Daniel Samper Pizano
8 Enero 2022

Daniel Samper Pizano

No te metas, Uribe

El expresidente Álvaro Uribe Vélez cambió de manía. Dejó de exhibirse girando a caballo con un peón de su finca como poste y le ha dado por conversar con las estatuas...

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El expresidente Álvaro Uribe Vélez cambió de manía. Dejó de exhibirse girando a caballo con un peón de su finca como poste y le ha dado por conversar con las estatuas. Así lo reveló esta semana en un mensaje de 43 segundos cuyos interlocutores conocimos: una pareja silente de bronce, hierro o materiales menos nobles que descansa en el banco de un parque bajo los árboles. A ellos dirige sus palabras el crocante personaje, y las impávidas figuras “parecen decirle” que su largo gobierno, autodenominado Seguridad Democrática, reanimó la actividad económica y favoreció el turismo. Ignoramos si es así, pues se trata de estatuas anónimas en un parque desconocido, quizás situado en la zona cordobesa donde Uribe tiene vastas haciendas. Antes de retirarse, el impertinente pide a los muñecos que apoyen su movimiento político en las próximas elecciones.

Ante la patética situación, muchos colombianos creen que Uribe está loco. (Mi vecino DSO, verbigracia). Pero otros consideran que el diálogo es un genial truco publicitario. Empecemos por decir que la escenita no tiene nada de original. Los colombianos llevamos mucho tiempo hablando con las estatuas. Aburrido está de oír nuestras cuitas el Mono de la Pila, aquel célebre niño empelotico cavado en piedra que adornó durante dos siglos y medio una fuente en la plaza de Bolívar. Desde 1681, cuando lo inauguró el presidente colonial Castillo de la Concha, el Mono tiene fama de escuchar las quejas de los ciudadanos... sin hacer nada por resolverlas. 

La pila y el Mono. Foto cortesía de Rosa Eliana del Pilar Ortiz Castro
La pila y el Mono. Foto cortesía de Rosa Eliana del Pilar Ortiz Castro

En 1846, Tomás Cipriano de Mosquera lo reemplazó con la actual figura pedestre de Bolívar fundida por el escultor italiano Pietro Tenerani. Empezó entonces el itinerante exilio que ha caracterizado a la efigie pueril, cuyo destino final fue un umbroso rincón del Museo Colonial de Bogotá. 

Pero ni siquiera la destitución del maniquí calló los diálogos. Solo que los políticos metidos a poetas reemplazaron las protestas orales del pueblo ante el muñeco. Siglo y pico antes de que Uribe copiara la receta, don Miguel Antonio Caro, sabio gramático y caudillo godo, cayó en la tentación de charlarle a la estatua del Libertador. Lo hizo con versos tan cultos que no los entendieron Bolívar, Mosquera, Tenerani ni quienes visitan el zócalo:

Ni a sus ojos te ofreces
cuando, nuevo Reinaldo, a ti te olvidas,
y el hechizante filtro hasta las heces
bebiendo te adormeces
del Rímac en las márgenes floridas.

¿Mande? Delicioso desafío para un crucigramista, pero poco adecuado para estimular el amor del pueblo por su legendario héroe. 

Mi maestro Klim publicó hacia 1940 una serie de entrevistas con estatuas cercanas, así, pues, que Uribe no inventó nada. A fin de no perder el estribo poético que calzó Caro, el dirigente paisa aclaró que su gesto se apoya nada menos que en versos de Pablo Neruda, el Premio Nobel chileno que tantos amigos dejó en Colombia. Como a don Álvaro le encanta vestir camisas de once varas, cita en su favor unos versos enamorados del poema XV que recordamos todos: “Me gusta cuando callas/ porque estás como ausente”.

A nosotros también nos gusta cuando calla, estimado expresidente, porque de ese modo evita abusos imperdonables, como vincular a su campaña electoral a un poeta comunista que falleció aplastado por el dolor del criminal cuartelazo de Pinochet. No: si va a usar a Neruda para captar votos, cite su poesía política, no la amorosa. Por ejemplo, los sonetos que dedicó don Pablo a cierto político colombiano retrógrado, calumniador y violento, que dividió e incendió el país. Se llamaba Laureano, pero, por parecerse mucho al que ahora busca sufragio con rimas ajenas, y además por exactitud de sílabas, es posible reemplazar el uno por el otro. 

Hagámoslo a modo de inocente ejercicio literario. El chileno publicó este soneto punitivo en 1943 en El Tiempo.

Donde estén la canción y el pensamiento,
donde bailen o canten los poetas,
donde la lira diga su lamento
no te metas, Uribe, no te metas.

Las críticas que aúllas en el viento,
la estricnina que llena tus maletas,
te las devolverán con escarmiento:
no te metas, Uribe, no te metas.

No toques con tus pies la geografía
de la verdad o de la poesía:
no está en lo verdadero tu terreno.

Vuelve al látigo, vuelve a la amargura,
vuelve a tu rencorosa sepultura.
¡Que no nos abandone tu veneno!

Como al mundo lo gobierna una extraña magia que se expresa a través de las casualidades, el diálogo de Uribe con las estatuas se produjo en la misma semana que cumplía un año el intento de Donald Trump por derrocar la resquebrajada democracia estadounidense. Abisman las coincidencias entre estos dos jefes anacrónicos que sobreviven en un clima de impunidad, han hecho de la mentira una ciencia política y se aferran al poder con vulgar impudicia. Como la de usar al antifascista Pablo Neruda a modo de arma electoral de ultraderecha.

Las urnas nos ofrecen, dentro de pocas semanas, una oportunidad dorada de cambiar. Si no lo hacemos, acabaremos llorando ante el entrañable Mono de la Pila.

Esquirla. 1. La alcaldesa de Bogotá chapotea entre estadísticas y cifras. No hay ciudad grande donde el gobernante se haya atrevido, como Claudia López aquí, a echar de las calles cada tercer día a la mitad de los ciudadanos. El pico y placa absoluto crea innumerables problemas a millones de hogares que, en esta urbe con pésimo transporte público y delincuencia incontrolada, encuentran en el carro seguridad y a menudo trabajo o ahorro. Alcaldesa: hay que gobernar para los seres humanos, no para los algoritmos. 2. Como si fuera el Mono de la Pila, recibí muchas quejas sobre abusos de las aerolíneas en los días festivos: Wingo se lleva la palma.

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