Daniel Samper Pizano
2 Mayo 2021

Daniel Samper Pizano

El fracaso planetario

El mundo está perdiendo la prueba histórica de su capacidad de defensa solidaria ante una amenaza global.

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Hace años yo era tan aficionado a las obras de ciencia ficción que me gradué con una tesis titulada Introducción al derecho del espacio. Me aburrí al cabo con el género (y eso que aún no estaba de moda el término distópico, que hoy emplean hasta los párrocos viejos), pero no sin antes haber abundado en los grandes temas de la cháchara espacial. Por ejemplo, ¿qué pasaría si nos invaden seres de otros planetas? La inocencia juvenil nos hacía creer que la amenaza común convocaría todas las fuerzas y todas las armas para defender a la Tierra. Una alianza imbatible de Estados Unidos, Rusia, Europa, China y Japón, entre otros, liquidaría al enemigo interestelar con ojivas nucleares y bombas atómicas.

De manera inesperada, la amenaza exterior se materializó desde hace algo más de un año, pero no con visitantes de lejanas galaxias sino con esta pandemia que ataca a todos los países. Puesta a enfrentar a estos seres microscópicos, la humanidad está fracasando de manera estrepitosa. Resulta ejemplar el comportamiento de algunos sectores del planeta atacado. Los científicos producen armas de defensa en tiempo récord; el personal vinculado a la salud y a otras actividades estratégicas esenciales arriesga la vida al servicio del prójimo; millones de ciudadanos obedecen las consignas sanitarias. Pero, salvadas estas excepciones, el espectáculo general de insolidaridad, imprevisión, estupidez, crueldad, ineficiencia y egoísmo que hemos ofrecido los terrícolas es desolador. Hoy sabemos que la amenaza no provino de Marte sino de nuestro propio entorno —un pangolín, un murciélago, un sapo o lo que ustedes quieran— y que el terrible enemigo somos nosotros mismos, sus habitantes.

La más grave falla ha sido, sin duda, la ausencia de liderazgo. Aquella congregación de grandes conductores dispuestos a enfrentar el enemigo común nunca se produjo. Por el contrario, las rivalidades regionales y nacionales se multiplican. Gobernantes que restaron importancia a la amenaza son culpables de la muerte de miles de sus compatriotas. Alguna corte, aunque sea el desdentado tribunal de la Historia, deberá pedir cuentas a Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, el primer ministro indio Narendra Modi y otros políticos que ocultaron el peligro o manejaron con culpable torpeza la pandemia. Una sombra de justicia empieza ya a proyectarse sobre estos individuos. Los votantes echaron a Trump de la Casa Blanca; el congreso brasileño inició un proceso contra Bolsonaro por el funesto manejo de una crisis que ha dejado hasta ahora 400.000 muertos y podría subir a más de medio millón. En cuanto a Modi, el mundo mira horrorizado cómo su imprevisión y su demagogia convirtieron a la India en un parque de piras funerales. La escritora Arundhati Roy habla de “una catástrofe épica”.

El balance no solo incluye nombres. También las miserias espirituales y materiales de la comunidad cainita que habita la Tierra. Un “nuevo colonialismo” divide al mundo entre los vacunados y los que pagan la discriminación con menor salud y mayor miseria. Como casi siempre, los ricos se apertrecharon y solo dejaron a los pobres las migajas que caen de la mesa o del botiquín. Hace tres semanas, 130 países aún no habían podido vacunar a uno solo de sus ciudadanos, mientras que el Reino Unido monopolizaba 219 millones de antídotos para 54 millones de adultos, Canadá había atesorado 188 millones de vacunas completas para 39 millones de pobladores y Estados Unidos acumulaba tres dosis dobles por habitante.

A los laboratorios cabe una responsabilidad especial. Su trabajo de investigación fue extraordinario, pero lo opaca el hecho de que, ante la histórica emergencia, se aferraron a los derechos de propiedad de sus fórmulas e impidieron la multiplicación de las ampolletas. La escasez de vacunas (bien lo sabemos los colombianos) ha sido uno de los grandes obstáculos de la guerra contra el virus. Una actitud generosa de los fabricantes habría ahorrado muchas vidas. No falta quienes, como el líder nigeriano Akin Olla, señalan a las empresas farmacéuticas por “crear una falsa escasez de lo que debería ser un bien público global”. Anthony Fauci, asesor médico de la Casa Blanca, lo dijo con todas sus letras: “Los países ricos fallaron en ofrecer una respuesta global adecuada ante el virus”. Concretamente, acusa a las naciones desarrolladas de negar el acceso igualitario a las pobres.

Acerquémonos a nuestro mapa. El problema de América Latina es que no existen organismos de coordinación continental para esta clase de emergencias. Abandonada Unasur por los regímenes de derecha, se cayeron también sus oficinas especializadas, como el Consejo Suramericano de Salud, que cumplió excelente tarea en 2009 contra la gripa H1B1. Fue así como acabó la ONU añadiendo a su atropellada agenda la ordenación de esfuerzos a través de la Organización Panamericana de la Salud. El resultado es que no hubo coordinación y cada país se fue por el camino que quiso o que pudo. En estos momentos, América Latina suma el 35 por ciento de las muertes por covid pese a que su población apenas alcanza al 8 por ciento del globo.

Pese a los sacrificios del personal de salud, las crecientes estadísticas mortales reflejan el comportamiento de Colombia. El Gobierno ofrece más ruido que organización. En cuanto a los ciudadanos, aglomeraciones como el reciente paro, por justas que sean sus causas, las fiestas clandestinas y la constante violación de protocolos conducen sin remedio a clínicas atestadas y cementerios de barra libre.

Fracasaron, pues, casi todos los organismos, fracasaron casi todos los países, fracasaron casi todos los gobernantes y, para ser sinceros, fracasaron millones ciudadanos. Habría sido mejor combatir contra los extraterrestres. 

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