Daniel Samper Pizano
20 Febrero 2022

Daniel Samper Pizano

Los soldados que llegan del norte

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"Pa' los del norte, sí/ Para los otros, no". Zamba. Int. Mercedes Sosa

La embajada de Estados Unidos tuvo la cortesía de notificarnos que se alistan para desembarcar en Colombia unos fieros militares que asesorarán y entrenarán a los nuestros en la lucha contra los narcos en el Pacífico y la frontera venezolana. Confirmaron la noticia y agradecieron a su generoso aliado el presidente y al ministro de Defensa. Este, gracias a la distancia antivirus, se ahorró la humillación de aparecer agachaíto al lado del embajador.

No les creo. Todo es tan raro y nos han mentido tanto, que a esta caperucita roja le veo cola peluda. Para empezar, el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, mencionó el compromiso mutuo contra el narcotráfico pero amplió de manera inquietante el propósito de la misión. La ñapa es triple. 1) “Apoyo a la paz regional”. O sea que Venezuela entra en el juego. 2) “Respeto a la soberanía”: ¿De veras? ¿Han venido a darnos clases de soberanía? La primera lección —Panamá 1903— sigue doliéndonos. 3) “Promesa de defender los ideales y los valores compartidos”. Si uno mira los valores del actual gobierno de EE. UU. —racista, machista, mendaz, xenófobo, irresponsable—, hallará pocos valores dignos de compartir.

A partir del ignorado número de la tropa, todo suena sospechoso. Oficialmente se trata de unas docenitas de militares. Pero la revista del Ejército estadounidense, Armytimes, habla de un grupo “del tamaño de una compañía”. Y una compañía, según las Fuerzas Armadas de EE. UU., tiene entre 60 y 200 soldados. Los denomina asesores, y uno los imagina con corbata y gafas. Pero no: Army News describe a los miembros de la de la SFAB (Security Force Assistance Brigade: se entiende en español) como personal especializado en medicina, supervivencia, evasión, resistencia y escape. A lo mejor también tocan violín. Algo que no reveló el embajador: ¿nuestro Senado autorizó la presencia de esta tropa, como exige la Constitución (art. 173-7)? Seríamos un remedo de país si aquí pueden entrar numerosos soldados extranjeros, meterse en la selva, ayudar a echar bala y marcharse sin que el principal cuerpo legislativo lo autorice. Dice el jurista J. J. Gori: “Solo mediante un tratado solemne puede pactarse que al país ingresen agentes armados extranjeros prevalidos de autoridad y que desempeñan funciones relativas a cuestiones que son de la soberanía reservada”. Como consuelo, los dos gobiernos advierten que “los miembros de la brigada cumplirán los protocolos de bioseguridad”. Tranquiliza saber que a los pobres soldados gringos no les clavarán los protocolos de Trump, causa de miles de muertes por rechazar la verdad científica, y se someterán a los requisitos de Colombia. ¡Sí, que respeten! ¡Para eso somos una nación soberana!

La neblina de la pandemia opaca la abrupta presencia de los militares rubios, pero es fácil captar que no se trata de un hecho aislado, sino parte de un rompecabezas temible. He aquí otras fichas. En enero del año pasado, el Consejero de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, exhibió una nota en su libreta que rezaba: “5.000 soldados a Colombia”. Nunca explicó de qué se trataba, pero quedó flotando la sombra de una posible invasión a Venezuela y una guerrita contra la dictadura del impresentable Nicolás Maduro. Meses después, Washington aumentó las amenazas y sanciones contra Caracas. Hace poco se derrumbó por su propio peso un complot de opereta para derrocar a Maduro. El elenco era esperpéntico: mercenarios gringos, una empresa de seguridad privada que conspira por contrato, quizás militares colombianos y el desleído candidato Juan Guaidó. Hubo muertos, detenidos y subversivos confesos. Un trino “chistoso” de Trump multiplicó la farsa. Más despropósitos: el 13 de mayo, Estados Unidos incluyó a Cuba entre las naciones terroristas. Miguel Ceballos, Comisionado colombiano para (desmontar) la Paz, se vanagloria de este veto a un país que colaboró lealmente con los esfuerzos colombianos en pro de la paz. Y ahora, de remate, aparecen las brigadas de la PFAB por silencioso ensalmo. Como no creo en coincidencias ni astrologías, me pregunto en qué peligrosa y callada aventura nos está metiendo el gobierno de Uriduque.

Vuelvo al comienzo. No me digan que luego de haber luchado contra la droga y el narcotráfico durante más de 40 años, de haber sacrificado a miles de ciudadanos, policías, soldados, periodistas y hasta curas no hemos aprendido nada y necesitamos importar militares gringos de una brigada bisoña con cuatro años de historia para que nos asesoren y enseñen. Aquí hay más que eso. Y si no lo hay, es porque el problema está enfocado al revés. La solución no es bombardear ni asperjar las zonas cocaleras. Hay dos. Una, legalizar. La otra: si baja el consumo, bajarán la siembra y el tráfico. Quizás la receta sea despachar una brigada de soldados colombianos acostumbrados a pelear en la jungla y dormir en cambuches, para que Estados Unidos empiece a combatir de verdad su desbordado consumo. La noticia podría anunciarse desde la embajada de Colombia en Washington.

Esquirlas. Ecos de Palacio: “¡Viejos pendejos! ¿Les parecieron pocas dos horas semanales al sol? Pues les quitamos media. ¿Les pareció mucho un mes más de encierro? Pues les añadimos otros dos. ¡A ver si aprenden, jodones!”

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