Daniel Samper Ospina
7 Marzo 2021

Daniel Samper Ospina

Narciso Barbosa

Tuvo la suerte Narciso Barbosa de que su mejor amigo, un joven rollizo que admirábalo desde que compartían pupitre en clase de Derecho Comercial, ascendiera a lo más alto del Olimpo impulsado por el Zeus eterno de todos los colombianos.

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Esta es la historia de Narciso Barbosa, un joven que derrochaba erotismo y cultivaba admiración allí por donde pasara: en cualquier lugar de la Universidad Sergio Arboleda donde estudiaba, tratárase de la tienda o la plazoletica, dejaba una estela de admiradoras que lo calificaban como el segundo hombre más hermoso del claustro. Pero él mostrábase orgulloso e insensible. 

Tuvo la suerte Narciso Barbosa de que su mejor amigo, un joven rollizo que admirábalo desde que compartían pupitre en clase de Derecho Comercial, ascendiera a lo más alto del Olimpo impulsado por el Zeus eterno de todos los colombianos. Desde su cúspide, entonces, aquel Adonis regordete consiguió acomodar al mozuelo de su cariño en la Fiscalía General del Olimpo.

—Oh, Pacho Narciso: te ofrendo este, el segundo puesto más importante de mi Edén, para que nuestra admirable amistad perdure y crezca —ofreciole.

La poca experiencia de Narciso Barbosa se hizo evidente desde el primer día cuando, con torpeza de primerizo, ingresó a la bodega privada del despacho del fiscal y tumbó las botellas de agua saborizada ocultas en aquel lugar por su antecesor. 

Las botellas se hicieron trizas y Narciso Barbosa observó por vez primera su reflejo en el charco de agua. 

—Vaya, qué hombre tan guapo: qué bonito mechón el que, a modo de borla, se bambolea de allá para acá sobre su frente —exclamó.

Electrizado por el flechazo, juró conquistarse a sí mismo sin reserva alguna: ni siquiera reserva del sumario. Se invitó a sí mismo a disfrutar de algunas viandas en el restaurante de moda mientras su ufanaba ante sí de sus propios logros:

—Yo soy el colombiano más preparado de mi generación. Yo saqué el bachillerato, yo hice el Icfes, yo estudié carrera; yo tengo dos maestrías, tres doctorados, una Play Station 4G; yo he escrito cinco libros, me he terminado ocho, soy profesor… Pero ya hemos hablado mucho de mí: cuéntame de ti… 

—¿Yo? Yo soy el colombiano más preparado de mi generación. Yo saqué el bachillerato, yo hice el Icfes, yo estudié carrera, así fuera en la Sergio… Yo tengo dos maestrías, tres doctorados, yo soy profesor… Pero ya hablamos mucho de mí: hablemos de ti…

—¿Yo? Yo tengo tres doctorados, cuatro Super Nintendos: ¡yo soy el segundo colombiano más importante de esta mesa!

Quiso luego Narciso Barbosa dar un paso más en su relación y se invitó a sí mismo a San Andrés. Llamose entonces por teléfono, nervioso. Temblábale el corazón ante el primer sonido, y más temblole cuando observó, en la pantalla del celular, que quien estábale marcando era la persona de sus sueños:

—Volémonos a la isla en mi avión privado y así aprovechamos para conocernos más, quizás ir de shopping, no sé… —se dijo a sí mismo.

El viaje no pudo ser mejor. Narciso Barbosa profundizó en aquel aluvión de emociones incontenibles que para entonces ya sentía por sí mismo. Un fragor de admiración y química pura, cargado de irresistibles tensiones eróticas, lo atribulaba. Sentía deseo de estar a solas consigo mismo; de descubrirse; de entregar su cuerpo a ese amor inmenso como un expediente.

Comió langosta y bebió vino; elogió su propio bañador; tomado de su propia mano,  caminó por la playa bajo el atardecer, y en aquel viaje romántico a San Andrés se enamoró de sí mismo para siempre. Dedicose a vivir la plenitud de su romance sin pudores: tomose fotos frente al aula del león en el zoológico; viajó a Ecuador a conspirar y comprar artesanías; recorrió ríos en lanchas; grabábase trabajando como James Bond para impresionarse a sí mismo. Corrió desnudo por las praderas de los territorios de Colombia y entregose a sí mismo como nunca lo había hecho, y en la rendición de cuentas de su entidad tomó el micrófono y gritó a los cuatros vientos la dicha de su amor:

—Seguiré siendo prepotente y teniendo el ego muy alto —exclamó, mientras se nombraba a sí mismo “Empleado del mes” de la entidad.

Enamorado de su audacia y a la vez ávido de ser audaz para seguir conquistándose, decidió ocupar un lugar en la historia volviéndose el hombre que sacara de líos al Zeus eterno de todos los colombianos, y de ese modo se convirtió en la pieza fundamental de la trama. 

 Así se lo contó a su amiguete gordinflón.

—Estoy al alza: pediré preclusión —informole.

—Así lo querí –felicitolo este.

Organizó entonces la exculpación y se aplaudió y besó a sí mismo. Poco quedaba para entonces del enclenque profesor de paraguas y agenda bajo el brazo que elogiaba el proceso de paz desde su columna de El Tiempo y defendía a la JEP, de la cual aspiraba a ser magistrado. Ahora era un prohombre que, a pesar de haber sido ninguneado en el pasado por el Narciso de entonces, Memel Santos, escribía la historia dorada de la patria, embelesado ante sus propios logros.

Pero enamorarse de sí mismo fue su castigo, porque el amor lo volvió ciego. O cegolo. Poco a poco fue perdiendo el camino, hasta que la gente ridiculizolo y los dioses enviáronlo al infierno, arruináronle su bañador y quitáronle los Super Nintendos para siempre. 

Lloró lágrimas amargas Narciso Barbosa y con sus lágrimas repuso los litros de agua de las botellas de la Fiscalía que había roto. Y acá termina esta historia que, espero, les haya gustado. Aunque no tanto como Narciso Barbosa se gustaba a sí mismo.

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