Ana Bejarano Ricaurte
13 Noviembre 2021

Ana Bejarano Ricaurte

Mambrú Molano

Lo suyo habría sido ponerse al frente del antiguo ministerio de Guerra, porque Molano, como Mambrú, quiere pelea.

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Se diría que Diego Molano es un hombre polifacético: ha sido asesor del Acueducto distrital, concejal de Bogotá, director de Acción Social, director del Instituto de Bienestar Familiar, jefe del Departamento Administrativo de la Presidencia y, desde hace nueve meses, ministro de Defensa. Aunque, en realidad, lo suyo habría sido ponerse al frente del antiguo ministerio de Guerra, porque Molano, como Mambrú, quiere pelea. Así ha ejercido su ministerio y lo confirmó en Israel cuando proclamó: “Tenemos un enemigo común y es el caso de Irán y Hezbolá”.

Hezbolá es un grupo militante islámico de doble cara: una violenta y otra política. Que se sepa, no estamos en guerra con ninguna de las dos. Mucho menos con Irán, país con el que, hasta esta semana, habíamos mantenido muy buenas relaciones diplomáticas. 

La de Mambrú fue una monumental falta de tacto y visión en un asunto tan delicado como los conflictos en el Medio Oriente, pero le pudieron más las ganas de sacar pecho. Menos mal la Colombia de Duque es lo suficientemente trivial para que la verborrea del ministro no provoque, por ahora, mayores estragos con el país árabe. Al parecer Molano se sintió autorizado para actuar de canciller, aprovechando que a la titular, Marta Lucía Ramírez, la tienen borrada del Gobierno. Ni siquiera la llevan de paseo.

Molano había mostrado sus ganas de pelotera diplomática desde mayo, cuando acusó a Rusia de estar detrás de los supuestos ataques cibernéticos a la fuerza pública en el paro nacional. Paro al que el ministro dio un manejo deplorable y peligroso para el Estado. En lugar de salir a calmar los ánimos, desconoció la protesta legítima y defendió la reacción asesina de la fuerza pública en su contra. También se ungió como juez de la verdad y ciberpatrullero de las redes sociales. Violencia discursiva que sirvió de gasolina para avivar el fuego en las calles. Si en el futuro la Corte Interamericana llegase a condenar al Estado colombiano por su sofocación de la huelga nacional del #21N, no podría desconocer el papel principal que jugaron Mambrú y su afán guerrero en esa sombría tarea.

Hace poco, además, gracias a la Fundación para la Libertad de Prensa, nos enteramos de que el ministerio fingió un ataque en redes sociales: “campaña pedagógica”, respondió Molano. Y para mandar a este torpe caballo de Troya contrató a la empresa Alotrópico, de sus amigas y exfuncionarias en el ICBF. Una estrategia desleal y mentirosa para generar solidaridad con la fuerza pública al hacerla ver débil: confuso y muy cuestionable uso de la plata pública. 

Nada de eso se sabía a principios de junio, cuando se llamó a Molano a rendir cuentas en el debate de moción de censura. Se salvó en aquella ocasión porque Duque empleó toda su armazón clientelista para protegerlo, pero merecía haber salido del cargo desde entonces. Por esas épocas Molano también desestimó los ataques del ejército sobre campamentos en los que estaban presentes menores de edad, al llamarlos “máquinas de guerra” y considerar que esos niños y adolescentes, reclutados a la fuerza, dejaban de ser víctimas al “cometer delitos”. 

Y mientras el ministro se pone todos los sombreros, su cartera parece un barco sin rumbo: reina absoluta ausencia de una política pública seria para detener el genocidio de líderes sociales o el aterrador aumento de masacres. 

No sorprende, pues, que en el más reciente Panel de Opinión de Cifras y Conceptos, el ministro Molano haya sido calificado con la peor puntación de todo el gabinete. El nefasto título se añade a otras manchas, pues en lo que tarda un embarazo ha logrado desde un jalón de orejas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos hasta poner en riesgo las relaciones diplomáticas. 

La verdad es que no podíamos esperar mucho más. Estos tropezones ocurren cuando para ser ministro basta con ser amigo de la secretaria privada del presidente, o se pasa por acreditación de experiencia en seguridad la ridícula propuesta de construir un protestódromo. Y seguimos sin saber si era un chiste o en serio. ¿Qué sería peor? ¡Qué angustia!     

Señor ministro: comprendo que pedirle un acto de dignidad y responsabilidad política como renunciar sería demasiado, considerando el gobierno al que pertenece. Pero tal vez conviene recordarle que usted no es el juez de la verdad, ni es ciberpatrullero, ni canciller: usted es simplemente el ministro de Defensa. Ni siquiera es Mambrú.

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