Daniel Samper Pizano
14 Agosto 2021

Daniel Samper Pizano

El horno que nos espera

El dúo nefasto que iba a destrozar la atmósfera estaba en marcha. Este par es responsable de la desaparición de bosques y la creación de un invernadero invisible sobre el planeta que lo calienta y asfixia.

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

“Tenemos al frente dos caminos. El que venimos recorriendo es una autopista más fácil, cómoda y veloz, pero conduce al desastre. El otro, el menos empleado, nos ofrece la última oportunidad de preservar la tierra”.

Rachel Carson, Primavera silenciosa, 1962.

El mundo empezó a acabarse a fines del siglo XVIII, cuando no bastó la leña para impulsar las máquinas creadas por la Revolución Industrial y fue preciso acudir a la explotación masiva del dañino carbón mineral. Hacia 1850 el consumo del carbón de mina superó en los países más desarrollados al carbón vegetal, y al despuntar el siglo XX el uso extendido el petróleo se sumó a él. Estados Unidos, que en 1860 producía 2.000 barriles de crudo, llegó en 1910 a 130 millones. El dúo nefasto que iba a destrozar la atmósfera estaba en marcha. Este par es responsable de la desaparición de bosques y la creación de un invernadero invisible sobre el planeta que lo calienta y asfixia.

Un siglo después, la tierra se descomponía bajo el efecto de sus gases y de muchos otros ataques a granel. Entre ellos, la acumulación de plásticos casi indestructibles, la contaminación de mares y ríos, la deforestación, el riego de venenos químicos, la cacería y la pesca exterminadoras, el crecimiento desmesurado de la población, el despilfarro consumista y la sobreexplotación de productos naturales. 

Aún faltaban dos factores que multiplicaron los anteriores: la falta de conciencia ciudadana sobre la gravedad del problema y la irresponsabilidad criminal de los dirigentes políticos nacionales e internacionales. La bióloga estadounidense Rachel Carson publicó El mar que nos rodea, primer grito de alarma general sobre la trascendencia del medio ambiente y los peligros que lo acechan. El 2 de julio de 1951, hace exactamente setenta años (fecha que transcurrió en blanco pese a que sus profecías se están cumpliendo de manera pavorosa), el libro debutó en las vitrinas. Tuvo éxito inmediato. Vendió 250.000 ejemplares en pocos meses y figuró durante 86 semanas en la lista de los más solicitados. Once años después, Carson dio un nuevo campanazo, esta vez con Primavera silenciosa, donde, con mayor intención de denuncia que de divulgación, expone las secuelas nocivas del DDT y otros productos químicos. Aquellas señales de peligro desataron la literatura ecológica para lectores no versados en minucias científicas. La cita que encabeza esta columna era un angustioso llamado a modificar el rumbo hacia el suicidio. Carson murió dos años después, a los 56, víctima del cáncer de mama, enfermedad que en la gran mayoría de los casos surge o se agrava por factores ambientales.

Los ciudadanos empezaron a enterarse entonces de la bomba de tiempo que nos acecha, pero hicieron poco por oponerse a ella. Es imposible luchar contra la contaminación sin la ayuda de la gente, pero la gente solo ayuda si la obligan o si, por ventura, entiende la trascendencia de sus actos. Los políticos, en cambio, desde hace años han tenido en sus manos el poder e informes científicos que auguran el desastre. Por desgracia, los intereses chuecos que los sostienen los indujeron a optar primero por negar el peligro y más tarde por reconocerlo pero culpar de él a Papá Dios y a causas naturales ajenas a la voluntad humana. Mentiras. No hace mucho, Donald Trump descalificó con tres palabras un informe que alertaba sobre el inminente acabose: “No les creo”. Por este bárbaro, conviene recordarlo, votaron 62 millones de electores gringos, y por otro bárbaro, el capitán (r) Jair Bolsonaro, 58 millones de brasileños. China, Rusia y Estados Unidos, principales depredadores, apenas se dan por enterados, y eso que Joe Biden empieza a moverse. 

Y aquí estamos, 300 años después del nuevo esquema energético y en pleno apocalipsis. El máximo comité de expertos mundiales en cambio climático (IPCC) publicó esta semana su sexto informe sobre la situación de la naturaleza, cúmulo de la sabiduría ecológica. Tardó ocho años en completarlo y su sentencia es terminante: estamos creando fenómenos “nunca vistos en cientos de miles de años”. Desfilamos camino al desastre, rodeados por irreversibles efectos del sacudón. Sube la temperatura planetaria. Hoy es en promedio 1.2 grados más que en la era preindustrial. Si llegamos a 1,5 será una calamidad; si alcanzamos los 2 grados, habitaremos un horno mortal. Basta con abrir los ojos: incendios por todas partes, aumento del mar, huracanes despelucados, inundaciones que nadie esperaba, extinción de especies, lagos putrefactos, selvas convertidas en pasto de ganado, osos que buscan comida en los basureros, ballenas que agonizan en las playas, aves y mamíferos achicharrados...

Actuemos. Colombia está en mora de crear un alto comité de científicos que, sin intereses políticos ni económicos en su seno, dictamine nuestro futuro ambiental, a la manera del IPCC. Las ONG verdes deben agruparse y denunciar ante los tribunales las lluvias de glifosato, las licencias de explotación dañinas, la reducción de la selva... Ya nos anunció García Márquez el castigo inclemente que espera a las estirpes condenadas a cien años de soledad. 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más columnas en Los Danieles

Contenido destacado

Recomendados en CAMBIO