Daniel Samper Ospina
6 Junio 2021

Daniel Samper Ospina

La cabal en USA

En la tarde nos abordaron unos mamertos de miedo que pensé me iban a robar el celular. Resultaron ser los de Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ni sé bien lo que les dije, pero al final salvé el celular.

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Esta columna obtuvo el diario de María Fernanda Cabal en su ofensiva diplomática en Washington: chiva (o vaca, si se prefiere), de Los Danieles.

Día 1.

Arrancamos el día madrugados, porque era largo. Denunciar el atropello de las minorías étnicas en Colombia, que someten a las mayorías blancas a sus caprichos y protestas, era un desafío grande, pero peores pruebas he enfrentado, como cuando tuve que responder preguntas de geografía en el Icfes.

Nos acomodamos en la casa de la embajada. (Pachito me tiene sentida, pero no se lo quiero hacer notar. Le dio por decir en una entrevista radial que por la simple bobada de haber adherido a Trump públicamente, antesitos de elecciones, ahora no nos quiere la administración de Biden: ¡por favor!). Preparé las palabras de los argumentos que expondría ante Biden para el día siguiente, el gran día: el día en que iríamos a la Casa Blanca. Las ensayamos con Daza y los del equipo. Pensaba decirle que Duque le mandaba saludos, y que lo quería mucho; si no captaba quién era Duque, le diría que hablaba en realidad de Uribe. Y luego le mostraría que todas las protestas son por culpa del jefe de Petro, Juan Manuel Santos, y del castrochavismo (que también quiso infiltrar las elecciones gringas).

En la noche llamé al senador Marcos Rubio y le pedí el teléfono de Trump. Le marqué y le dejé mensaje. Ojalá me devuelva la llamada.

Día 2.

La ansiedad de saber que era el gran día no me permitió dormir. Arrancamos temprano a la Casa Blanca. Los jardines son enormes: caben fácil 400 reses. Tras una breve espera, nos permitieron ingresar y tomamos un tour al lado de unos turistas coreanos porque definitivamente no se nos dio lo de la cita oficial. En Presidencia iban a ayudar a gestionarla, pero parece que Iván no ha logrado entrevistarse con Biden. Se entrevistó con él mismo, y en inglés, para ir ensayando. Le marqué a ver si sabía algo, y me dijo que Biden quedó en llamarlo en los primeros cien días de su gobierno y que la llamada tenía las horas contadas.

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La canciller llamó al mediodía y confirmó que Kamala Harris tampoco tenía agenda disponible. Hasta mejor: ¿uno viajar horas en avión para visitar a una morena que usa tennis? Para eso me hubiera quedado en mi natal Cali. Le volví a dejar mensaje a Trump.

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Mientras salen citas con los demócratas, conseguí una reunión clave con el embajador Ordóñez, quien escuchó nuestra versión y se sumó a ella. Un logro de la misión. Él mismo nos ayudó a gestionar cita con el embajador Francisco Santos en persona, donde, de hecho, nos estábamos hospedando. Muy generoso con su tiempo, el embajador nos ofreció incluso una cena de comida típica en Taco Bell. Pensábamos exponerle otra vez nuestros puntos de vista, como ya lo había hecho en el desayuno, pero a última hora decidimos irnos a Mc Donald´s sin avisarle, y dejarlo íngrimo y solo en Taco Bell, para que aprenda a no echarnos el agua sucia. Supimos que se pidió un burrito, el muy egocéntrico.

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Me asignaron el mismo cuarto en que durmió la vicepresidenta y la misma piyama (que ella lució en sus reuniones de por acá). Le dejé otro mensaje a Trump.

Día 3.

Conseguí que nos recibiera el doctor Almagro de la OEA. Le demostré que detrás de la protesta están Maduro, la Revolución Nuclear Anticipada (ahí recuerdo que me corrigió Daza) y la Unión Soviética. Y Santos. Me conectó con el asesor de un senador a quien le expuse lo mismo en mi inglés machacado y me dijo “Go and study, homeless”. Daza quedó en traducirme.

En la tarde nos abordaron unos mamertos de miedo que pensé me iban a robar el celular. Resultaron ser los de Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ni sé bien lo que les dije, pero al final salvé el celular. Para llamar de nuevo a Trump.

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Me junté con los señores de QAnon, que son la gente bien de por acá. Hicimos click de inmediato. Literalmente, porque nos pusimos a navegar páginas de internet para distribuir el cartel de alias Luisito Comunica y otros terroristas del grupo de Río que están destruyendo a Colombia. Fue rápido, como un tiro. También literalmente, porque después fuimos a un campo a disparar. Le diré al representante Garcés que montemos algo así en el Valle, para promover el turismo. Podríamos innovar con armas no letales, como sugirió el embajador Pacho, y hacerlo con blancos móviles: soltar estudiantes en la pradera.

Antes de dormir, le dejé mensaje a Trump.

Día 4.

No tuvimos citas porque los demócratas al final no concretaron. Entonces a lo que vinimos: en la mañana nos fuimos a vacunar y fue todo un choque cultural, porque “vacunar” acá significa “poner inyecciones”.

Es que este es un país complejo. Vos ponés acá dos negros y se agarran de las greñas. Por eso acá los pacifistas son cabeza rapadas.

Este es un país único. Es el país de los M&M (deliciosos, me encanta el azúcar), el país de Walt Disney, ¡el país de Margaret Thatcher! Y un país pacífico, además, porque la gente puede andar armada.

Tomé varias ideas para impedir la tiranía de las minorías, o de las minorías que se creen mayorías, como bien decía Ernesto Macías, a quien recordé porque acá grabaron la célebre película El Bachiller. Una es montarles un casino a los de la Minga con alguien que los controle para que no nos tumben las utilidades. Puede ser Juan Manuel Daza. Con lo que produzca el casino, podríamos construir un muro que separe al Cauca indígena del Cauca de bien como quería Paloma, hoy más necesario que nunca.

***

En la tarde visitamos con el embajador Ordóñez el museo del Holocausto y nos encantó. También fuimos al de Historia y compramos como souvenirs unas capuchas blancas que estaban rebajadas. En la noche ofrecimos una cena de despedida al embajador Pachito en Taco Bell. Pero lo citamos en Mc Donald´s. Allá debe estar.

Trump nunca me devolvió la llamada. De golpe fue un error pedirla collect.

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