Las décimas de don Luis de la Vaina siempre salen con tema inesperados. En esta ocasión se trata de un canto en loor de los olores. Sus versos llevan el siguiente anuncio previo: “Dedicado a Patrick Süskind, autor de la novela El perfume”.
La podredumbre le gusta
al que anda entre la carroña.
Habituada a la ponzoña,
la hiena al hedor se ajusta.
El coyote no se asusta
si engulle fiambre o le toca
la inmundicia que convoca
a los buitres por millares.
¿Has visto en los muladares
a un chulo con tapaboca?
Un visitante travieso
me pregunta interesado:
—¿Cuál es, señor licenciado,
la dirección del Congreso?
Fingiendo que me intereso,
le contesto:
—El monopolio
del poder tiene su solio
donde le huela peor.
Si le hiede a senador,
allí queda el Capitolio.
–¡Santo Dios! —dice el turista
cogiéndose la cabeza—.
No sea tan exagerado,
trate de ser optimista,
su tierra es una belleza,
tienen dos mares, nevado
en plena orilla del mar.
Hablan muy buen castellano:
dicen chévere y bacano
para aplaudir y elogiar.
—¡Santo Dios! —le digo al hombre
poniendo el grito en el cielo—.
¿Me está usted tomando el pelo?
¡Su burla no tiene nombre!
—Calma —dice—, no se abrume,
no le estoy pisando el callo.
Aunque verde se la fume,
no piense que lo ametrallo.
Soy el autor de El perfume,
no le estoy mamando gallo.
Hay que oler bien los países
(a loto huele Nepal
y a pino el feliz Bután)
para entender sus raíces.
Si entrenamos las narices
en la lectura nasal,
sabremos del mundo actual.
Y no es por armar barullo:
Colombia huele a chanchullo
desde tiempo inmemorial.
Don Luis de la Vaina