Retamo espinoso, la re-mata que mata
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A propósito de los incendios que asolan los bosques del país gracias al calentamiento global y al fenómeno del Niño, se ha estigmatizado tanto al pino como al indestructible retamo espinoso en términos de especies malignas y culpables. También se habla de manos criminales: las que los sembraron. Sin embargo, hay una manera sencilla de controlarlo: el sombrío.
Por Carlos Mauricio Vega (*)
Especial para CAMBIO
No hay especies dañinas. Ni el pino, ni el eucalipto, ni el retamo espinoso, ni los sapos gigantes, ni las abejas asesinas, ni la sagrada hoja de coca merecen clasificarse así. Ni siquiera la especie humana, mal llamada sapiens. Todas ellas se adaptan al lugar a donde llegan, o a donde las llevan, y modifican su entorno.
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Pero hay un método, mucho más sutil y eficiente que la fuerza. Y es el sombrío. En efecto, el retamo sólo se reproduce en espacios abiertos. Si se le hace convivir con especies de porte más alto que sus escasos 1.80 metros de altura, desaparece, porque no puede sobrevivir en competencia por la luz como las especies nativas.
El retamo espinoso es una especie desértica que se defiende muy bien en climas secos y áridos, de temperaturas extremas. Los expertos discuten su origen, como la cuna de Homero: que si vino de la rocosa Grecia o del inclemente outback australiano. El caso es que algún inteligente lo trajo a la alta montaña tropical, es decir, a la Sabana, así como otro inteligente trajo el eucalipto, y otro la acacia, otro el pino, otro el urapán y otro el sauce, con fines de explotación maderera, desecación de pantanos, reforestación rápida, demarcación de predios o adorno, o todos al tiempo. La idea era enmendarle la plana a la naturaleza, corregirla y manipularla por procesos antinaturales.
Pero todo es natural. Hasta el teléfono que usted sostiene en este momento en sus manos, es natural. El litio de la pila viene de los salares de Bolivia y Chile, y sacarlo cuesta la vida de los crustáceos que habitan esos desiertos de los altos Andes. Para no hablar del coltán y del cadmio y del tugnsteno, salidos de las minas que Maduro negocia con los rusos, o explotadas clandestinamente en las selvas colombianas.
Pero volvamos al retamo. Como el pino, proviene de otras latitudes, y como el pino, es perenne: no pierde su oscuro follaje en los inviernos, gracias a un acertado manejo de su fotosíntesis, y se defiende de los fríos y de la mala nutrición gracias a la acumulación de aceites y resinas en sus tejidos. Dicho sea de paso, es la misma estrategia del frailejón. Su alimento, básicamente, es la luz. Usado como cerca viva, se vuelve en contra de sus avaros amos, los terratenientes, e invade potreros, montañas, cultivos, jardines, desplaza las especies nativas y todas las demás, y se ha convertido en la pesadilla de ambientalistas, cultivadores y caminantes. Si la semilla de la puya de páramo se reproduce por zoocoría, o sea que se transporta entre la mierda del oso, y la del poético diente de león por anemocoría, es decir se mueve por los aires, la del retamo espinoso se transporta por explosión: las cápsulas que las contienen explotan y proyectan las semillas a distancias cercanas a los veinte metros. Y si cada retamo produce entre 8ochoy veinte mil cápsulas de semillas por año, pues la batalla parece perdida.
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Su alimento, básicamente, es la luz. Usado como cerca viva, se vuelve en contra de sus avaros amos, los terratenientes, e invade potreros, montañas, cultivos, jardines, desplaza las especies nativas y todas las demás.
Se han emprendido múltiples campañas para combatir al retamo espinoso. Gonzalo Sánchez, un cruzado del páramo de Sumapaz que desde su atalaya de la Casita Feliz, a 4.000 metros de altura, lucha por recuperarlo de la agresión de los paperos, llegó a convocar al Ejército de Colombia para que, ante la retirada de la guerrilla, batallones enteros de dedicaran a mutilar el retamo a machetazo limpio. Pero sólo un imposible escuadrón de bulldózeres que removiera sus raíces, extendidas por todo el país, podría erradicarlo. Ni tampoco el fuego: las quemas sólo hacen más poderoso al retamo. Y también al pino, que se renueva en incendios de ramas secas y agujas rojizas, cuando el bosque está maduro, y vuelve a iniciar su ciclo a partir de las cenizas. El fuego hace que las semillas del retamo exploten más pronto: y las raíces leñosas se recuperan luego del incendio. Pero hay un método, mucho más sutil y eficiente que la fuerza. Y es el sombrío.
En efecto, el retamo sólo se reproduce en espacios abiertos. Si se le hace convivir con especies de porte más alto que sus escasos 1.80 metros de altura, desaparece, porque no puede sobrevivir en competencia por la luz como las especies nativas.
Eso no me lo enseñó ningún biólogo, sino Néstor Urrego, el guardabosque de Encenillos, una reserva de la sociedad civil de 190 hectáreas de bosque nativo ubicada entre Guasca y Bogotá, en el lecho de una antigua cantera de material calizo dedicado a las cementeras. Afortunadamente la cantera de la familia Höeck no pudo competir con otros monstruos como Samper, y se quebró, y sus descendientes dedicaron el precioso predio a la conservación.
Néstor se dedica a cuidar el pequeño relicto de bosque, encerrado entre papales y bosques de pino, y ha aprendido a lidiar con el retamo, sembrándole fronteras de árboles más altos. Para él, el retamo prospera allá donde nacen los potreros, que son pre-desiertos. Combatirlo implica recuperar parte de la vegetación original. Sin embargo, en predios abiertos en donde esa esperanza se ha perdido, el retamo parecería incontrolable. Y sin embargo puede ser útil. Una tesis de grado de 2019, escrita por la ingeniera Natalia Ortiz Alzate para la Universidad de la Salle, sostiene que el retamo espinoso o Ulex europeus L. puede usarse como agromanto o malla de fibra vegetal para control de erosión y deslizamientos. O sea, recuperación y consolidación de suelos. El retamo podría contribuir a sanar aquello que dañamos.
De manera que en esta época de temperaturas extremas y chispas espontáneas producidas en el suelo de bosques resecos, hay una esperanza basada en la ciencia y en el sentido común de recuperar aquello que en una época fue despreciado como simple mata de monte y consumido como leña.
(*) Al autor no le asiste autoridad diferente a la de su condición de montañista. Gracias a los campesinos, naturalistas, biólogos, geógrafos y filósofos que han contribuido a su conversión.