Ana Bejarano Ricaurte
22 Enero 2022

Ana Bejarano Ricaurte

El lente de Indira

Quiéralo o no, el devenir de los hechos ha puesto el foco sobre Indira. Ojalá pronto podamos entender esta historia desde su lente.

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Las patronas son unas mujeres que llevan casi veinte años dando auxilio a los viajeros desventurados que cruzan en tren por Veracruz, el estado que abraza el golfo mexicano. El documental Llévate mis amores cuenta la historia de esta organización comunitaria, que asiste con bolsas de comida, consejo, cuidados de salud e incluso la defensa de los derechos humanos a los migrantes abandonados a su suerte. La película, producida por la cineasta Indira Cato, es una galardonada historia sobre las dificultades de la migración, de la pobreza apabullante y de la más desprevenida solidaridad humana. Es también la narración de una maternidad fugaz, en la que las patronas, por un solo instante, se convierten en fugaces cuidadoras de estos viajantes a la deriva. “Los tratan como hijos”, cuenta Cato en una entrevista para el Festival de Cine de Celaya. 

Encontré la entrevista porque esta semana el periodista y escritor Gustavo Tatis, en una crónica para El Universal de Cartagena, reveló que Gabriel García Márquez tuvo una hija hace treinta años, por fuera de su matrimonio con Mercedes Barcha. No se sabe mucho de la historia, especialmente porque no se ha escuchado la voz de sus protagonistas, pero al parecer Gabo sostuvo un romance con su estudiante y colega Susana Cato y de aquel suceso nació Indira. 

La noticia desató un interesante debate sobre la relevancia e interés público del hecho de que Gabo hubiese incurrido en una infidelidad matrimonial y cuál fue la consecuencia de ese pecado. ¿Amerita este relato ser contado? En este punto ya resulta inocua la pregunta, pues lo cierto es que el texto de Tatis sacudió al mundo entero e impuso la conversación sobre un puñado de temas: la paternidad no reconocida, el legado de un gigante literario, las herencias y el robo de la identidad de los hijos no reconocidos. 

La chiva de Tatis despertó además dos hordas igual de caricaturescas: los lagartos y las canceladoras. La zalamería insulsa alrededor de la noticia es inexplicable. Bueno, no. García Márquez estuvo rodeado de aduladores incansables y por eso no sorprende que la historia de la hija que escondió fuese contada y comentada con la intensión de exculparlo, casi endiosarlo de nuevo. El hecho de esconder del público a una hija es un acto reprochable que le robó a una persona su identidad y su historia familiar, al menos durante una parte importante de su vida. “La hija oculta”, “el secreto mejor guardado”: indigno. Para otros, hipócritas y moralizadores, la infidelidad del nobel también es un asunto censurable. Nada tiene que ver eso con el genio literario que retrató a Colombia ante el mundo, con el maestro de las letras, el cine y el periodismo. ¿Es necesario un nuevo ejercicio de idolatría para rememorar esta parte de su historia?

Por la misma razón, se equivocan también las voces que llaman a tachar a Gabo, a lanzarlo a la hoguera y a repudiar su obra, porque erró en un asunto de su vida personal que de repente adquirió trascendencia pública. Cancelar a García Márquez es una estupidez, un imposible y un despropósito. Se puede admirar el talento de un escritor y al mismo tiempo entender que era un ser humano en cuya vida privada, como es apenas natural, tomó decisiones equivocadas. ¿Solo se puede leer y apreciar a los perfectos, a los ídolos? ¿Acaso cancelar a Gabo traerá justicia a las mujeres olvidadas de la historia? 

Y qué cosa complicada resulta la cancelación. Se convierte en una graduación de la falta cometida y de la grandeza de lo que se pretender anular. Es como un sistema de puntos en el que se pone en la balanza la gravedad de la ofensa versus la importancia de la persona o de la obra que se busca borrar. Pero como quedan cancelaciones y canceladoras para rato, es un tema al que volveremos en otra ocasión.

Son dos caras de la misma moneda que parten del mismo concepto del dios, del intocable. Y ambas también olvidan el aspecto silenciado y maltrecho: a Indira y a su madre. Incluso a Mercedes, quien murió con ese secreto doloroso. Por supuesto, prima la historia del patriarca. Ningún cubrimiento, supuestamente periodístico, ha resuelto las preguntas más trascendentales. Por ejemplo, ¿recibirá o ha recibido Indira lo que le corresponde en términos económicos? ¿Cuál será su relación con sus hermanos medios y sus sobrinos? ¿Qué sabemos de su mamá, y qué quiere ella contarnos? Nos enteramos de que el nobel la llamó Indira en honor a la única mujer que ha ejercido la jefatura de Estado en la India. Le puso el nombre, pero no el apellido.      

Al parecer, Indira sí se ha dedicado a contar historias de mujeres; de señoras periféricas y silenciadas. En esa entrevista sobre el documental de las patronas reflexionó sobre sus privilegios y la carencia de ellos para los migrantes mexicanos: “La diferencia entre ellos y yo es la cuna donde nacimos —dijo—. A mí me tocó una familia con una base mucho más sólida”. 

Quiéralo o no, el devenir de los hechos ha puesto el foco sobre Indira. Ojalá pronto podamos entender esta historia desde su lente. 

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