Ana Bejarano Ricaurte
18 Diciembre 2022

Ana Bejarano Ricaurte

IRENE INEVITABLE

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Ana animación

Nos propusimos en Los Danieles homenajear a Joan Manuel Serrat, uno de los más grandes intérpretes de la música en español de la historia. Eran dos tareas principales: elegir nuestra canción favorita, para que fuese ilustrada, y escribir una columna sobre nuestro cuento con Serrat. Y, sin darme cuenta, las convertí en una sola. Porque, aunque mi preferida es una obvia —Cantares— no pude elegir una diferente a Irene.  

La primera parte del reto fue fácil, pues conté con el talento de la artista Fiorela Ferroni para ilustrar la canción de Irene y sus trapos al sol; pueden encontrar su obra en la versión descargable de nuestro homenaje. A manera de collage, Ferroni logra resumir en una imagen la fuerza de la canción: la mujer que es imposible pasar y no verla, cual Maja desnuda de Goya. Y el rompecabezas que cuelga en el ropero porque, pensándolo bien, qué es el alma sino una cantidad de pedazos diferentes que dialogan entre sí. 

La segunda parte fue más difícil porque elegí una canción solo porque lleva el mismo nombre de mi hija. Su letra claramente evoca el coqueteo de Serrat con una mujer irresistible, a quien parece contemplar en la distancia. No es una canción sobre los hijos, como Esos locos bajitos, sino la danza de dos futuros enamorados. Pero no pude evitar ver en ella a mi Irene. Y pensé en cómo la maternidad ha sacudido tanto mis cimientos que me pasa eso con cualquier circunstancia que se me cruza por la vida. La proyecto sobre todas las cosas. 

Confieso que conocí la canción cuando le comenté al obstetra el nombre que habíamos elegido para la masita que auscultaba con el ecógrafo. “Ah, como la canción de Serrat. Preciosa”. Así que, como suele pasarme, el homenaje me llevó a pensar sobre ese suceso que partió mi vida en dos. Y me disculpan que use estas páginas de nuevo para hablar de ese tema, pero la temporada y la ocasión lo ameritan.

Resulta una encrucijada imposible dimensionar lo que ocurre cuando se trae a otra persona al mundo. Especialmente cuando el bultico trasciende la etapa de almojábana con brazos, el borrachito balbuceante, y se convierte en persona. Cuando captamos que existe otro ser que depende enteramente de nosotros y se convierten en el filtro por el cual empezamos a ver el mundo. 

Reproducirse es casi una renuncia a uno mismo. Es ponerse detrás de alguien más para siempre. Hacer planes, proyectar futuros, programar gastos, todo en función de otra persona. Como si en ese material genético que se multiplica también se prestara para siempre un pedazo de uno mismo. 

Pero además es una duplicación fantasiosa. Porque aunque las creemos hechas a imagen y semejanza, son personas independientes que han venido al mundo para satisfacer sus propios destinos y deseos. Eso no sacude el lente apremiante desde el que empezamos a contemplar la vida, lo ahonda. Porque empiezan las preguntas trascendentales sobre cómo tramitar las diferencias que nos distanciarán, cómo intentar que vean el mundo por nuestros ojos y cuestionar intensamente si esa es una empresa justa.  

Y desde ese nuevo lugar inamovible volvemos a reinterpretar la infancia; las cosas simples que cimentan la cotidianidad. A responder preguntas imposibles de pasmosa honestidad, a vencer miedos, a cambiar de opinión más de una vez sobre las mismas cosas, a aprender sobre lo que antes parecía soso.   

La crianza es en realidad un par de gafas que no nos quitamos nunca. Y dice mi mamá que son permanentes, que ese sentimiento nunca se desvanece. Claro que invade y destruye un poco. Desplaza la propia experiencia. Es dejarse atrás por la descendencia, porque resulta inevitable; porque es como una forma de prevalecer, de trascender.  

Es mi Irene inevitable el motor de todos los esfuerzos, la materialización de la alegría pura, el redescubrimiento del mundo con ella. Y es ineludible porque sé que Serrat también habló de la maternidad en Soneto a mamá o De parto, pero fue imposible no volver a ella, a mi mona. Siempre lo es.  

Y advierto, para gruñones e inconformes, que sé que no todas las experiencias de la maternidad o paternidad son así, y que además no tienen que serlo. Que la romantización de la maternidad es una moda injusta que silencia temas importantes y que pone a las mujeres en pedestales absurdos. Pero en mi caso, a pesar del cansancio, las angustias y desplazamiento de mi propia vida, esa tarde a las 5:33 todo se detuvo y volvió a comenzar. Sí, es para mí romántico y qué mejor momento para recordarlo que con un homenaje a Serrat. 


Irene

Irene, tiende sus trapos al sol Prestando misterios a la siesta De bragas comprometedoras Y sábanas alcahuetas

Irene, tiende el alma en el balcón Y el viento, indiscreto la explora Resucitando formas Gorditas y habladoras

Irene, columpiándose en los alambres Irene, convidándome a conocerla Emplazándome No comprendo cómo puede usted Pasar y no verla

Irene, tiende sus trapos al sol Y algo en mí se aroma y despereza Jugando a las adivinanzas Y a los rompecabezas

Irene, columpiándose en los alambres Irene, convidándome a conocerla Emplazándome No comprendo cómo puede usted Pasar y no verla


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