Daniel Samper Pizano
11 Octubre 2020

Daniel Samper Pizano

El club del clan

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Los clanes nacieron en Escocia hace mil años. Eran familias que se unían para progresar y defenderse. A Colombia el concepto llegó hace algunas décadas, se revolvió con el impulso de corrupción y surgió el clan criollo. En el mapa del poder ya existían los jefes de la oligarquía liberal-conservadora, los clubmen, dispuestos a colocar bien sus descendientes. Luego aparecieron las roscas, en las que cuenta menos la solidaridad de clase y de partido y más el interés de promover alianzas punibles para repartir puestos y contratos. En el clan criollo los lazos de sangre son muy importantes; la política pasa a ser asunto de familias, los apetitos de poder se tornan desmesurados y en algunos casos añaden violencia y crimen al menú.

León Valencia, politólogo y narrador (acaba de salir su novela La sombra del presidente), es especialista en Los clanes políticos que mandan en Colombia, justamente el título de un libro suyo. Allí presenta, como en una pavorosa pasarela, los 19 clanes más temibles y poderosos esparcidos por la geografía colombiana. Siguiendo las huellas de su trabajo, hago una síntesis de los siete más notables:

Clan Char: Herederos del empresario Fuad Char, reinan en el Atlántico y tienen alianzas con otros clanes, como los Guerra, de Sucre. A él pertenecen seis congresistas, el alcalde de Barranquilla, la gobernadora del departamento y el presidente del Senado. Hace poco María Jimena Duzán denunció un presunto acto de corrupción del exalcalde Alejandro Char, y el columnista de El Espectador Alfredo Molano Jimeno señaló que este grupo es responsable de “la máxima tecnificación en el sistema de compraventa de conciencias, votos y favores políticos”.

Clan Cotes: Según Valencia, se trata de “una familia poderosa, aliada con grupos criminales y un control mafioso de la política”. Tiene vínculos con paramilitares y su territorio es el Magdalena, donde en las últimas elecciones sufrió esperanzadoras derrotas.

Clan Gnecco: Procedente de la Guajira, el clan desembarcó en el Cesar a mediados de los años ochenta. Primero ayudó a financiar campañas y posteriormente, con ayuda de jefes paramilitares, lanzó sus propias listas y ha elegido gobernador un par de veces. El último fue sentenciado en julio a cinco años de prisión por corrupción electoral y absuelto después.

Clan Aguilar: Entró en la política a principios del siglo XXI, cuando Hugo, su fundador, fue elegido gobernador de Santander. Condenado luego por parapolítica, sus hijos tomaron las riendas y controlan por turnos alternos una silla en el Senado y la gobernación.

Clan Besaile: La cabeza del clan, Musa, llegó a la Cámara en 1998 aliado con los De la Espriella y en 2014 con el célebre Ñoño Elías, dueño de su propio subclan en el mismo departamento de Córdoba. Ha seguido ganando elecciones pese a sus vínculos con el escándalo de corrupción de algunos magistrados de las Cortes. Su hermano heredó la senaturía.

Clan Toro: La exsenadora y gobernadora Dilian Francisca Toro comanda en el Valle del Cauca uno de los clanes más sólidos del país. Eligió en 2018 dos senadores, cuatro representantes y numerosos alcaldes. Su marido fue senador en 1998-2002 y ella cuenta con cuotas en el gobierno nacional. Misiá Dilian suena como precandidata presidencial.

Clan Guerra: Los Guerra Tulena y Guerra de la Espriella constituyen un antiguo y poderoso clan sucreño. Lo encabeza la exministra y senadora María del Rosario. Su tío Julio César y su tío Hernando han sido gobernadores. Joselito, su hermano, y Miguelito, su primo, fueron condenados respectivamente por el proceso 8.000 y por parapolítica. Su marido, Jens Mesa Dishington, preside el poderoso gremio de palmicultores (Fedepalma), cargo que heredó del senador Antonio Guerra, su cuñado.

Agencia Nacional de Terratenientes

Precisamente el clan Guerra se relame desde hace días con la posibilidad de que la Agencia Nacional de Tierras (ANT) esquive, mediante una discutible y compleja medida, el mandato constitucional que solo le permite entregar terrenos baldíos a los campesinos pobres y abra la puerta a los voraces palmeros. La medida está en proyecto, pero pinta mal la situación para los campesinos, como lo han advertido, entre otros, el centro de estudios Dejusticia y el jurista Rodrigo Uprimny. Pinta mal porque el afán de ayudar a agroindustriales proviene del propio presidente Iván Duque, quien entregó la agencia a los palmeros. Su directora, que, para variar, fue compañera de Duque en la universidad que sabemos, trabajó cinco años en Fedepalma, y de allí salió a la ANT. Pero no aterrizó sola. LaSillaVacía publica los nombres de cuatro altos funcionarios que laboraban bajo el mando del esposo de misiá Rosario y desembarcaron en la Agencia, donde su hermano, Gunnar Mesa, ha firmado en los últimos meses dos contratos de asesoría por 207 millones de pesos.

Es que los clanes criollos comen cada vez más y amplían su sombra gracias al desmoronamiento de los partidos y el auge del caudillismo y la corrupción ¿Cuántas curules, ministerios, gobernaciones, alcaldías, institutos, agencias están en su poder? ¿Cuánta plata manejan? ¿Cuántos delitos han cometido? Un Char ya es cabeza del Congreso y a su hermano lo engordan para que presida este pobre país. ¿Terminaremos gobernados por un club de clanes?

Esquirlas. 1. La periodista Cecilia Orozco denuncia la cercanía de la Universidad Sergio Arboleda y su rector (“cogobernante en la sombra”) con la extrema derecha cubana de Miami, que apoya a Trump y ha logrado meter a Colombia en la campaña a favor del peor presidente que ha tenido Estados Unidos. ¿Para quién trabajan Duque y los archiduques? 2. Sigo citando a colegas: ahora para adherir al artículo en que Gloria Arias expresa su admiración por el valor y la serenidad de Iván Cepeda y subraya el contraste con los desafueros de su némesis, Álvaro Uribe. 3. Falleció en su país Diego Asencio, el embajador de Estados Unidos secuestrado con otros diplomáticos por el M19 en una recepción. Buen embajador y buen tipo.

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