Daniel Samper Ospina
25 Septiembre 2021

Daniel Samper Ospina

Duque después de presidente

¿O acaso conoció a Duque en su viaje al espacio, precisamente, porque Duque vive en la estratósfera? ¿Lo quería estudiar en calidad de extraterrestre? ¿Duque coló a su hermano en la cena? ¿El hermano de Duque es mamón?

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No confío en los millonarios extranjeros que reciben a políticos colombianos, excepción hecha con Donald Trump que, en su momento, sostuvo una cordial y franca conversación sobre problemas y  perspectivas  de la región con Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Recordemos la escena. Los dos expresidentes consiguieron colarse en el club Mar-a-Lago; montaron guardia al lado del baño de varones para estar listos en el momento en que apareciera Trump y se fueron tras él cuando el propio Trump estaba a punto de hacer con su emergencia sanitaria lo que el gobierno de Biden con Duque: cortar el chorro. Los expresidentes, entonces, se acomodaron en los azulejos del lado y saludaron al magnate de orinal a orinal, y posteriormente Pastrana ofreció el parte de victoria en su cuenta de Twitter: no en vano es la red social del pajarito. Quién iba a imaginar entonces que el doctor Pastrana resultaría salpicado, pero en años posteriores y por otros motivos.

Diferente a aquel magno suceso fue lo que tuvo que presenciar la humanidad esta semana cuando Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, el mega millonario dueño de Amazon, organizó en su mansión una cena para Iván Duque un martes cualquiera. Así como suena. Le dijo a su mujer que venían los Duque Ruiz, que se inventara un menú rico: ¿de qué sirve, Señor, ser el ricachón más grande del mundo si uno dilapida sus horas organizando cenas para presidentes de repúblicas bananeras? Eres Jeff Bezos, Jeff: ¡puedes hacer lo que quieras! En lugar de organizar la mesa para recibir a María Paula Correa, al exministro Pinzón y a aquel presidente rollizo de Columbia que te sentaron enfrente, y que no para de picotear almendras y de hablar de sus gestas grandilocuentes en un inglés casi perfecto, mientras te explica los preceptos de la economía naranja a través de los siete enanitos; en lugar de eso, digo, vive: ¡vive, Jeff! Viaja en tu avión. Compra una isla. ¡Emborráchate en tu yate con unas modelos! Y si insistes en cenar en tu casa con alguien, porque amaneciste casero, piensa en cualquier persona que te resulte admirable, cualquiera, que a todas tienes acceso: invita a Messi a jugar Play Station; invita a Paul Mc Cartney para un karaoke: invita a la bella Natalia Jiménez, de la Voz Senior, la mujer que se abudineó el corazón de la familia colombiana. 

¿Pero a Iván Duque? ¿A Juan Carlos Pinzón? ¿De qué habla uno con Juan Carlos Pinzón? ¿De cuando publicó en campaña su número telefónico para que alguien lo llamara, así fuera Vargas Lleras, como efectivamente sucedió? ¿Cómo rompe uno el hielo con María Paula Correa? ¿Preguntándole por conocidos del colegio Los Nogales?

La humanidad está enferma, Señor. La fortuna de Jeff Bezos asciende a 210 mil millones de dólares: ¡210 mil! El millonario que, paradójicamente, vive pelado, hace poco estuvo en el espacio en un cohete propio: ¿se puede pasar de semejante plan a recibir a los Duque Ruiz en una cena protocolaria? ¿De ese tamaño es su tedio de hombre rico? ¿O acaso conoció a Duque en su viaje al espacio, precisamente, porque Duque vive en la estratósfera? ¿Lo quería estudiar en calidad de extraterrestre? ¿Duque coló a su hermano en la cena? ¿El hermano de Duque es mamón? 

210 mil millones de dólares. Con ese dinero yo rasparía hasta el último hueso de mis cuentas de ahorros. Viajaría cada puente; comería donde los Rausch, con todo y postre; montaría en calesita. 

Pero el señor Bezos, en cambio, ejerce como máximo millonario del mundo organizando cenitas de martes para comitivas del tercer mundo, en actitud semejante a la del propietario de Chocolates Mars, a quien Duque quería conocer desde siempre.  Bien: el dueño de Chocolates Mars también lo recibió y escuchó con paciencia el informe que Duque le rendía  con la boca llena de caramelos: “Lo que estamos haciendo con la migración es algo histórico, semejante a nuestro cerco diplomático, apenas comparable al muro de Berlín”. “Acabo de escribir otro libro de economía naranja con Felipe Buitrago —Buidrink, en inglés—”.

El asunto es que a cada uno de esos millonarios —aunque esto no lo cuenta la prensa— Duque les entregó la hoja de vida. Esa fue la razón verdadera intención de su correría personal por Norteamérica. Después del 7 de agosto de 2022, el niño del Rochester sabe que el destino lo trasladará lejos de su casa de Cedritos, máxime si Gustavo Petro obtiene la presidencia: porque la ingratitud de Petro podría llevarlo a no ofrecerle embajada al mayor responsable de su triunfo, que es el propio Duque. ¿Y qué empresa contrataría al doctor Iván en Colombia después de haber dejado en evidencia sus desastrosas dotes de administrador? ¿A qué podría dedicarse una vez se asiente en la vida real? ¿Será —como corren rumores en las redes digitales— columnista de Semana? ¿Coach motivacional de conferencias, con micrófono de diadema? ¿Guía turístico en Panaca? ¿Hará la 21 en los semáforos? ¿Irá tras el puesto de Juan Diego Alvira? 

Sí: puede hablar en emisoras algunas mañanas. Presentar un segmento con preguntas sobre rock en Radioaktiva.

Pero nada se compararía al lado de su sueño de siempre: trabajar en una chocolatería o en el otro Silicon Valley de la región. De ahí que, antecitos de despedirse y de haberle explicado que gracias a él Polombia había pasado del estallido social al estallido de creatividad, el presidente le hubiera mostrado a Bezos sus fotos disfrazado de indígena.

—I came from Amazon too —le dijo.

Luego le entregó carpeta de la hoja de vida mientras le anunciaba,  en clave, que venía recomendado:

—Que Luis Carlos Sarmiento le manda saludos. Y que lo quiere mucho.

Y ya en la puerta, al despedirse, alcanzó a darle una moneda bañada en oro a modo de recuerdo. 

Por fortuna no pidió el baño antes de salir. Habría podido encontrarse con Uribe y con Pastrana.

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