podría, en todo caso, ser menos que un dios. 

Foto: Simón Posada
Foto: Simón Posada.

Allí tuve al jaguar en mis manos –que es conocido como “tigre” en los Llanos Orientales”– para hacerle todo lo que se le suele hacer a un gato. Mientras los veterinarios le sacaban muestras de sangre, orina y un poco de líquido cefalorraquídeo con una aguja gigante, yo le tocaba las almohadillas de los pies, me chuzaba los dedos con sus uñas, le rascaba el cuello y le tocaba los dientes sin el temor de ser devorado en dos segundos por la mandíbula más fuerte del mundo. El jaguar ha sido un animal de poder para muchas culturas de América, un dios de la muerte, del cielo nocturno, del inframundo, de la agricultura, la fertilidad, los montes, las montañas, los volcanes y los terremotos.

Foto: Simón Posada
Foto: Simón Posada.

Pero en esa camilla Bacab no era más que un gato grande, ciego, viejo y cansado, con glaucoma –el diagnóstico final de la visita, ojo derecho perdido por completo–, que había sufrido mucho. “Un tigre que come de la mano”, como les dicen a los gatos en Japón. Un “minimo tigre de salón”, como escribió Neruda, algo muy lejano a los potentes jaguares que había buscado ver en La Aurora, que comen anacondas, chigüiros y becerros –se han detectado hasta 85 especies diferentes que conforman su dieta–. De hecho, les pregunté a los veterinarios que lo miraban en el TAC y en la resonancia magnética qué tan diferente era de un gato, que si podrían confundirlo por las imágenes arrojadas por las ondas de las máquinas si no supieran que en realidad, en la habitación, había un jaguar y no un gato doméstico. “Sí, es muy parecido. Sería un gato con mucho músculo, pero sí, podría parecer”, me respondieron.

Los veterinarios trataban de buscar en las pantallas alguna anomalía en el cerebro de Bacab, a ver si tenía un tumor o una inflamación en sus nervios ópticos que le hubiera dañado la vista, pero tenían un problema: no sabían cómo se verían esos daños en un jaguar, porque no tenían con qué compararlo. Si buscas un cáncer en un humano, por ejemplo, puedes comparar las imágenes de personas que, en efecto, hayan sufrido cáncer y saber bien cómo se ve esa anomalía en las pantallas, pero en un jaguar no existen antecedentes. Buscaron en Google y solo encontraron resonancias y TACS de tigres de bengala. Por teléfono consultaron a un experto en Brasil que había hecho estudios similares en pumas, le enviaron las imágenes por WhatsApp pero no había nada concluyente. Sabemos más sobre la superficie de la Luna y de Marte que del cerebro de un jaguar.

Foto: Simón Posada
Foto: Simón Posada

Ana Julia, la mujer que tenía a Bacab en su refugio en el Valle del Cauca, ha vivido con todo tipo de felinos y afirma que los jaguares son indomables. “Si vas a un circo, ves leones, ves tigres, pero no ves a un jaguar. Son bastante recelosos, jodidos, son más agresivos, más solitarios, más serios”, cuenta la mujer que fue fotografiada abrazando al león Júpiter, con el que vivió varios años y del que fue separada por las autoridades ambientales. 

Por más abrazos y cariño que les diera, tener a un animal de ese tipo en cautiverio requiere cuidados adicionales que solo pueden brindar expertos. La dieta, por ejemplo, es uno de los temas más complicados para entender de los grandes felinos. Ana Julia alimentaba a sus animales con carne que recibía de donaciones, con caballos o reses muertas por atropellamientos. Los policías y bomberos ya sabían a dónde llevar esos cadáveres.

En el Bioparque Cafam, por ejemplo, Bacab come 2,5 kilos de carne al día –carne de res, murillo, hígado, pollos enteros con plumas y hueso, vísceras, mojarras enteras–, menos los lunes y viernes, que son días de ayuno, algo normal en la vida silvestre. Un jaguar en el Hato La Aurora puede comer hasta ocho kilos de carne en un día y luego ayunar dos días seguidos y regresar por su presa para comer de nuevo. Ya estará llena de parásitos y gallinazos, pero en la naturaleza su organismo es capaz de liberar esos parásitos. En cautiverio no. 

Es por eso que Giovanny Castilla, uno de los guías de la reserva, siempre está atento a mirar hacia dónde vuelan los gallinazos, en especial en la mañana y en la tarde, que es cuando más avistamientos se han hecho. Buscar jaguares es muy parecido a pescar atunes, que se buscan en el mar siguiendo a los pájaros. En La Aurora se buscan en jeeps y camionetas, a veces a caballo.

Foto: Simón Posada
Giovanny buscando jaguares en el horizonte. Foto: Simón Posada.

Lo ideal es estar a 100 metros de distancia del animal, no bajarse del vehículo y no hacer movimientos ni sonidos bruscos. Si uno se encuentra a un jaguar a pie, lo mejor es alzar los brazos para verse más grande, no correr y dar pasos hacia atrás, alejándose, sin darle nunca la espalda. Tampoco es recomendable seguirlos. En una ocasión, Giovanny entró a un bosque con una turista siguiendo a un jaguar y el animal se les acercó. En un video tomado en el momento, su mirada intimida y sus orejas se movían sin parar. Eso ocurrió en un principio, cuando no tenían los protocolos claros, pero ya tienen extremo cuidado y nunca han tenido un percance. 

Foto: Simón Posada.
Foto: Simón Posada.

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Estaba con Giovanny en el jeep y le dije que se detuviera, que estaba viendo un punto amarillo en mis binoculares justo antes de que anocheciera. El atardecer, tan luminoso como el estallido de una bomba atómica, había desaparecido.

–Puede ser el culo de un venado o un jaguar –le digo. Él, sin necesidad de usar sus binoculares, siguió conduciendo, el ángulo de visión cambió y me di cuenta de que estaba viendo en realidad.
–El culo de un venado –dijo Giovanny, entre risas. 

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