Daniel Samper Pizano
21 Febrero 2021

Daniel Samper Pizano

Haciendo enemigos

Con mediocre criterio, Colombia está sembrando peleas y recogiendo derrotas en su zona de acceso: Estados Unidos, Venezuela, Cuba, Ecuador... sin olvidar el lío gordísimo de Nicaragua.

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Un viejo párroco de la iglesia de Chapinero tenía su propia visión de la condena eterna, y la explicaba así a los feligreses con silbante acento cachaco: “El infierno –decía— es un lugar donde hay guaches, y retozan”. Una versión renovada de ese lugar dantesco sería la siguiente: “El infierno es un país donde hay mediocres, y gobiernan”.

Colombia bien lo sabe. Hace algunas semanas, al referirme al tema de la mediocridad, señalé que si uno opta por los mediocres, estos se comportarán mediocremente. Tal es la ley No. 1 de la mediocrología. La No. 2 dice: “Las acciones del mediocre no se contienen en los límites de la mediocridad: un mediocre, por mediocre que sea, es capaz de provocar efectos devastadores”. Yo me pregunto si no estamos acaso recorriendo el campo minado que contempla la ley No. 2. Específicamente, hablo de la política internacional de la administración Duque, timoneada por una explosiva mezcla de fantochería e instintos ideológicos básicos. Digo fantochería porque Colombia parece entusiasmada en su peligroso papel de imperio de juguete, lo que la conduce a pelear con sus vecinos y tratar de influir con torpeza asombrosa en las decisiones soberanas de otras naciones. Y digo instintos ideológicos básicos porque desde hace rato este gobierno abandonó, si alguna vez los tuvo, la mirada sofisticada y previsiva del oteador internacional y el pulso discreto y firme que es receta tradicional de la diplomacia.

¿Se han dado cuenta ustedes de los callos que andamos pisando en el vecindario? Empecemos por nuestro “principal aliado”. Los líderes del partido del presidente y algunos de sus funcionarios exteriores se la jugaron de manera abierta en favor del candidato derrotado en Estados Unidos, el dos veces procesado Donald Trump. Ahora Colombia está en deuda con el equipo de Joe Biden, el ganador, y los nuevos inquilinos de la Casa Blanca no lo ocultan. Observadores bien informados sostienen que el gesto colombiano de apertura a los inmigrantes de Venezuela, siendo digno de encomio, no es fruto de un impulso misericordioso sino del afán de Duque por hacerse perdonar la adscripción trumpista de su Jefe Eterno y del propio gobierno. Sabíamos desde los tiempos del secretario Mike Pompeo que Estados Unidos necesitaba crear en Colombia un compartimento estanco para evitar que los emigrantes venezolanos emprendieran el temible camino hacia el norte. La magnánima medida de Duque facilita esta meta, aparte de constituir un gesto humanitario que merece el apoyo doméstico y el elogio internacional. Si acaso a don Iván no lo guio un acto de contrición, entonces lo fue de acatamiento a los deseos de Washington. Da igual. Los sufridos inmigrantes se benefician. Estupendo.

Mientras tanto, Colombia desafía de manera simultánea a otros tres países (olvidemos por ahora el conflicto con Nicaragua, que es un escándalo gordísimo a cargo de incompetentes). Nuestro alto comisionado para (o quizás contra) la Paz es un “filósofo” cuya única misión parece ser la de provocar a Cuba y dinamitar los acuerdos de paz que contaron con la indispensable ayuda de la isla. Opositor declarado de dicho proceso, lo ha socavado con obstinación y no cesa de ponerles banderillas a los cubanos, cuya lealtad con el encargo que les hizo Colombia aplauden políticos de la izquierda, el centro y hasta la derecha. El comisionado es compañerito de estudios del doctor Duque y otros egresados de la misma universidad godérrima que ha cooptado, entre otros, los cargos de vigilancia constitucional. Me temo que solo se regocijará cuando logre romper con Cuba y volvamos a tenerla como enemiga.

Para no ser menos internacional que sus condiscípulos, el fiscal Francisco Barbosa aterrizó en Ecuador de manera intempestiva con una manotada de papeles dignos de mejor escrutinio que buscan descalificar al vencedor de las elecciones, Andrés Arauz, cuyas ideas socialdemócratas molestan a los copartidarios de Barbosa. Imaginen los lectores lo que serán las relaciones de Colombia con Arauz cuando, como es muy probable, los ecuatorianos lo confirmen en la presidencia.

Perdemos con Nicaragua y picoteamos a Estados Unidos, Cuba y Ecuador. Para completar, nos fajamos contra Venezuela. Se vuelve a hablar de armas y circulan los insultos entre los dos jefes de Estado. Maduro llama “payaso” a Duque y ordena limpiar los “cañones de los fusiles”; Duque responde calificándolo de “dictador” y a su régimen de “ilegítimo y criminal”. Habitante de un mundo surrealista, Duque elabora planes binacionales con Juan Guaidó, un presidente de mentirijillas cuya credencial es el cada vez más abstracto respaldo de decenas de países. Quien manda, gústenos o no, es el impresentable Maduro. La disculpa es que, como se trata de un dictador loco, hay que enfrentarlo a la loca. Justamente por eso necesitamos una relación no beligerante, inteligente y discreta. De los cuerdos nos cuidan los embajadores. Para protegernos de los locos necesitamos el socorro de la Virgen de Chiquinquirá y una gestión diplomática supremamente inteligente. Ambas han fallado y la cancillería no ofrece tal posibilidad en su indescifrable menú.

La mediocridad de este gobierno y de sus agentes podría llevarnos a una situación externa inmanejable. Como si no tuviéramos bastante con la pandemia, las vacunas patrióticas, la pobreza y los crímenes de narcos, paracos, guerrilleros, militares y policías, ahora nos damos aires de matoncitos internacionales.

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