Daniel Samper Ospina
30 Octubre 2021

Daniel Samper Ospina

Anatolio presidente

¿por qué Alejandro insiste en aliarse para cambiar la política con quien representa todo lo que hay que cambiar de la política?

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En la misma semana en que Caracol lanzó su célebre concurso Yo me llamo, la Coalición de la Esperanza y Alejandro Gaviria sostuvieron una reunión idéntica a la relación de Amparito Grisales con algunos concursantes: fría y distante. Uno de los testigos comentó, incluso, que hubo momentos destemplados —como sucede con los mismos participantes, precisamente— en especial cuando Alejandro Gaviria pidió la palabra y dijo:

—Yo me llamo César Gaviria. 

Posteriormente lanzó esa risa de relincho tan propia del expresidente por culpa de la cual Sergio Fajardo despertó sobresaltado, Juan Manuel Galán amagó con largarse a Soacha en su Renault Megan y Jorge Enrique Robledo se fue escurriendo en la silla porque ya no tiene ganas ni siquiera de pelear contra Alejandro Gaviria.

La semana no había comenzado bien, debo decirlo. Un senador llamado Anatolio salvó con su voto la modificación de la Ley de Garantías, gracias a la cual los gobernantes podrán comprar tejas y tamales con dinero estatal. El honorable no entendía nada de lo que sucedía: ya no digamos de qué ley hablaban, sino qué es una ley: para qué sirve. Pero tuvo la virtud de la obediencia cuando, inspirada en su patrón, Jennifer Arias, la uribista que preside la Cámara, le dio la orden:

—¿Cómo debo votar? —preguntó Anatolio.
—Anatolio, vote sí.

Y Anatolio votó sí.

Como telón de fondo, el presidente Duque decidió hablar ante las tropas con una voz semejante a la de ALF, el extraterrestre de los años ochenta: “Yo me llamo la ronca de oro”, dijo, después de haberles gritado. Alexander Vega advirtió que solo será registrador de quienes crean en él.

Y por si faltaran noticias dramáticas, el centro político se agrietaba en medio del tedio general, sin que nadie se erizara, después de una reunión lánguida en que sus integrantes fueron incapaces de deponer sus egos: ¿no se suponía, acaso, que los caudillos eran los demás? ¿Estaremos obligados a elegir entre ser hollmistas o ser un “joven cabal” porque los políticos de centro fueron inferiores a su oportunidad? ¿Ese es el nivel que merecemos? ¿Esa, la paz de Santos? ¿El hermano de Duque es mamón?

He visto con conmiseración cristiana la forma en que la coalición de centro lleva meses arrastrándose lánguidamente por todas las capitales colombianas en unos planes en que es imposible saber quién se aburre más: si quienes los escuchan o ellos mismos. Los vi comer pastel de garbanzo en Cúcuta; discutir políticas agrarias en Manizales ante la imagen en pantalla gigante, como de partido de fútbol, de Jorge Enrique Robledo, que no pudo asistir en persona. Se han paseado por Tunja, por Ibagué, por Santa Marta: siempre los mismos, siempre para hablar de lo mismo. En redes vi fotos suyas en un salón comunal en Montería, agobiados de calor, ante cinco héroes que asistieron para escucharlos.

Resultaba lamentable, por eso, que semejante esfuerzo terminara en este naufragio prematuro, sin pena ni gloria, todo por culpa de que Alejandro Gaviria arrastra por la cola a César Gaviria, a quien los demás no quieren recibir: idéntico a lo que sucedió en el 2018. Todos fallan: ¿por qué Alejandro insiste en aliarse para cambiar la política con quien representa todo lo que hay que cambiar de la política? Y de otro lado: ¿no resultaría un verdadero desafío para Sergio Fajardo, si de verdad es profesor, enseñar a leer a Simón Gaviria antes de ofrecerle, por ejemplo, un ministerio desde el cual pueda protegerse del escándalo de Odebrecht?

Cualquiera sabe que las próximas serán las elecciones de la coaliciones y que las hay de todos los gustos: la de Petro, montada a manera de escenografía para que resulte ungido hasta por Roy Barreras; la de derecha, en que despunta Peñalosa y aguarda Vargas Lleras, que pretende llamarse la Coalición de la Experiencia, pero deberíamos bautizar como la Coalición de los Mochos; la de la ultraderecha, en que se destacan la científica y humanista María Fernanda Cabal, el tik toker Oscar Iván Zuluaga y un vaquero ungido por Tomás Uribe; la del duquismo en que está el célebre estadista Miguel Ceballos, del Movimiento/Revista Tu, y su sombra; y en teoría la de centro que, dividido, tiene el mismo chance de pasar a la siguiente ronda que el concursante de Yo me llamo que imitaba a Shakira: tenía el mismo bigote que Anatolio. Y se movía menos que Gerlein.

En otro momento de mi vida clamaría por la unidad: Alejandro y Sergio, ¡únanse!, les diría. Pónganse sus bicicleteros y suban a Patios mientras hablan de Piketty; compartan platos en un restaurante y pónganse de acuerdo en sus programas. Así estén vacíos. Los platos, quiero decir. No los programas. 

Y, por esa misma vía clamaría por nuevas uniones: presidente Duque y ALF, ¡únanse! ¡Los dos tienen muchas cosas en común! ¡Viven en otro planeta y saben hacer reír a la familia colombiana!  Doctor Miguel Ceballos y margen de error: ¡únanse! ¡Unidos pueden superar el punto porcentual! Anatolio y registrador Vega: ¡únanse! ¡Anatolio confía su forma de votar en quien sea: con seguridad confiará también en las matemáticas del señor registrador!

Pero la verdad es que la política colombiana es decepcionante y que se unan Gaviria y Fajardo no será mi preocupación. Allá ellos. Existen nombres más atractivos para la actual coyuntura del país como el que quiero proponer: el de Anatolio Hernández. Un hombre sencillo que no se engancha en lamentables peleas de ego, ni sabe quién es Piketty, pero su tono menor es práctico y convincente. Doctor Anatolio: láncese. Usted representa a la verdadera Colombia; a la Colombia que no sabe votar (y termina votando por el que le diga Uribe, o el que le diga César Gaviria, o el que le diga alguien). Su “Anatolio, vota sí” es más poderoso que cualquier “Se puede”. Como miembro del partido de la U, y juicioso aliado del Centro Democrático, jamás se le ocurriría poner reparos a la fuerza refrescante de César Gaviria, de su hijo Simón, y de lo que los dos representan: tampoco la de Juancho Cristo. Mucho menos a la de Armandito Bendetti o Roy Barreras, mi Anatolio Humano. Es usted, por eso, el verdadero candidato de la unión. Salve a Colombia, Anatolio. Anímese y vote sí. Como Jessie Uribe con la mayoría de participantes de Yo me llamo.

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