En la Antigua Grecia el teatro buscaba producir una catarsis en el espectador, la purificación a través de la experiencia del teatro. Buscaba que el espectador sintiera lo que los personajes sienten, que pudiera transitar por las emociones que se viven sobre el escenario. La palabra catarsis viene de la medicina y quiere decir “purga”, expulsar del cuerpo lo que es tóxico para sentirse sano, limpio. Se sigue llamando catarsis esa emoción que despierta el teatro, esa conmoción que produce lágrimas en las que se confunden la felicidad y la tristeza, que limpian el cuerpo y el espíritu.
Quienes tuvimos el privilegio de asistir a la primera función de Develaciones: un canto a los cuatro vientos vivimos una catarsis a la que deberíamos estar más expuestos nosotros los colombianos. No fue, como suele serlo, una catarsis individual, una purificación del cuerpo propio, sino una catarsis colectiva: por un instante –y creo que puedo hablar por todos los asistentes– nos conectamos no solo con los sentimientos de los personajes, sino con los nuestros, los del público. Sentimos el latigazo del dolor que deja la guerra, quedamos en silencio, sacudidos. Luego de ver la obra, comprendimos la pérdida, el desplazamiento forzado, el rompimiento de las familias, a través de las acciones teatrales; sin palabras, sin la odiosa distancia de las estadísticas, sin la manipulación de los grandes discursos.
Develaciones: un canto a los cuatro vientos es uno de los legados artísticos que deja la Comisión de la Verdad al país luego de cinco años de investigación sobre el conflicto armado. La obra es una rapsodia –los puristas del teatro podrán corregirme– en la que participan más de 100 artistas en escena, entre ellos el Colectivo Mafapo (Madres de Falsos Positivos), compañías de baile urbano del Chocó, la Fundación Sauyee´Pia Wayuu de La Guajira, la Guardia Indígena Nacional, Krump Colombia, las cantadoras de alabaos del río Guapi y grupos de bullerengue del Caribe colombiano. A todos ellos se suman las voces del poeta Juan Manuel Roca y la cantante Lucía Pulido, las telas de las tejedoras de Mampuján y el grafiti del artista Óscar González ‘Guache’.
La obra es codirigida por Iván Benavides, encargado también de la música, y por Nube Sandoval y Bernardo Rey, fundadores del Teatro Cenit, una compañía de teatro que nació en 1992 y que, luego de varios años de trabajo en Italia con refugiados de distintas partes del mundo, regresó al país a poner en práctica su idea del “teatro como puente”: una dramaturgia propia que, a partir del trabajo con víctimas y comunidades golpeadas por la violencia y la desigualdad, busca comprender y sanar mediante acciones teatrales sin muchas palabras.
Nube y Bernardo describen esta obra como un puente de piedras que van poniéndose en la corriente de agua para poder cruzar un río. La propuesta conceptual del guion fue esa: cada escena es una piedra que permite acercarse a la otra orilla del río, que es la obra terminada. Las piedras fueron poniéndose en conjunto con los actores, luego de un arduo trabajo colectivo, de semanas enteras escuchándose, aprendiendo los unos de los otros, dialogando. Pienso que la metáfora de las piedras y el río sirve también para entender el trabajo de la Comisión de la Verdad: se añade una piedra conforme se escucha a una víctima, y la otra orilla, lejana porque el río es tempestuoso, es la verdad que merecen las víctimas.
Laura Monroy-García, egresada de artes escénicas de la Universidad Javeriana y una de las actrices de la obra, me contó que durante el proceso de montaje hubo una pregunta que nunca dejó de hacerse: “¿Cuál es mi lugar acá? ¿Cuál es mi acción?”. Poco a poco se dio cuenta de que su acción, como la del resto de personas allí, era unirse con los demás a partir de la escucha y el diálogo profundo, reunirse y compartir más allá de la razón y la conversación. Una de las impresiones más fuertes de la obra es precisamente esa comunión de cuerpo que el público percibe que hay entre los actores, y eso es muy poderoso.
A Laura, como a mí, no le gustan las obras que buscan conmover o escandalizar al espectador. En esta obra, a pesar de que a todos nos conmovió, sucede algo distinto: no pareciera que fuera una actuación que busca controlar la reacción del público. Eso sucede, según Laura, porque la consigna de los directores de la obra es “hacer acciones” y no simplemente interpretar un guion en escena. “Se está viviendo algo real, una relación entre personas, objetos y espacios que va más allá de la actuación”, dice Laura.
Por eso la obra recurre a la metáfora y no al discurso, porque la metáfora propone imágenes y acciones que no quieren controlar la opinión del espectador, que no le dicen cómo tiene que pensar y cómo tiene que sentirse frente a lo que está observando (la manipulación emocional del espectador ha sido, por cierto, una táctica muy utilizada cuando se representa la guerra en el teatro). Cuenta Laura que, en esta obra, “la imagen propone un punto de partida, un espacio para que quien la observe, la complete”. Y esa imagen, llena de símbolos propios de las comunidades de donde vienen los actores, es la que abre el espacio ausente de palabras y lleno de sonidos musicales de gran belleza (en toda la obra solo hay un monólogo). El espectador interpreta esas acciones e imágenes, magnificadas por la música, y sacude sus emociones.
Develaciones es también un duelo. Pero no uno en el que debemos vestirnos de negro y sentir culpas, sino uno en el que podemos encontrarnos y reconocer que hubo –y sigue habiendo– un conflicto que dejó heridas, dolores. Los ritos fúnebres también se celebran, son el espacio en el que reconocemos la pérdida y comenzamos a elaborar, a construir. Esta obra es duelo, pero también nos ofrece la posibilidad de que hagamos un duelo, de reconocer el dolor de otros. Por eso el nombre de la obra: develar es quitar un velo, ver la tragedia del otro que, en este país, ha estado siempre cubierta.
Ese duelo es la catarsis, la conmoción, el sacudón de emociones que vivimos como espectadores. Y cuando cerró el telón, del otro lado del teatro, todos los que participaron en la obra tuvieron su propia catarsis, que también fue colectiva. Celebraron con llantos y abrazos el absurdo de haber logrado unir espiritualmente a tantas personas tan distintas. El absurdo de haberse conocido desde las acciones, desde el movimiento, y no desde las palabras. Quizás la última acción fue la más poderosa, fue un símbolo de unión que supera las palabras, un reconocimiento a la vida: mientras los actores lloraban de felicidad detrás del telón, la Guardia Indígena convocó un círculo y le entregó un bastón de mando a cada una de las Madres de Soacha, a ellas, el gran símbolo del duelo en Colombia.
Develaciones: un canto a los cuatro vientos se va a presentar en el Festival Iberoamericano de Teatro los días 14, 15 y 16 de abril en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Espero que tengan el privilegio de ver esta obra. Que expulsen lo que tengan que expulsar y se permitan sentir lo que tantos maestros quieren mostrarnos.