Gabriel Silva Luján
7 Marzo 2022

Gabriel Silva Luján

En defensa de las consultas

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En los dos últimos meses se puso de moda despotricar sobre las consultas interpartidistas. Desde diferentes rincones de la opinión, de la política y de la academia se disparan rotundas afirmaciones sobre el desastre que significa ese mecanismo para escoger el candidato de las coaliciones. Se les señala de toda clase de efectos perniciosos para la democracia sin reparar en ninguna de sus virtudes. 

 Esta avalancha de críticas y cuestionamientos ha convencido a un sector de la opinión de que este mecanismo electoral es innecesario, costoso y un simple procedimiento para tramitar vanidades y aspiraciones imposibles. Esa percepción no solo es equivocada, sino también peligrosa para la calidad y eficacia del proceso de decisión electoral del ciudadano. Las consultas o primarias pueden ser una herramienta muy útil para reducir el impacto de muchos de los fenómenos que afectan la transparencia electoral y que distorsionan la voluntad popular.

Las “elecciones intermedias”, es decir aquellas que ocurren previas a las que designarán en firme a quien ocupará un cargo, tienen primero que todo una racionalidad de depuración, no solo cuantitativa si no cualitativa. Contrario a lo que se dice coloquialmente, para la democracia es mejor tener más candidatos que menos. Desde la perspectiva de la calidad democrática de una elección el que múltiples voceros o líderes de diversos sectores aspiren a ocupar un cargo público específico incrementa el grado de representatividad y legitimidad generado por dicho proceso. Al competir con otro se le reconoce al contrincante -pierda o gane- su derecho a representar a todos.

Las virtudes de la competencia en los mercados políticos son aún más poderosas que las que se observan en los de bienes y servicios. En el caso de las consultas se puede probar, saborear, mirar por dentro y por fuera, darle la vuelta y mordisquear a todos los productos que hay en la góndola antes de escoger. En la tienda de la esquina si se le mete la uña al aguacate toca llevárselo. La competencia electoral no solo revela las diferencias programáticas e ideológicas, sino también las de carácter, las de estilo y las de integridad y honestidad. Un candidato como Alejandro Gaviria -sin estar sometido a la consulta- hubiera pasado como un rector y profesor desprovisto de mañas, sin que se hubiese debatido su propensión a hacer alianzas con maquinarias, expresidentes y políticos tradicionales. Sin escrutinio político, Petro se hubiera quitado de encima, impunemente, a Francia Márquez.

Las consultas también permiten la convergencia de matices y la consolidación de fuerzas diversas. Las primarias del partido demócrata arrancaron con 12 posibles candidatos que luego terminaron siendo siete los que llegaron a la elección. Entre ellos estaban desde Bernie Sanders, considerado de izquierda, hasta Bloomberg, uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos. Terminó ganando el actual presidente Biden, sobre quien convergieron los demás. A nadie se le ocurrió señalar que eran demasiados o que era desperdicio tener a tanta gente aspirando, o que eso no servía para nada. 

Al definir candidatos por voto popular se reduce la posibilidad de que las maquinarias y los escenarios cerrados impongan un candidato que no corresponda a la voluntad popular. Los mesianismos salen golpeados por las consultas dado que el caudillismo no es el más propenso a dejarse contar en medio de una competencia electoral. A los caudillos lo que les gusta es que los unjan.

Y cuando se hacen consultas simultáneas de diferentes coaliciones interpartidistas es todavía más revelador para el elector y para los ciudadanos. Ese es el caso que hoy se vive en Colombia. Porque en materia de perfil, ideología, comportamiento y mensaje ninguna consulta es igual a la otra. Está la consulta del silencio en la derecha; la consulta de la deliberación abierta en el centro, y la consulta de mentiritas en la izquierda.

Dictum: Que después de haber rogado, suplicado, entregado, concedido, obedecido, le hayan dado cita con Biden no es motivo de euforia, sino de vergüenza.

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