Daniel Samper Pizano
10 Enero 2021

Daniel Samper Pizano

La cepa colombiana del virus Trump

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Aún flotan, como pesadillas, las imágenes del aquelarre ultraderechista que se tomó el Congreso de Estados Unidos aupado por el propio presidente. “Escenas dignas de repúblicas bananeras” han dicho algunos. No es verdad. Las repúblicas bananeras no se precian de dar lecciones al mundo, no tienen el poder de encender guerras nucleares, no provocan cataclismos políticos y económicos internacionales y, al fin de cuentas, lo que ocurra en ellas le importa poco al resto del planeta. El caso de Estados Unidos es muy distinto, e invita a mirarse en el espejo y sacar conclusiones.

Empecemos por las conclusiones. En esto no hay sorpresas. Si un país elige como presidente a un sinvergüenza, hará sinvergüencerías. Si elige un loco, hará locuras. Si elige a un mediocre, el gobierno será mediocre. Si elige a un autoritario, ejercerá su autoritarismo. Y si elige a un tipo inteligente, decente, preparado y con buenos propósitos, habrá muchas posibilidades de que no le vaya bien, porque abundan los sinvergüenzas, locos, autoritarios y mediocres empeñados en ponerle obstáculos. Esos son los riesgos de la democracia, y mucho más ahora, cuando el agua limpia democrática se revuelve con la mierda de las cloacas.

De vez en cuando unos electores engañados eligen a un gobernante que es, al mismo tiempo, sinvergüenza, loco, autoritario y mediocre, y el resultado de la ecuación es un Trump, un Bolsonaro, un Maduro, un Duterte... Por agruparlos de alguna manera se los llama populistas y son propensos a la mendacidad y la demagogia fácil. Pero, al contrario de lo que muchos piensan, nos son ejemplares únicos y exóticos, sino que responden a una corriente que, como la COVID-19, se expande por el mapa y se reproduce en diversas cepas. A Colombia le tocó la cepa trump-uribista, más leve que la original pero con similar ADN: mentiras, mesianismo, afán de perpetuación, discriminación, etc. Los líderes del Centro Democrático no ocultan su deslumbramiento por el promotor de la asonada. Uribe y Trump han intercambiado piropos y respaldo. No podrán borrar ahora sus trinos ni sus videos de propaganda los senadores uribistas María Fernanda Cabal y Carlos Felipe Mejía, ni negará su participación en la campaña de Trump el embajador de CD en la Florida, Juan David Vélez. En cuanto a otros apoyos, ya no procedentes del partido sino del Gobierno, abundan las acusaciones y ni siquiera Iván Duque niega su complacencia y amistad con el extraño personaje que unas veces lo regañaba y otras lo aplaudía. Hay que ver cuántas cosas ha hecho Colombia por congraciarse con este plutócrata delincuente: compincharse con los republicanos (casi todos ellos apestados por su líder); pelear con Cuba; alinearse contra intereses regionales; plantear la lucha contra la droga a la medida de la Casa Blanca; romper todo contacto con al gobierno de Venezuela (con el cual, aunque no nos guste, compartimos fronteras y problemas) y recibir a los vecinos desplazados, pero no por solidaridad fraterna sino para evitar que emprendan camino hacia el norte, como lo dejó claro el secretario Mike Pompeo.

Estados Unidos es una nación admirable en muchos aspectos, desde su libertad de prensa y la excelencia de muchos de sus institutos, universidades y ONG hasta su capacidad creativa y, en general, la cordialidad de sus habitantes. Pero al ver los monstruos que esta vieja democracia es capaz de elegir, más vale que nos vacunemos cuanto antes contra su cepa colombiana.

Infelices pascuas

En plenas pascuas, el presidente Iván Duque predicó: “No es hora de dividir, no es tiempo para ventilar odios”. Y enseguida hizo todo lo contrario: en vez de romper el monocolor de su gabinete, le dio otra mano de pintura duque-uribista y cerró aún más el gobierno. Pidió la dimisión a Julia Miranda, jefe de Parque Nacionales, ejemplar funcionaria y símbolo ambientalista, y la sustituyó por un experto en urbanismo y gerencia de construcciones. Y nombró ministro de Cultura a otro amiguito, un ingeniero y colega suyo en el Banco Interamericano de Desarrollo con quien escribió un libro de economía.

Temo que, siguiendo los deseos del Presidente Eterno, el gobierno abrirá campo a los intereses hoteleros en los parques. En cuanto al ministerio de Cultura, es difícil que un economista, anaranjado o no, entienda que los bienes de la cultura no se miden en plata sino en solaz, educación, libertad, valores democráticos y prosperidad espiritual. Miguel Urrutia hay solo uno, lamentablemente. Ahora esta cartera virará hacia la tal economía naranja, que nadie sabe bien qué es pero que seguramente dispensará contratos a emprendedores, influencers, videovividores y otros ejemplares de la fauna mandarina que no han leído el Quijote, confunden a Leonardo da Vinci con Leonardo di Caprio y creen que Botticelli juega en el Inter.

Es trágica la manera como Duque deja escapar oportunidades. Con los cambios de fin de año pudo dar un timonazo hacia la apertura que pregona. Pero optó por confinarse más. No es la primera vez que ve alejarse los trenes que lo llevarían a nuevos rumbos y prefiere seguir manejando un destartalado R4 en la alegre compañía de sus cuates.

Esquirla. 1. Si el Gobierno hubiera presionado la transmisión en abierto de las finales de fútbol nos habríamos ahorrado muchas víctimas que hoy llenan los hospitales o son polvo de crematorio. 2. Si el 2021 era nuestra esperanza frente al 2020, no quiero pensar cómo será 2022. Ya Uribe advirtió que le tiene puesto el ojo. Presiento horrores.

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