Daniel Samper Ospina
18 Diciembre 2021

Daniel Samper Ospina

Cosas que hay en el pesebre

Cuando mi mujer llegó a la casa, me encontró roncando como Papá Noel el 25 de diciembre, o como senador colombiano en cualquiera de los cuatro meses de vacaciones que tiene al año.

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Supe que ya no era joven cuando desempolvé la caja donde está el pesebre y llamé a mis hijas como si fuera Claudia López y las dos trabajaran en el Distrito:

- ¡Dónde están esas niñas! ¡Que vengan ya a arreglar este pesebre, que este pesebre no se arma solo! 

Lo dije con una energía que parecía rabia, es verdad, pero que de todos modos era entusiasmo: como lo vengo haciendo desde hace ya quince años, qué vejez, cuando nació mi hija mayor. Desde entonces me propuse repetir cada diciembre el mismo ritual feliz que consiste en dejar de lado mis obsesiones laborales, no pensar en política, ni para el caso en elecciones, ni en las listas al Senado siquiera, y decorar la sala como si en la casa fuéramos esa familia digna de comercial de la Fina Chifón.

Pero era arar en el desierto: por mucho que gritaba, nadie aparecía. Ni mi hija menor, ni mi hija mayor, ni mucho menos mi mujer, a quien terminé llamando por teléfono para preguntarle si había sucedido alguna tragedia familiar por culpa de la cual yo estaba como Macaulay Culkin en diciembre: solo en casa.

- ¿Encontraron un laboratorio de coca en la finca o algo así como para que no haya nadie en esta casa el día en que se arregla la navidad? -le reclamé.
- Las niñas no están porque ambas tenían una fiesta -me dijo acelerada.
- ¿Cómo así que una fiesta? Dirás una novena…
- Una fiesta donde un amiguito; y yo estoy saliendo de compras.

Una fiesta con hombres, eso quiso decir. Una fiesta en la que no cantarían los villancicos del coro de Charito Acuña sino las canciones de Bad Bunny: el reguetonero que, a fuerza de tener que oírlo en el carro a todas horas, se convirtió en  mi odio preferido de  2021: el mismísimo autor de “Callaíta”, cuyas líricas dicen “ella es callaíta, marihuana y tequila gozándose la vida, como es”, entre otras frases sin sintaxis, cantadas con modulación de boqueto, con las que describe a una mujer que hace en las fiestas lo que los peces en el río en los villancicos.

¿Qué quedó de ese par de niñas que se peleaban por acomodar las ovejas al lado de los cisnes de plástico? ¿Qué se hicieron? ¿Fueron sino rocío de los prados? ¿En esto consiste envejecer? ¿En armar el pesebre solo? ¿En citar poemas de la lengua castellana?

Callaíto me vi yo, entonces, frente a las piezas del pesebre que fui desempacando una por una, en deprimente soledad, mientras me prometía a mí mismo despejarme de las noticias políticas y acomodar cada muñeco en el paisaje de falso musgo de la chimenea como si fueran renglones de una lista al Senado y yo fuera Gustavo Petro en persona: le di prioridad a los obvios; a María, a José, a María José, mejor dicho, como si fuera apellido Pizarro. A Melchor lo puse al fondo y a lo lejos; a un pastor, semejante al pastor Saade, al pie de la Virgen, para que la adoctrinara en su teoría del aborto cero. Improvisé un río de algodón que desembocaba en un lago de espejo en cuyas aguas de mercurio flotaban dos patos de tamaño desproporcionados y sapos de todos los colores, como los que abundan en cada lista, precisamente.

La luz de la tarde lamía las paredes al caer, mientras la melancolía me devoraba. Nunca nadie está tan solo como quien decora su casa de navidad sin ninguna compañía. Recordé entonces aquellos diciembres recientes en que mis hijas eran dos niñas ingenuas y mi mayor angustia consistía en responder las persistentes preguntas que me formulaban para explicar los misterios de la navidad, tarea particularmente difícil en Colombia donde el Niño Dios y Papá Noel parecen ejercer la misma labor: ¿cómo conciliar los dos roles laborales sin que choquen? ¿Cuál de los personajes sobreviviría a un recorte? Y sobre todo: ¿quién manda más? ¿El Niño Dios es el CEO y el otro un simple jefe de logística, casi un rappitendero? ¿O al revés:  Papá Noel preside la corporación e incluso puede lanzar una OPA por Belén y por el Niño Dios, alentado por Gillinski? 

En estos tiempos de corrección política, además, no faltará una ONG que demande a Papá Noel por la explotación laboral a la que somete a los duendes de su fábrica de juguetes, a quienes encierra de día y de noche en galpones, sin luz natural, víctimas de una esclavitud moderna que en nada se diferencia de la de los niños vietnamitas que cosen los tenis de las mejores marcas gringas.

Me serví una copa de vino y me dispuse a colgar las bolas del árbol mientras rumiaba mi tristeza. Es navidad; es tiempo para estar en familia, como si fuéramos una lista al Congreso. La del Pacto Histórico donde están la esposa de Roy Barreras, la esposa del parapolítico Miguel Rangel, la cuñada de Camilo Romero, la hermana de María José Pizarro. O la del Nuevo Liberalismo, decidida por dos hermanos que están más unidos que nunca, a diferencia de mis propias hijas, que pelean por la ropa todas las mañanas. O, la lista de la Coalición Centro Verde, o como quiera llamarse, en que, ay, está mi primo Miguel: ¿existe peor tragedia que tener un pariente en la política? ¿No era suficiente con su Papá Noel? 

Cuando mi mujer llegó a la casa, me encontró roncando como Papá Noel el 25 de diciembre, o como senador colombiano en cualquiera de los cuatro meses de vacaciones que tiene al año, o durante las jornadas legislativas: es lo mismo. Mis hijas también llegaron y no se ahorraron crítica alguna:

- ¿Y este pesebre? ¿Por qué los Reyes Magos están separados? -preguntó mi mujer.
- No sé: se fueron polarizando… -me defendí.
- ¿Y Baltasar por qué está caído? -observó la mayor.
- A lo mejor no es Baltasar sino Juan Carlos Echeverry -respondí.
- ¿Quién? -preguntó sin entender.
- ¿Y al Niño Dios por qué lo pusiste entre dos vacas? -atacó la menor.
- No es un Niño Dios: es un joven cabal. Lo puse ahí porque las vacas son de Fedegán.

En diez minutos me demostraron que había incumplido la promesa de desconectarme de las noticias políticas y reorganizaron el pesebre. Mientras lo hacían, quitaron los villancicos de Charito Acuña y pusieron canciones de reguetón. Pero con tal de tenerlas cerca no dije nada y me quedé como la musa de Bad Bunny: callaíto. 

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