Ana Bejarano Ricaurte
7 Agosto 2021

Ana Bejarano Ricaurte

La salud del presidente

Lo importante sobre la salud de los mandatarios es si las enfermedades que padecen los dejan cumplir a cabalidad sus funciones.

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

“El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, dijo Abraham Lincoln en el discurso de Gettysburg sobre uno de los grandes triunfos de la democracia: cualquiera puede ser elegida para gobernarnos. De esa equivalencia de la ciudadanía con sus mandatarios se infiere que nos gobierna gente falible, de carne y hueso. Presidentes, primeros ministros y reyes se enferman, muchas veces por cuenta del ejercicio del poder. Y al final, todos mueren. No son eternos, como algunos de ellos llegan a creerlo vanidosa, ingenuamente.

Estos hombres poderosos han dado razones para esconder del público sus enfermedades: un posible desplome de los mercados o temores a enemigos externos que puedan aprovechar la debilidad del mandatario. 

El silencio ha sido un libreto ampliamente ensayado por regímenes represivos y personalistas, pues, en el delirio de persecución que sufre cualquier dictador, resulta impensable revelar sus propias falencias. El cáncer de Hugo Chávez fue secreto de Estado entre Cuba y Venezuela, e intentaron acallar los rumores sobre su muerte publicando lo que parecían pruebas de supervivencia: unas fotografías del caudillo bolivariano en las que leía el diario Granma. Hace un mes la aparición de un delgado Kim Jong-Un estremeció las Coreas.

En la campaña presidencial de 2020 en Estados Unidos se debatió sobre el estado de salud de Joe Biden, Bernie Sanders y Donald Trump por cuenta de su edad. Y como presidente, la salud mental de Trump fue muy cuestionada. Psiquiatras autorizados se preguntaban si sus condiciones mentales le permitían gobernar. 

Ese es, en últimas, el punto: lo importante sobre la salud de los mandatarios es si las enfermedades que padecen los dejan cumplir a cabalidad sus funciones. Si un trastorno explosivo intermitente pone en riesgo las relaciones diplomáticas o si una depresión severa lleva al mandatario a abusar de sustancias que le impidan tomar decisiones. 

Cuando los dirigentes ya no pueden dirigir, estamos ante una información de interés general. Ese hecho, por supuesto, se puede usar como un arma política y también puede provocar estigmatizaciones, por ejemplo, sobre la salud mental o el consumo de farmacéuticos y drogas recreacionales. Pero precisamente esa es la labor esclarecedora de la discusión pública. Conviene promover debates que permitan entender mejor las enfermedades y superar la vergüenza asociada a muchas de ellas. Comprender, por ejemplo, que una persona deprimida, pero adecuadamente tratada, puede desempeñarse perfectamente como presidente.

A veces olvidamos una dimensión cardinal de la libertad de expresión: la gente habla y pregunta sobre estos temas principalmente porque la comunidad tiene derecho a informarse sobre ellos, en especial si esa información se refiere al poder que moldea nuestras vidas. 

La Corte Europea de Derechos Humanos ha dicho que la salud de los presidentes deja de ser privada cuando tiene consecuencias en el desempeño del cargo. Por eso avaló el libro póstumo El gran secreto, que publicó el médico personal de François Mitterrand, Claude Gubier. En él, Gubier relata los esfuerzos de once años destinados a esconder del pueblo francés el cáncer que sufrió el líder socialista. “Ya no trabajaba porque nada le interesaba, salvo su enfermedad”, escribió. En el mismo sentido se pronunció sobre las fotos del príncipe Rainero III de Mónaco en agonía. 

En Colombia, la Corte Constitucional ha admitido un mayor nivel de escrutinio frente a los presidentes, en especial “sobre aspectos que, en principio, podrían estar vinculados a su vida privada pero que revelan asuntos de interés público”. Aun así, ha habido poca transparencia, con contadas excepciones, como cuando el expresidente Juan Manuel Santos explicó públicamente su cáncer de próstata, acompañado de sus médicos. 

Ser presidente es un trabajo muy difícil que puede disparar todo tipo de dolencias, en especial si la persona elegida no está preparada para asumir la tarea. Recientemente algunos periodistas han cuestionado pública y privadamente la salud mental de Iván Duque. Y es que en ocasiones no se le ve bien; acusa inocultable distanciamiento con la realidad. Semejante nivel de desconexión podría denotar algo más grave, y es legítimo que nos lo preguntemos. Dijo un empresario que lo visitó: “O es el mejor actor del mundo o no tiene ni idea de lo que está pasando”. Lo aconsejable es que opinen los médicos. Ojalá esté bien. En cualquier caso, es una buena ocasión para retomar de manera transparente el debate republicano sobre el grado de información que deben tener los ciudadanos de la salud de quienes nos mandan.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más columnas en Los Danieles

Contenido destacado

Recomendados en CAMBIO