Daniel Samper Ospina
6 Diciembre 2020

Daniel Samper Ospina

Alias para políticos

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Partamos de una base: el director de Seguridad Vial nombrado por el gobierno de Iván Duque se llama Luis Felipe Lota y sus cercanos lo llaman Pipe. Pipe Lota; Pi-Pelota;  3,1416 Pelota (para sus amigos matemáticos). Un funcionario admirable que, no obstante el matoneo del que debió de ser víctima en su niñez, cumple día a día con su encomiable labor, mientras las burlas que despierta su nombre le rebotan, si me autorizan el término. Quizás por eso en el gobierno de la equidad están inflando su nombre, si se puede decir así, para que ocupe dignidades más altas: acaso hacerle justicia a su apellido en el ministerio del Deporte.

Sería redundante decir que lo que hicieron sus progenitores no tiene nombre: ¿acaso son amigos de los papás del exregistrador Juan Carlos Galindo, Juan Ca para sus compañeros de colegio? ¿Se conocen Pipelota y Juancagalindo?  Y si no se conocen, ¿qué esperan para hacerlo? ¿Qué aguardan para demandar a sus papás? ¿Cuál es el segundo apellido de Pipelota? ¿Vásquez? ¿Es Pi-Pelota de Vásquez? ¿Esa es la paz de Santos? ¿El hermano de Duque es mamón?

De Luis Felipe Lota sabemos poco: apenas que es pariente de Emperatriz Lota —mejor conocida como Empe, una modelo que aspiraba a salir en la revista SoHo— y del célebre Paco, eminente cirujano de glúteos.

Pero así como hay nombres que parecen apodos, hay apodos que parecen señas, alias que parecen pistas. Y de eso necesito hablar esta semana.

Desde hace cuatro décadas atravieso las noticias de la semana sin quejarme: me da igual que el camandulero y represivo jefe de Alejandro Ordóñez, Iván Duque, se autoproclame de “extremo centro”, oxímoron equivalente a ser “uribista independiente” o “petrista autocrítico”; me da lo mismo que Sergio Fajardo lleve un año pronunciándose a través de dibujitos a mano alzada como si su programa de gobierno fuera un post it: ¿por qué convierte cada declaración en un recordatorio, en un triqui? ¿Quiere que le digan que ahí está pintado? ¿Dibujará un ahorcado después de la investigación de la Contraloría?

Lo acepto todo, digo: que el presidente terne para magistrado a un imputado por Odebrecht; que Claudia López proponga un día sin adultos para que la ciudad quede en manos de Pachito Santos; incluso que el Consejo de Estado pretenda dar prevalencia en el uso del nombre al exclusivo Centro Comercial Santa Fe por encima del mejor equipo del mundo. Yo sé que se trata de un problema de marcas como los que aquejan a los albirrojos en el medio campo, precisamente; que la homonimia trae confusiones porque en el centro comercial también hay corredores, como en el equipo, y en los dos casos atienden a Millonarios. Y reconozco que no le falta razón al Consejo de Estado: finalmente, si alguien dice “Santa Fe goleó al deportivo Junior”, cualquiera puede pensar que se refieren al centro comercial.  ¿Pero a quién se le ocurre siquiera emitir semejante concepto? ¿Cómo pretenden que se rebautice el equipo, acaso? ¿Deportivo Independiente Atlantis Plaza? ¿Cobrarán multas a Gonzalo Jiménez de Quesada por haber bautizado la ciudad con el nombre del famoso centro comercial?

Soporto todo eso y mucho más, digo; pero, hablando de nombres, precisamente, lo único que me duele de ser colombiano es la forma mediocre en que en el bajo mundo se utilizan los alias.

Según las columnas de denuncia de Daniel Coronell que llevaron a la captura de Eduardo Pulgar, el mote con que sus secuaces se referían a él para confundir a las autoridades era “El man del dedo”. “Cuando nos referíamos a Pulgarete o el man del dedo, nos estábamos refiriendo a Eduardo Pulgar”, aclara el implicado, para tranquilidad de Germán Vargas Lleras, por ejemplo.

Y en las bruscas declaraciones a María Jimena Duzán, el exfiscal Néstor Humberto Martínez dijo que en los audios obtenidos por su Fiscalía hay uno en que Marlon Marín se refiere a Jesús Santrich con el alias de “el Ciego” o “Trichi”, o “el Ciego Trichi”. Y aunque lo diga Néstor Humberto Martínez puede ser cierto: este 2020 ha resultado tan extraño, que es probable que haya dicho una verdad.

¿Es en serio? ¿Es eso lo mejor que tienen nuestros delincuentes?

De la misma tradición de quienes llamaban con el alias de “la Mechuda” a un peluquero que tenía el pelo largo, o “el Canoso” a un jefe paramilitar de pelo blanco, llegan ahora los que llaman “el Pulgar” a Pulgar. Si tuvieran tratos con cierto senador costeño, despistarían a las autoridades con estas claves telefónicas:

—Hermano: estoy acá con el hombre que fue uribista, santista y ahora se hace llamar senador humano: te está buscando para proponerte una vaina en el Sena.

Ya había digerido que el Estado colombiano estuviera sembrado de nombres reales que parecen descripciones: el magistrado Malo, el magistrado Calvete. Incluso Margarita Cabello Blanco, como se podrá observar cuando deje de lado la henna.

Pero el facilismo de acomodar apodos como si fueran pistas no lo soporto. Merecemos mucho más como nación. El país jamás saldrá adelante mientras sus delincuentes violen todas las leyes, excepto la ley del menor esfuerzo. Hago un llamado a todos los bandidos. La mediocridad no puede ser deporte nacional. Ni siquiera cuando Pipelota sea el nuevo ministro de deportes.

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