Daniel Samper Pizano
26 Junio 2022

Daniel Samper Pizano

EMPEZÓ EL BAILE

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Escribo estas líneas en la madrugada del lunes 20 de junio, pocas horas después de que las cifras de la Registraduría Nacional del Estado Civil señalaron a Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia.

No quiero ser pájaro de mal agüero, pero cuando ciertas corazonadas me sorprenden a la luz del alba tiendo a ponerles atención. En estos momentos tengo la firme impresión de que al gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez —que aún tardará cuarenta y ocho días en palpar la Casa de Nariño— le acaba de declarar la guerra la extrema derecha. Minutos después de que se anunciara la victoria del candidato de la izquierda estalló el primer misil político contra su cuartel general, donde apenas comenzaba la celebración de un triunfo ganado con limpieza democrática. Era un recado de Fico Gutiérrez, a quien revolcaron en la primera vuelta tanto los electores de Petro como los de Rodolfo Hernández.

Vale la pena transcribir el mensaje, porque nunca, en ninguna elección colombiana, un derrotado había vomitado palabras más groseras y venenosas:

Petro,
Espero que su gobierno no sea el reflejo de su campaña. Que su presidencia dure cuatro años y no más. Que respete la propiedad privada, la libre prensa, la iniciativa empresarial, el ahorro de los colombianos, a los opositores y a quienes pensamos muy diferente a usted.

Ya lo ven: Fico en estado puro; Fico al ciento por ciento: brocha, burdo, agresivo, rudimentario. Mientras otros contendores (Rodolfo Hernández, Sergio Fajardo, el propio Duque) felicitaban en forma caballerosa y republicana al nuevo jefe del Estado, el señor Gutiérrez lo llamaba a gritos por su apellido, como en las tabernas. Las palabras del derrotado exalcalde permiten adivinar la clase de oposición que depara la derecha más tosca a quien ni siquiera se ha posesionado del cargo.

Pero hay más nubarrones de aviso que se añaden al anterior. Otro que se las trae a la hora de mostrar su rudeza militar contra los adversarios es Juan Carlos Pinzón, individuo privilegiado por varios gobiernos que, según puede leerse por su reacción ante la realidad de las urnas, inició la cacería del nuevo presidente desde el primer minuto de su victoria. 

El de Pinzón es un caso curioso. Alucinados él y Duque con la idea de una sucesión de color uribista al gobierno que agoniza, montaron una costosa, poderosa y efímera superembajada en Washington. En junio de 2021 el presidente nombró a Pinzón en reemplazo de Pacho Santos y ocupó la oficina en agosto. Qué fiestas y qué ferias. Ni que lo hubieran ungido papa. La noticia de la designación del doctor Juan Carlos (excandidato presidencial, como todos los políticos colombianos) y sus grandes planes para la delegación en Washington fueron la gran chiva oficial del semestre. Pinzón entró pisando duro. Sacudió la nómina de la embajada, echó a varios funcionarios y contrató a tres estrellas (así las llamaron) que iban a ayudarle, sobre todo, en el sector de comunicaciones. Esos nombramientos tuvieron más repercusión que el de cualquier ministro. Y allá, rumbo al número 1724 de la avenida Massachusetts, se dirigió entre agosto y septiembre el que llamaron con escasa originalidad dream team.

Sería injusto decir que no trabajaron. Pinzón aparecía a menudo en los medios colombianos con gringos notables e incluso con el presidente Biden, a quien el grupo político de Uribe se opuso en las elecciones. Hace pocos días su imagen como promotor de productos colombianos volvió a azotar las páginas de la prensa amiga.

Tanto dinamismo es alentador, pero si está al servicio del país, no solo del Gobierno. Y ocurre que el domingo pasado en la tarde, tan pronto como se conoció el triunfo de Petro, Pinzón disparó su carta de renuncia irrevocable y anunció que el 6 de agosto, víspera de la asunción del nuevo mandatario, dejará la embajada. En declaraciones a El Tiempo aceptó luego que se larga porque no le gusta su nuevo jefe.

Adiós misión patriótica; apenas pasado un año se desdibujaron las hermosas proclamas donde manifestaba que “siempre he estado al servicio del extraordinario pueblo de Colombia”. No es cierto: nos abandona por servir a sus intereses políticos. Su renuncia inmediata y el apresurado desmonte del “equipo dorado” son un gesto político. Ni que lo hubiera tocado Íngrid Betancourt.

Pregunto: ¿acaso no sabía Pinzón, antes de montar su arca de Noe, que habría elecciones y que a lo mejor el candidato de su preferencia no ganaría? ¿Representa él a Colombia, o a un sector político que usa al Estado como refugio y botín? ¿Cuánto costó al extraordinario pueblo colombiano esta embajada que se autodestruye por voluntad propia a los pocos meses? ¿De dónde salen los fondos para los pasajes, maletas, mudanzas, gastos de instalación del nuevo equipo y desembolsos para el retorno de los despedidos o trasladados y sus familias? Qué fácil es realizar gestos heroicos si los costea el magro Estado colombiano...

No creo que el mensaje rufianesco de Fico y el portazo de Pinzón coincidan por mera casualidad con el día en que Colombia eligió, por primera vez en su historia, a un presidente de izquierda. Curiosa respuesta la que estos dos personajes dan a quien invitó a trabajar con él a ciudadanos de todas las tendencias.
Mala persona como a veces soy, sospecho que empezó el baile. Sí: me late que acaba de comenzar la batalla de la derecha para recuperar ese poder que el extraordinario pero atrevido pueblo colombiano le arrebató merced a un invento infernal llamado elecciones.

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