Daniel Coronell
14 Marzo 2021

Daniel Coronell

Mi maestro

Han pasado más de 35 años desde esa época y no hay un solo día en el que no haya tenido que recordar alguna de las lecciones que generosamente recibí de Heriberto Fiorillo.

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Un practicante en una sala de redacción es quien hace los trabajos que nadie quiere hacer y a quien rara vez le dan las gracias. No había cumplido 19 años cuando, gracias a mi profesor de televisión en la universidad, llegué al Noticiero de las Siete. Mi trabajo consistía en leer todo el día los teletipos, unas ruidosas máquinas que expulsaban papel con las noticias del mundo. Sobre una mesa tenía que recortarlas, clasificarlas por  país y dejarlas ahí por si alguno de los reporteros necesitaba consultar lo que estaba sucediendo en Suráfrica que vivía los últimos años del apartheid, si había un nuevo atentado de la ETA o si el transbordador espacial había sufrido un percance. La mayoría de los días mi trabajo terminaba en la cesta de la basura.

Llevaba dos semanas cumpliendo con mi abnegada labor de cortador y clasificador de cables –como se llaman los despachos de agencia en el argot periodístico– cuando Heriberto Fiorillo, el subdirector del noticiero, me encargó escribir un voice over, es decir un texto para que narrara en vivo el presentador mientras los televidentes veían las imágenes de la historia. Tenía que durar 28 segundos exactos e iría antes del bump out que mandaría al segundo corte de comerciales.

Otro trabajo menor, sin duda, pero también mi primera oportunidad de escribir una noticia de televisión. Pensé que el lead –así le decimos al primer párrafo de una información– debería responder las 5 Ws (Qué, quién, cuándo, dónde y por qué), lo redacté tan rápido como pude y se lo llevé a Heriberto:

–Muy largo. Eso dura 40 segundos –gruñó sin siquiera leerlo y me devolvió la cuartilla.

La segunda, la rayó con un lápiz rojo que empuñaba con la mano izquierda, me impresionaba que escribiera al revés. Encerró las últimas dos líneas en un óvalo y sentenció:

–La noticia está al final. Estás empezando por lo menos interesante.

La tercera vez me corrigió una frase que solo tenía sentido referida a la anterior:

–Es televisión. La gente no puede devolverse a leer– me enseñó para siempre.

Aceptó la cuarta versión. Nunca me dijo que estaba bien, simplemente la entregó para que fuera incorporada al libreto de esa noche sin agregar una palabra. Sin embargo, algo le debió gustar porque mis responsabilidades empezaron a crecer.

Han pasado más de 35 años desde esa época y no hay un solo día en el que no haya tenido que recordar alguna de las lecciones que generosamente recibí de Heriberto Fiorillo.

De él aprendí que hay momentos para renunciar y que un periodista no puede ceder en el terreno de su independencia, aunque por eso tenga que morirse de hambre. Recuerdo bien cuando un grupo de reporteros, con él a la cabeza, dejamos un medio cuyos dueños querían poner la información al servicio del gobierno de turno.

Llevo décadas haciendo televisión y he tenido la oportunidad de trabajar con algunos de los mejores productores del mundo, ninguno como Heriberto. Su devoción por los detalles logra programas únicos. Varios noticieros producidos por él son verdaderas obras de arte que –tristemente– solo unos pocos recordamos.

Es uno de los mejores cronistas que he leído y su obra literaria es brillante aunque no haya sido suficientemente difundida. Heriberto es además un estudioso de la literatura.

Alguna vez, mientras manejaba a toda velocidad hacia Paipa donde entrevistaríamos a dos colombianos que acababan de salvarse de la horca en Egipto, Heriberto me habló de la estructura, las costuras secretas y los trucos narrativos de Rayuela, la novela de Julio Cortázar. Una clase magistral que terminó dos minutos antes de llegar a la entrevista y que quizás él haya olvidado pero que yo atesoraré para siempre.

Heriberto ha dedicado años a la Fundación La Cueva, que recupera la memoria del Grupo de Barranquilla del que fueron parte Álvaro Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Germán Vargas Cantillo, Alfonso Fuenmayor y Gabriel García Márquez. Desde allí creó el Carnaval de las Artes que ha sido el escenario para llevar a Barranquilla a escritores, actores, músicos y artistas plásticos del mundo entero.

Hace dos años pude verlo caminando más despacio pero con la mente aguda y la creatividad de siempre. Estaba con Claudia, su adorable esposa, rodeado de amigos y empezando a inventar un plan nuevo para La Cueva.

Esta semana me llamaron para contarme que le entregarán la Orden al Mérito Cultural. Sé que nunca ha buscado, ni necesitado, premios pero me parece muy justo el reconocimiento.

Por mi parte, jamás tendré cómo agradecerle lo que me ha enseñado con sus palabras y  con su ejemplo.

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