Daniel Coronell
20 Diciembre 2020

Daniel Coronell

Feliz Navidad Danieles

Todos ellos merecen nuestra gratitud pero el agradecimiento más grande va para ustedes. Cuando estábamos más solos, cuando no teníamos un lugar para escribir, ustedes construyeron nuestro techo.

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Todo el mundo culpa a Daniel Samper Ospina pero fui yo. Como él es el motor creativo de este sueño, la gente se imagina que el nombre de Los Danieles fue -como casi todo- una idea suya. Sin embargo llegó el día para confesarles la verdad. Él quería un nombre más serio y amplio. Pensaba, por ejemplo, que nos llamáramos Vertebrales, una marca que invocara columnas, opinión y verticalidad.

A mí la idea me encantaba pero el memorioso televidente que tengo adentro me hizo acordar de un ejemplo ilustrativo. En 1991 la vanguardista productora RTI, lanzó una serie de televisión llamada “Cuando quiero llorar no lloro”. Se trataba de la historia de tres muchachos, de extracciones económicas diferentes y vidas azarosas, que tenían en común dos cosas: haber nacido el mismo día y llamarse Victorino. Aunque los programadores se esforzaron mucho en recalcar el título de “Cuando quiero llorar..”, los colombianos espontáneamente empezaron a llamarla “Los Victorinos”.

Era inevitable, nosotros también terminaríamos siendo Los Danieles.

En abril cuando me despidieron de la revista, en la que escribí por quince años, como castigo por publicar una columna mostrando las malas prácticas que empezaba a adoptar la publicación, Daniel Samper Ospina renunció en solidaridad conmigo. La verdad, yo no quería seguir haciendo columnas. Soy un reportero de televisión, tengo bastante trabajo y sentía que ya había estado bien. Ese sentimiento lo compartía mi esposa y colega María Cristina Uribe.

Sin embargo dos personas me trajeron de vuelta a este oficio. Uno fue Samper Ospina que insistía en que desaparecer las columnas era darle el triunfo a la censura. Yo no estaba convencido del argumento pero me daba vergüenza decirle que no a Daniel, después de su solidaridad que agradeceré siempre.

El segundo, que me dio el empujón definitivo, se llama Diego Carvajal. Él es un genio del tema digital con quien tuve el gusto de trabajar en Univisión. Diego estaba convencido de que podíamos ser columnistas sin estar en un medio. Su entusiasmo y su conocimiento nos dieron la energía para emprender la batalla.

En esos días en los que armábamos el pequeño ejército de pordioseros, fue determinante la guía de Juan Abel Gutiérrez, un mago del emprendimiento digital que se entregó en cuerpo y alma a hacer posible que el proyecto empezara en dos semanas y desde cero. Cuando miro hacia atrás sigo sin explicarme cómo pudimos hacerlo pero sin Juan Abel simplemente no habría pasado.

Mario Jaramillo, el más joven del grupo, diseñó la estrategia de redes sociales para que ustedes pudieran encontrar nuestras columnas sin techo. Bajo su amable látigo hemos aprendido que una columna no se acaba cuando uno la envía para publicar, sino que tiene que impulsarla el día anterior y conversarla con los lectores desde la madrugada de cada domingo.

Nos pusimos los pantalones largos cuando Daniel Samper Pizano, escritor gigantesco y paradigma del oficio, decidió volver a hacer columnas de opinión solamente para apoyarnos. Al principio estableció que iba a hacerlo nomás de vez en cuando pero pronto el proyecto se le volvió pasión irrefrenable. De su mano aprendemos cada semana a escribir y a conversar en nuestras tertulias en vivo.

Mucho le debemos a Julio por su consejo e impulso, a Jorge por su sabiduría, a Nacho por su espíritu de contradicción, a Gabo, a Hernán, al señor Chaljub, a Andrés, a María Clara, a Fabio, a Rebeca, a Tulio, a la paisa, a Cecilia y a María enderezadora de letras. Ellos han hecho posible que sobrevivamos y sigamos creciendo.

La mejor prueba es la llegada a Los Danieles de Antonio Caballero, uno de los columnistas más importantes de la historia, que desde hace unos días opina semanalmente en este sitio.

Enrique Santos Calderón, Laura Restrepo y Catalina Botero nos acompañan en esta edición y esperamos que sus columnas sean cada vez más frecuentes en este portal, que no es el de Belén pero que se engalana cuando semejantes plumas nos acompañan.

Todos ellos merecen nuestra gratitud pero el agradecimiento más grande va para ustedes. Cuando estábamos más solos, cuando no teníamos un lugar para escribir, ustedes construyeron nuestro techo. Nos han ayudado con lo más importante que es su lectura y también con sus contribuciones para que podamos pagarle algo a unos miembros del equipo y seguir creciendo.

Sé que no siempre estamos de acuerdo -y que a veces ustedes rabian con la forma en la que alguno de nosotros ve las cosas- pero las obras perdurables no nacen necesariamente del consenso. La diferencia ha sido la fuerza más creativa de la historia.

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