Enrique Santos Calderón
4 Septiembre 2022

Enrique Santos Calderón

AL QUE NO QUIERE CALDO...

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“Los Estados Desunidos de América” se titula la última portada de The Economist, que detalla las profundas contradicciones regionales y políticas que vive la primera democracia del mundo. Hace algunas semanas, luego de una breve estadía en USA, comenté aquí que ese país no iba bien (debilidad de Biden, malestar social, aguda polarización, pesimismo generalizado…) y que sería impensable que volviera a elegir al principal causante de sus males, comenzando por la erosión de sus valores democráticos y prestigio internacional.

Pero ahí está el hombre: belicoso y desafiante como siempre, advirtiendo que se lanzaría de nuevo a la Presidencia y ejerciendo sobre el Partido Republicano una férrea influencia que intriga a historiadores y politólogos. Cómo es posible —se preguntan— que alguien que se negó a aceptar su derrota en las urnas, subvirtió el proceso electoral, incitó a la rebelión y enfrenta varios procesos judiciales pueda ejercer aún tal liderazgo político. Es algo que desafía la lógica pero confirma que “en la política americana la integridad se volvió opcional”, como comentó en estos días The New Yorker.

Donald Trump logró revivir la paranoia anticomunista de los años cincuenta —el macartismo— y recónditos temores populares de que hay una izquierda radical que pesca en río revuelto para socavar a Estados Unidos. Recicló viejos odios y miedos para dirigirlos contra el pensamiento liberal y los medios informativos que presenta como bastiones de un establecimiento decadente y corrupto, que él combate.  Y que un prepotente multimillonario conocido por sus mentiras, arbitrariedades y triquiñuelas tributarias pueda otra vez presentarse como adalid de la ética o la renovación —y que la mayoría de republicanos le crea— indica que a la política gringa le está faltando no solo integridad sino coherencia.

Queda mucho tiempo y no está cantado que Trump vaya a ser candidato. Por ahora está en el plan de víctima tras el allanamiento de su mansión en Florida por el FBI en búsqueda de documentos confidenciales que sustrajo de la Casa Blanca. Declararse blanco de una “cacería de brujas” del gobierno Biden también le ha servido para fortalecer su base fanática y será interesante el desenlace de este enfrentamiento del caudillo con el Departamento de Justicia. Lo único claro hasta el momento es que el anunciado retorno de Trump ha recalentado el clima político en USA.

Pero como al que no quiere caldo le dan dos tazas, ahí tenemos también a Ron DeSantis, joven y carismático gobernador de Florida, el más probable sucesor y hasta ahora obsecuente seguidor de Trump, quien bien podría resultar igual o peor que su mentor. Hijo de la clase obrera, condecorado veterano de la guerra de Iraq, beisbolista destacado, graduado con honores de Harvard, bien plantado y con una familia modelo, DeSantis es también un político autoritario y ultraconservador, mimado de donantes billonarios y Fox News, de línea dura en política exterior, enemigo del aborto, la inmigración y el control a la venta de armas. Un personaje de cuidado. Mientras tanto, los demócratas siguen desdibujados, lo cual no es bueno para los vecinos del sur.

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El Gobierno colombiano no puede ser ajeno a los vaivenes de la política norteamericana que tanto repercuten por estos lados. Ya pasaron los tiempos en que Washington torpedeaba por principio a cualquier gobierno de izquierda en su “patio trasero”, pero habrá que ver cómo asimila las posturas del presidente Petro en asuntos tan sensibles como drogas, extradición o seguridad hemisférica. 

El silencio en la OEA frente a la dictadura de Daniel Ortega, el inusitado respaldo a la cuestionada Cristina Kirchner (antes del extraño atentado), el nuevo enfoque sobre extradición inquietan sin duda al Departamento de Estado. En cambio, el acercamiento y las relaciones con Venezuela mal podrían objetarlos cuando enviados de Biden se han reunido dos veces ya con funcionarios de Maduro. Es de presumir que la agenda exterior del Gobierno está pendiente de lo que sucede en el vecindario y preparada para toda eventualidad.

Por ejemplo, en el plebiscito constitucional que hoy se vota en Chile, ¿ganará el apruebo o el rechazo? En la presidencial del mes entrante en Brasil, ¿se elegirá a Lula o a Bolsonaro? Son cuestiones que impactarán directamente la política exterior colombiana. No es lo mismo para Petro tratar con un Lula amigo que lidiar con un Bolsonaro abiertamente hostil; con un Boric triunfante, y también amigo, que con uno derrotado en un proyecto en el que comprometió todo su prestigio.

Y por supuesto que sería mejor que tuviera en la Casa Blanca a un presidente demócrata en lugar de un Trump, un DeSantis o cualquier exponente de un Partido Republicano cada vez más regresivo y patriotero. A plata de hoy parece difícil, pero de golpe los demócratas se despiertan.

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