Antonio Caballero
29 Noviembre 2020

Antonio Caballero

La tragedia de Venezuela

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El otro día, en uno de estos "conversatorios" por Zoom que se hacen en la pandemia, uno de los estudiantes del colegio AngloColombiano con los que hablábamos de historia me preguntó que si yo llamaría "fascista" a Hugo Chávez, el ya difunto "comandante eterno" de Venezuela. Le dije que no. Que el fascismo va más lejos que el simple autoritarismo o dictadura de una persona, o de un partido único, o de un ejército; sino que incluye la prohibición de todo lo demás. "Un pueblo, un jefe" ("Ein Volk, ein Fuhrer") como se decía en la Alemania Hitleriana de los años treinta: una unanimidad. Pero también la exclusión forzosa y violenta de quienes no estén de acuerdo.

Y eso no sucedió en Venezuela en los años de la presidencia despótica del carismático coronel Hugo Chávez, ni ha sucedido - al menos todavía -, en los de su sucesor designado, el mediocre y grisáceo Nicolás Maduro. En Venezuela se persigue a los opositores, se los apresa, se los exilia: pero no se los prohíbe ni se los mata. Por eso sobreviven partidos de oposición política: esa Asamblea Nacional que eligió "presidente interino" de la República a su propio presidente, Juan Guaidó, que aunque carezca de todo poder real ha sido reconocido como legítimo por casi cincuenta países del mundo, incluyendo casi todos los de sus vecinos de la Organización de Estados Americanos, la OEA. Por eso existen todavía elecciones. Las que ganó varias veces el coronel Chávez cuando vivía, y las más o menos fraudulentas que ha ganado su improbable sucesor Maduro. Que va a ganar también, según calculan los calculadores, estas que vienen para el Parlamento el 6 de diciembre: dentro de ocho días.

El fascismo incluye, además, una tendencia ideológica: hacia la derecha. Un gobernante como Chávez representa en cambio la contraria: hacia la izquierda. Fascismo y comunismo, o, digamos, socialismo autoritario, son iguales en sus métodos, pero no en sus fines (o al menos en sus propósitos declarados). La dictadura castrista en Cuba no es igual a la dictadura pinochetista en Chile, para ponerlo en términos geográfica y culturalmente cercanos a los de Venezuela.

Pero en mi respuesta al muchacho del colegio se me pasó por alto un hecho muy importante. Y es que los regímenes fascistas históricos - el italiano de Mussolini que inventó el término, y el alemán de Hitler que llevó el experimento a su extremo más criminal - debieron su popularidad casi unánime a que llevaron a sus países respectivos a la prosperidad, al cabo de millones de víctimas, y arrancándolos a la miseria en que los habían dejado a los dos, aunque por razones distintas, las catástrofes de la Primera Guerra Mundial, la del 14-18. Y en cambio el llamado "socialismo bolivariano", que poco tiene que ver, salvo en el nombre, con el personaje histórico de Simón Bolívar, es al revés:  ha llevado a la miseria (al cabo de millones de víctimas) al país que fue el más rico de América Latina. Y el más despilfarrador, tanto bajo los gobiernos de los dictadores militares de la primera mitad del siglo XX, como bajo los democráticos de los partidos AD y Copei en la segunda, como bajo las dictaduras disfrazadas de Chávez y de Maduro en el XXI.

Y eso me lleva al libro que acaba de publicar la escritora Melba Escobar sobre sus viajes a Venezuela en el último año, con el título de "Cuando éramos felices pero no lo sabíamos". Un libro aterrador. Que nos cuenta en qué se ha convertido la otrora próspera Venezuela bajo el chavismo llamado bolivariano, que de Bolívar no copia sino el autoritarismo. Se ha convertido en un campo de ruinas, de donde huye la gente - en el éxodo de refugiados más masivo de hoy en el mundo, después del de Siria en guerra: pero sin guerra -; salpicado también, a la vez, de oasis de riqueza para los nuevos ricos de la llamada "boliburguesía", o nueva burguesía bolivariana, o los viejos ricos que se han puesto al servicio de la dictadura populo-militar del chavismo. No es un libro político, sino algo mucho más elocuente: un libro descriptivo. Y las descripciones que hace Melba Escobar de sus largos paseos turísticos, si es que así pueden llamarse, por Maracaibo y Caracas y Barquisimeto y los puestos de frontera entre Colombia y Venezuela, son espeluznantes, y también, a la vez, despiertan admiración por los venezolanos de todas las clases sociales que en lugar de escapar, resisten. Aguantan. Y sostienen ese  país corroído en sus cúpulas por la corrupción.

Esa destrucción minuciosa del país, impulsada desde afuera por los Estados Unidos mediante sus sanciones económicas y sus amenazas de invasión, pero oficiada desde adentro por la ineptitud y la corrupción de los gobiernos "bolivarianos", se ha hecho sobre la excusa de librarse de la dependencia del Imperio. El actual: el norteamericano. Pero es ahí donde Maduro y sus secuaces podrían buscar una justificación "bolivariana". En la desencantada frase de Simón Bolívar, al final de su carrera y de su vida, ante el que él mismo llamó "Congreso Admirable" de Colombia, de la entonces Gran Colombia:

"Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de todos los demás".

La Venezuela actual, ni eso.

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