Daniel Samper Ospina
25 Septiembre 2022

Daniel Samper Ospina

EN EL ARCA DE ROY

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Acompañado por Covid, el perrito que adoptó durante la pandemia, el senador Roy Barreras anunció que el Congreso permitirá la entrada libre de animales a la sede del Capitolio, sean del partido que sean, y algunos, incluso, en calidad de mascotas de compañía.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue que pensar que, como suele suceder con las de Roy, en la propuesta había gato encerrado, si me permiten decirlo así: ¿no es curioso que quien anuncie semejante medida sea un verdadero zorro de la política criolla? Al perro no lo capan dos veces, me dije: con la astucia que lo caracteriza, el senador debe de tener segundas intenciones: por ejemplo, que la medida favorezca a William Montes y demás aliados de alias la Gata, ahora adscritos al Pacto Histórico. 

¿No sabe el poeta del legislativo, acaso, que el reto consiste en impedir la entrada de animales al Capitolio, en lugar de seguirla promoviendo? ¿Que ya hay demasiados adentro? ¿Que el paraninfo mismo de las dos cámaras parece un zoológico por la cantidad de bestias y delfines —y de cotorras que hacen el oso, y de lobos con piel de oveja— que lo habitan? ¿Que los congresistas más abusivos, como Alex Flórez, podrán sacar provecho de su bien intencionada medida? Puedo imaginarlo ahora, cuando se vencen los quince días de la excusa médica que le permitió evadir su escándalo etílico, tambaleante y con los pantalones mojados en el fundillo, agarrado a dos manos de las columnas de la entrada del Capitolio, como Sansón:
— Traigo una perra de dos días— gritará a los policías que procuren detenerlo—: ¡suéltenme, asesinos!

Y, sin embargo, el anuncio del doctor Roy no deja de tener su ángulo meritorio, su lado tierno. Desde las épocas en que Álvaro Uribe acogía en su seno a Iván Duque, y lo paseaba por las curules —e incluso le quitaba las rosquitas que le suministraba como alimento—- no se observaba que congresistas y mascotas pudieran asistir juntos a las jornadas laborales. Ni siquiera por aquellos días en que el Pincher Arias atendía mociones de censura acompañado por alias la Vaca Fernández mientras el propio Uribe mandaba la razón de que tenía viva la culebrita (y que estaba cargado de tigre) para que su jauría se asustara. Porque todo en él era animal. Mucho menos se veía aquella hermandad cuando el Tigrillo Noriega frenteaba el posible conejo que le hacían a la ANAPO de Gustavo Rojas Pinilla.

De modo que el anuncio del senador Barreras puede estar bien encaminado, y servirá, de paso, para legalizar los antecedentes de animales que visitaron el aula mayor de nuestra democracia: las ratas vivas que soltaron desde el balcón del segundo piso contra la bancada del Centro Democrático en aquel peligroso ratentado del que salió ileso el senador Uribe, pero no los roedores, que terminaron adhiriendo al partido. O los dos alacranes venenosos que aportó durante una célebre plenaria el inmortal Carlos Moreno de Caro, uno de los cuales destripó el senador Edgar Artunduaga con un suelazo. (El otro, en cambio, se escabulló por una rendija del servicio público y llegó a ser Fiscal General de la Nación en el periodo pasado.)

Y, sin embargo, la medida de Roy despierta varias inquietudes. Llevar mascotas al capitolio ¿no cuenta acaso como maltrato animal? En retribución a la medida del senador, ¿corremos el riesgo de que algunos zoológicos del país se declaren congresistas friendly y permitan que ciertos animales ingresen a sus espacios acompañados de senadores o exsenadores? En ese caso, ¿qué especie adoptaría a mi tío Ernesto? Si el senador es reconocidamente lagarto o sapo —y nótese que no hablo en modo alguno del presidente de la corporación—- ¿puede llevar mascota, o su condición lo convierte en la mascota de su mascota? ¿Pagarán el pato —si me permiten decirlo así— los congresistas que sigan marchando a paso de tortuga, los que repiten como loros lo que diga su caudillo?

Lo responsable sería regular la propuesta a través de una ley de la República que ayude a fijar un número determinado de mascotas por sesión; de micos por ley; de ratas por bancada; de osos por declaración; incluso de burros por cada lista cerrada: máximo un tik toker por lista.

O al menos pedir al senador Barreras que, por el bien del país, modifique su primera idea y reciba en el Congreso a las mascotas, pero, para que la calidad de la corporación mejore, impida el acceso de sus dueños.

Como sería una triste pérdida que aquella clase política que nos ha brindado tantas alegrías se extinga del todo, el mismo doctor Roy podría construir un arca a la manera de Noé, elaborada con troncos de todas las coaliciones, para enviar a algunas especies de congresistas a que repueblen otras latitudes.

Imagino a Roy como el personaje bíblico que es. Se dejará la barba larga y tupida, como la del Iván Mordisco de la Sergio; pedirá prestada una túnica a doña Verónica, un bastón a Navarro. Cuadrará el arca a la entrada del Capitolio. Y arriará como bestias a miembros y ex miembros del Congreso, esta vez ya no para que aprueben reformas, sino para que ingresen por la rampa y garanticen la procreación de sus respectivas castas: Dilian Francisca Toro con el representante Suárez Vacca (con la esperanza de que engendren terneros adscritos a Fedegán); Ángel Custodio Cabrera con Enrique Cabrales para que se reproduzcan hasta que les sepa a cacho; Julián Gallo con Richard Aguilar en un cruce aviar memorable; León Fredy Muñoz con un espejo, porque es pareja en sí mismo: león y mula a la vez. Y el senador Polo Polo -o Pollo Pollo, para el caso- con Paloma Valencia, quien en determinado momento regresará de un sobrevuelo con una ramita de laurel en la boca.

Todo esto mientras Covid y demás gozques se toman las curules y por primera vez en el Congreso vemos funcionarios limpios y de buenas pulgas que reparten menos mordidas que sus reemplazos. Salvo la perra de Álex Flórez.


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