Con ustedes, la versión revisada por la OMS de las fábulas para niños adecuadas al coronavirus y a las noticias nacionales.
BLANCA NIEVES Y LOS SIETE ENANITOS DE LA SERGIO.
A una hermosa muchacha que se hacía conocer con el alias de Blancanieves la detestaba su cruel madrastra, que tenía como hábito conversar con su espejo mágico a modo de selfie:
—Espejito, espejito: ¿cuál es la canciller más bonita?
El espejito solía decirle que ella, hasta que un día la madrastra lo encontró de mal genio:
—Cualquiera menos tú, hasta Carlos Holmes; pero la mejor canciller sería tu hijastra Blancanieves.
Presa de los celos, la terrible mujer pidió a un cazador de su partido que se ocupara de Blancanieves en el bosque. El cazador les dijo a sus hombres: “que parezca una baja en combate”, pero al final se conmovió, y la bella muchacha huyó entre árboles hasta que dio con una pequeña casita donde vivían siete enanitos, todos de la Sergio Arboleda, que trabajan en una mina de Minesa (y pretendían explotar el páramo de Santurbán).
Cuando la madrastra se enteró de que Blancanieves vivía, se disfrazó de una humilde vendedora ambulante y regalole una manzana podrida del ejército, y Blancanieves cayó, víctima de un forcejeo.
Un apuesto príncipe de sombrero aguadeño que pasaba por el lugar en su caballo de paso fino la vio:
—¡Qué bella dama! –exclamó—. Seguro ya no quedan más UCIS y por eso agoniza acá.
Acto seguido, la revivió con un toque en el codo y se fueron a pasar juntos la cuarentena, mientras Iván Duque nombraba a los siete enanitos en cargos de gran importancia nacional para los que no estaban preparados.
LA CENICIENTA.
A una bella empleada doméstica, de pequeña boca preciosa, la invitaron a una fiesta clandestina en Cali con las hijas de su patrona, unos concejales y además un mágico, si saben a lo que me refiero. La pobre mujer vio tutoriales para hacerse un tapabocas, pues no le alcanzaba ni para eso. Su sueño era subir fotos a Instagram con una aplicación que tenía unos filtros increíbles, pero que se desinstalaba automáticamente a las doce en punto de la noche.
La bella joven subía fotos espectaculares a sus historias en la fiesta y despertó la atención del mágico:
—Ve, muñeca, qué tapabocas más hermoso –díjole, para romper el hielo.
—Lo hice yo misma –repuso ella.
Súbitamente la policía allanó en el lugar y, en la estampida, la joven dama perdió la máscara.
El mágico terminó encontrándola y al día siguiente pidió a sus escoltas que buscaran a una mujer de boca pequeña a la que el tapabocas le ajustara:
—Que le horme bien lindo –ordenó.
Lleváronle a Marta Lucía Ramírez, pero el mágico dijo:
—No puede ser ella, es muy bocona.
Violando su reclusión, el expresidente Uribe le llevó una boquisucia que lo insultaba; el exregistrador Carlos Ariel colgose una peluca para hacerse pasar él mismo por dama. Pero nada.
Al final del día por fin apareció la empleada doméstica, a la cual su patrona acababa de despedir sin indemnización. El mágico le compró tapabocas N95, le pagó operación estética; se fueron de rumba a una biodiscoteca de Juanchito y fueron felices para siempre.
PULGARCITA.
Un pequeño ser hizo un traje biomédico y se fue por toda la aldea con un megáfono pidiéndole a la gente que no saliera de la casa.
—Mi hermano, no salga o le clavo multa —gritaba como loca, mientras la ciudadanía se moría del susto.
Como era diminuta, vivía en una caja de zapatos marca Ferragamo, para furia de su dueño. Sucedió entonces que Pulgarcita se internó en el bosque y allá se encontró con otro Pulgarcito:
—¿Y tú quién eres?
—Soy Eduardo Pulgar. Estoy huyendo de la Corte Suprema en este bosque —le dijo, y siguió su camino.
En ese momento apareció un ogro, el Ogro Humano, que quería devorarla:
—Soy el sexto mejor ogro del mundo, y te daré un subsidio y te devoraré —amenazó.
Pulgarcita logró escapar de la casa del ogro (que quedaba en Santa Ana de Chía) y se voló a un supermercado con su pareja, donde fue feliz y tuvo que pagar una multa.
LOS TRES CERDITOS Y EL LOBO FEROZ.
Había una vez tres cerditos que estaban confinados en cuarentena.
—Qué bueno que pudimos mejorar el rancho que hicimos con la paja que tomamos de los discursos sobre la economía naranja —dijo uno mientras tocaba la guitarra.
Apareció entonces en su avión privado el lobo del bosque.
—Ábranme, cerditos, o entono la canción O Sole Mío –amenazó.
El lobo comenzó a cantar ópera y los cerditos por poco se suicidan.
Cuando el lobo se fue a Miami, aprovecharon la reapertura del sector de la construcción y rehicieron su rancho con troncos que obtuvieron del suspendido rentado criollo.
—¡Así estamos más seguros! —exclamó un cerdito mientras hacía cabecitas con una pelota de fútbol.
Pero el lobo regresó y entonó otra ópera, y escupió gotículas a través de su tapabocas Louis Vuitton.
Los cerditos tomaron varias columnas del propio lobo y con esos ladrillos blindaron la casa. El lobo, decepcionado, guardó silencio y cruzó los dedos para que hiciera lo mismo Alex Saab.
***
Quedan pendientes la historia de Rapunzel y la tutela que interpuso para poder salir de su torre y la del abuelito Gepeto, al que le dictaron medida de aseguramiento mientras su títere lo defendía y volvía trizas el Estado de derecho apropiándose de todos los entes de control. Serán para futuras ocasiones.